Es difícil detallar la denominada posmodernidad, ya que la mayor parte de la veces tan solo funciona como una etiqueta, que si bien, en alguna ocasión se ha empleado de mantera afirmativa para situar alguna nueva elaboración teórica, desde hace un tiempo se la emplea siempre para situar un rechazo. Desde luego que el tema es algo más que una etiqueta, el pensamiento posmoderno existe, negarlo sería ridículo. El problema sin embargo es delimitarlo, porque aunque ofrecer una caracterización genérica es tan posible como igualmente útil, es difícil, e incluso contradictorio  señalar dónde empieza y dónde acaba la susodicha posmodernidad. Empecemos diciendo, de manera general, que todo aquello que replica a otra cosa ya forma parte del movimiento de la misma cosa que replica, que en la historia del pensamiento -expresión que debe ser matizada, ya que no hay una historia del pensamiento separada de la economía, de la política,  de las costumbres, o  de la estética, en la historia todo está co-implicado-, las reacciones a un mensaje son ecos del mismo mensaje y lo importante no es tanto su afirmación o negación sino su síntesis dialéctica. Cuando algo aparece en la historia, ya sea un objeto físico o una idea, o incluso una impostura, negarlo es ridículo.

Ahora bien, aun asumiendo el papel de eco o de réplica, lo cual no importa porque por algo se dijo aquello de que caminamos a hombros de gigantes, es de honradez jugar el papel que nos toca y tratar de establecer criterios analíticos con los que poder avanzar. Así, en lo que se refiere a la posmodernidad, podemos considerarla formalmente como una cualidad objetiva que se encuentra en cualquier expresión intelectual propia del actual momento de crisis general del capitalismo, considerando así la modernidad como la expresión filosófica de la era histórica de la burguesía y del capitalismo, que ahora, en su momento de colapso y desintegración, solo puede expresarse mediante la retórica posmoderna, es decir, caracterizarla como la época en la que vivimos.

O bien, debemos enfrentarnos a la cuestión y considerar la posmodernidad de una manera sustantiva, como una corriente ideológica que ofrece una interpretación consistente, entre otras cosas, en la negación de la lucha de clases y de la superación revolucionaria del capitalismo. Esto no excluye necesariamente lo primero, sencillamente es un acto de compromiso con los acontecimientos, porque no podemos escapar de la posmodernidad debemos enfrentarnos a ella, porque asumir honradamente nuestro papel en la historia es un acto revolucionario.

Hay que tener en cuenta la situación histórica de crisis general del capitalismo, una situación de quiebra y desintegración del orden dominante en la que se agudizan todas sus contradicciones. En estos casos de crisis históricas, la expresión ideológica general es el auge de todo tipo de idealismos, irracionalismo, individualismo, pesimismo, misticismo, etc.; frente a ello, no vale solo con un análisis descriptivo de la situación, hay que implicarse, comprometerse y tomar partido. En épocas de crisis, frente al idealismo que se sustrae de la realidad alienándose todavía más, es necesario el pensamiento transformador, es decir, la ideología revolucionaria. Esta, por su naturaleza transformadora, no puede ser más que dialéctica ya que la historia se desarrolla mediante contradicciones, que no aparecen y desparecen sin más, sino que avanzan en el tiempo conservando todo lo verdadero que había en ellas. Es obligado, por tanto, que una conciencia revolucionaria asuma mediante este proceso de negación lo que hay de verdad en las ideas en disputa, no hacerlo es permanecer en el idealismo que da la espalda a la realidad. Porque en la asunción de las contradicciones es cuando se avanza, entonces  la verdad es revolucionaria.

Así, en la confrontación ideológica actual, podemos apropiarnos  interesadamente de la dicotomía entre apocalípticos e integrados que Umberto Eco estableció en su análisis sobre las relaciones entre medios de comunicación, cultura y masas, situando dos polos antitéticos,: el apocalíptico que observa la cultura de masas producida a través del cine, los cómics, la música, etc., como si fuese la anticultura o el final de la civilización; y al otro lado, el integrado, el consumidor acrítico de la galaxia Gutenberg que alegremente asume el diseño global de mensajes e imágenes. Hoy en el debate sobre la posmodernidad podríamos dar, mutatis mutandis, el mismo carácter de apocalípticos e integrados a los antiposmodernos y a los posmodernos. Por una parte tenemos a los posmodernos, integrados en el pensamiento hegemónico, con todas sus categorías de análisis con las que difuminar el papel de las condiciones materiales, de la organización colectiva, de la transformación revolucionaria por el socialismo, con todas sus narrativas en las que el sujeto se fragmenta, se convierte en un significante cuyo significado, dado por las formas de poder históricas, se performativiza en pura y hueca transgresión. Y frente a ellos tenemos los antiposmodernos, apocalípticos que levantan un muro de reacción negacionista con la que etiquetar de posmoderno todo lo que no suene a una salmodia anquilosada de retórica pseudo intelectual, empleando expresiones como “cultura woke” o “marximo cultural”, rechazan la lucha feminista, el derecho de autodeterminación de los pueblos, la lucha LGTBI, la lucha por el medio ambiente, la lucha contra el racismo, contra el maltrato animal, etc., para finalmente encubrir un nacionalismo chovinista, machismo, xenofobia, o etnocentrismo, es decir, las formas de pensamiento más reaccionario.

Así en ambos casos, con la posmodernidad y con la reacción, encontramos el anverso y el reverso de la misma forma de idealismo. Ambas representan las formas de pensamiento de las que se vale la oligarquía para la reproducción de su dominación. Ambas son igualmente posmodernas en un sentido sustantivo, porque se explican desde la quiebra intelectual y política propia de la crisis general del capitalismo sin ofrecer una propuesta transformadora y revolucionaria. Ambas sirven para impedir la emancipación de toda forma de opresión, y ponen a la clase obrera frente a un callejón sin salida en el que o se aliena en los galimatías posmodernos de relatos, micropoderes y miradas problematizadoras, o se aliena con los posicionamientos más ultras y reaccionarios.

Eduardo Uvedoble

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