De forma incesante, la locomotora capitalista, alimenta un pensamiento, el cual cala en mayor o menor medida, en el modo en cómo miramos al mundo y cómo nos posicionamos ante éste.

Cuánto de “supuestamente fácil” resulta, en el actual escenario histórico, dejarse llevar por un volátil presente, del cual no somos los actores principales; quizá ilusoriamente, tan sólo eternos secundarios. En ocasiones, el sistema permite que hagamos algún cameo, por el cual sintamos, efímeramente, que rompemos alguna de las cuerdas que nos manejan y podamos así sostener, con cierta “independencia”, ciertas decisiones en distintas áreas de nuestra vida, pese a que éstas se estrellen una y otra vez con la locomotora sin frenos del capital, la cual, en ocasiones, se ofrece en versión “golosa” para despistar a nuestra clase y sobre todo a nuestra juventud que, en su lucha a contra reloj por alcanzar ese horizonte incierto que nos depara la bestia, hace por gestionar y saborear las supuestas “mieles” de sus migajas, en una rueda sin fin y con difícil escapatoria.

Mientras la juventud sortea este laberinto, inexorablemente asume el riesgo de ahogar su inconmensurable potencial, mientras lucha por liberarse de dicha condena; la condena del macabro programa que el capital le tiene encomendado, siendo éste catalizador de distintas realidades que hieren de muerte a la verdadera libertad, como es la organización activa y plena en la toma de decisiones, en todo aquello que verdaderamente atañe a la vida de las personas, en las distintas esferas de su vida; y no la libertad de poder hartarte a cañas. 

Los y las jóvenes de extracción obrera y popular condenados a no tener voz ni voto, conducidos por el capital al páramo yermo de la historia.

Una juventud condenada por los agentes del capital, a un estado de barbecho indefinido, a un porvenir difuso, sin horizontes nítidos. Y es aquí donde surge el cambio de tornas. Una juventud sin objetivos claros ni método emancipador es enormemente maleable, nunca será considerada un peligro que resquebraje lo más mínimo el orden imperante, pero sí aquella juventud dotada no sólo de esperanza vana, sino de un marco ideológico que la empuje, como sujeto revolucionario, en la consecución de una ilusión colectiva y concreta, reconocidos como una misma clase, no siendo otra, que la juventud de extracción obrera y popular, la cual analiza la realidad en su dialéctica material e histórica, tomando partido en ella.

Resumidamente, sería en estas condiciones cuando la juventud deviene en la masa imprescindible.

Pero cuando se carece de una hoja de ruta, se cae no pocas veces en la cultura de la inmediatez y en definitiva del individualismo, del sálvese quien pueda. Resulta relativamente fácil dejarse llevar en este perverso escenario, por la adrenalina de un macabro sentimiento religioso, de que pase lo que tenga que pasar o por el mantra de algunos seguidores de Paulo Coelho, Maktub siendo éste el estandarte del inmovilismo, ya que considera que todo está escrito.

La cultura del esfuerzo y la organización colectiva, en esta coyuntura, dan paso al nefasto Que salga el sol por Antequera. Estas pequeñas narrativas, infiltradas sucintamente en nuestra cotidianeidad, y que se repiten secuencialmente hasta la saciedad, no dejan de ser entregas y genuflexiones constantes a los requerimientos del capital. La inoculación de este relato en nuestra juventud dificulta enormemente, que puedan explorar sus incuestionables capacidades en torno a la conquista de sus derechos y al descubrimiento, sin medias tintas de que, indiscutiblemente, la juventud es el motor necesario e imprescindible de la historia.

La juventud en esencia es revolucionaria, tiende a la rebelión, al estallido y la bestia lo sabe. No pudiéndose permitir que la gran masa, adormecida despierte y dé a conocer su genuina naturaleza, siendo ésta un manantial constante.

Una juventud, a la que se le niega incluso el conocimiento de históricas referencias de lucha colectiva, las cuales partían de una meta; de un método cristalino, fruto de organización y lucha. Y es aquí, donde si me permiten, levantaré la alfombra del olvido, con el fin de rescatar una digna y colosal hazaña de la historia de este país, siendo esta, la Rebelión de los yunteros, de un 25 de marzo de 1936.

No son pocas las fuentes de las que beber para acercarse y conocer cualitativamente el gran hito histórico que narra esta efeméride y que conmocionó más allá de nuestras fronteras. Con el presente artículo, no se pretende plasmar una realidad estática, sino un humilde resumen y análisis con el fin de ensalzar cómo se materializó la superación de una condena de siglos por parte, en este caso, de la masa campesina; la cual se dotó de ilusión, de método colectivo y solidario, con plena conciencia de clase, en lucha contra un sistema que pretendía su desaparición por inanición.

Un 25 de marzo de 1936, alrededor de setenta mil yunteros extremeños cambiaron la historia. Como referencia la huelga del campesinado de 1934 por la reforma agraria, que en pleno bienio negro de la Segunda República, dio con trece muertos y en torno a treinta mil detenidos.

La nobleza y el clero sabotearon con saña cualquier posibilidad de que el campesinado se levantara, temerosos de que penetrara la luz en sus mentes. Mientras tanto, todo se les negó, se cuartearon sus posibilidades de subsistencia a límites de asfixia inhumana; ni al monte comunal tenían derecho, ni a recoger unas bellotas, ni cazar mínimamente para alimentar a sus familias; las peonadas disminuían y no alcanzaban para la masa ingente de yunteros y campesinos; llegándose a testimoniar, que los hijos del campesinado, en regiones como La Siberia extremeña, llegaron a comer tierra y hierba para calmar el hambre.

Se asociaba a la República con la reforma agraria, pero esta no llegaba. Mientras tanto la reacción agudizaba su violencia, siendo una de sus estrategias mantener al campesinado en el analfabetismo, pero la República tuvo experiencias pedagógicas que acercaron la cultura al pueblo, de la mano de personajes de la talla de Lorca y Miguel Hernández.

Pero sorpresivamente, para aquellos que en el bienio negro pretendían abdicación, encontraron rebelión.

El campesino se formó; aprendieron, no pocos, a leer y escribir. El campesino perfeccionó y desarrolló a un alto nivel y colectivamente, una red solidaria donde no sólo compartían el pan, sino también la conciencia, siguiendo instrucciones de la Federación española de trabajadores de la tierra (FETT).

Llegó el 25 de marzo del 36, aquí no hubo mantra, esta vez el sol no debía salir por Antequera, pero sí había método, ilusión y clamor de justicia.

En torno a las seis de la mañana, alrededor de setenta mil yunteros, hombres y mujeres, salieron de sus pueblos, siguiendo instrucciones de la FETT, sin más armas que sus aperos de labranza, entonando La Internacional y al grito de Viva la República. Salieron de 280 pueblos, la gran mayoría de la provincia de Badajoz, logrando incautar y ocupar 3000 fincas; todo ello en 24 horas y sin derramar una sola gota de sangre. Los campesinos acudieron con serenidad a labrar los lotes de tierras que les habían asignado en la federación.

Una revolución pacífica y reconocida por el gobierno de la República y que aterrorizó a los grandes terratenientes. Dicha gesta titánica, fue paradigma para el campesinado de otras regiones, y de no ser reprimida salvajemente, tras el alzamiento militar fascista el 18 de julio del 36, la España terrateniente hubiese caído en cuatro días. Pero el horror y la caza sistemática se dieron cita en la posterior contienda, y a mediados de agosto del 36 y en poco más de 48 horas en torno a 4.000 personas fueron ejecutadas a manos de carniceros en la ciudad de Badajoz.

Poner en conocimiento dicha rebelión, la cual es considerada como uno de los principales detonantes del golpe fascista y de su inmediata venganza, no corre más aventura que la de defender la conciencia y la memoria. Una memoria histórica pura, sin ambivalencias ni equidistancias, alejada de la criminal impunidad y de los marcos del pacto social, entre otros términos, proclama la actual y perversa ley de memoria “democrática”.

La rebeldía es inherente a la juventud, susceptible a la adquisición de conciencia y método revolucionario, el cual canaliza y vislumbra sus deseos y necesidades reales.

No todo está escrito. Jóvenes, que no os quepa duda de que sois el motor de la historia, capaces de poner en jaque y contra las cuerdas al sistema. Desde la militancia del PCPE y la JCPE os tendemos la mano siempre.

¡Porque el mundo debe cambiar de base!

Ivana D.C.

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