Soraya estaba “extremadamente alicaída” porque no podía cumplir con su empecinada ofuscación. La infortunada había dejado de comer, de beber, de dormir y no crecía hasta que sus padres la llevaron al médico de cabecera que diagnosticó: “la chiquilla tiene una idea obsesivo-compulsiva que se está apoderando de su regordete cuerpecín, esta niña no va a medrar hasta que no ejercite el oficio para el que Dios la trajo al mundo; servir, servir a España”.
Rajoy, que cuando está “moderadamente contento” tiene problemas de rotacismo y en las erres se encasquilla, consciente de sus estrecheces y limitaciones, rebuscaba entre sus colaboradores al que tuviera mejor vocalización. El candidato o candidata tendría que decir cien veces sin escurrirse, recorte, rescate, reducción, rebaja, reconversión, recaudación, restricción y reforma.
Al presidente le habían hablado de una tal Soraya que era una máquina en lo del redoble, de modo que se dijo: ¡¡guedios!! (léase rediós con muchas admiraciones) ¡¡traedme a la muchachita pizpireta, jacarandosa y vivaracha de Valladolid!! y sin más averiguaciones se la trajo pa Madrid en un carro de bueyes y la nombró vicepresidenta. Cuando Don Mariano, con una voz imperativa le dijo “ven pacá cordera” ella se apretó la faja, pues estaba ya de 15 faltas y se puso a hacer prácticas de vibraciones linguales, repitiendo hasta la extenuación “el perro de San Roque no tiene rabo porque Rodrigo Rato se lo ha cortado, debajo un carro había un perro vino otro perro y le mordió el rabo y el pobre perrito quedó rabiado” y tan reverberadas, redundantes y repiqueteantes le salían las erres que se quedó para siempre siendo el báculo de Don Mariano.
Cuando vimos aparecer a aquella cosita que no alcanzaba los ocho palmos de los pies a la cabeza, tan rechonchita, tan retrechera, con su media melena y sus morritos pulposos, caminando con esos pasitos cortos que son una verdadera provocación, se nos quedó su imagen impresa en la memoria y los más licenciosos no pudieron apartarla nunca más de sus más ocultos pensamientos.
Pero vamos a tratar de reanudar el hilo de la conversación que lo nuestro no es el epicureísmo, nosotros queremos realzar los valores que distinguen a la periforme y redondeada vicepresidenta de Gobierno, que no queremos quedar como unos seres brutotes y carentes de sensibilidad.
Y es que Soraya ha tenido algunos golpes que no nos queda más remedio que relatar aquí para que nuestros lectores no pierdan de vista el paño. Tal como nos refieren unos conocidos, la vice se despachó hace unos meses retirando la prestación a medio millón de desempleados que según ella defraudaban a la Seguridad Social, argumentando con mucha labia, que la lucha contra el fraude era una prioridad para su gobierno, pero la tía lo soltó con un arte, una gracia y un brío que no podemos explicarnos cómo de una cosa tan pequeña puede salir una barbaridad tan grande. Oye, nos dejó helados. Lo sorprendente del caso es que la vicepresidenta aún conserva los dientes.
Ahí donde la veis que parece que está sin terminar, la tía es dura como un pedrusco. Todavía recordamos el estruendo que se armó cuando a los cuatro días de dar a luz se sumó al fiestorro para celebrar el triunfo electoral con sus compadres los populares. Con ese anhelo de servicio a España, renunció a las 16 semanas de permiso por maternidad y cuando le preguntaban por la criatura, que no había cumplido los seis días, aferrándose a la barandilla del balcón de Génova mientras expulsaba la placenta respondía con el rostro desencajado: “el crío a mí plin, yo lo que quiero es servir a España”. Hasta los periodistas la tranquilizaban: “sosiéguese Doña Soraya que el nombramiento es pa usté” pero ella clavando los ojos en la Cospedal que tiene mejor planta y donaire pero que es una envidiosa, seguía recitando trabalenguas con erre para darle en los morros y disipar dudas porque si ella ganó el puesto ¡por algo será!
Telva Mieres