La historia de Ruanda es la de un África empantanada en sangre por el imperialismo.

Los autores materiales e intelectuales del exterminio mutuo entre hutus y tutsis, que fue espoleado hasta sus últimas consecuencias en la tierra de las mil colinas sobre todo a partir de abril de 1994, aprovechan la conmemoración del vigésimo aniversario del inicio de aquella matanza colectiva para fundamentar sobre buenas intenciones la política intervencionista que sigue proyectando la barbarie capitalista en el Sahel, el Cuerno de África y el África subsahariana.

Bajo el disfraz de programas de cooperación y ayuda al desarrollo, la llamada "civilización" patrocina gobiernos reaccionarios de países clientelistas en la zona o bien intervenciones militares y acuerdos comerciales de venta ilimitada de armas a grupos guerrilleros desestabilizadores de dudosa procedencia. Zurrar la badana o sumir en el caos permanente a cualquier nación que ose cuestionar el statu quo es la perversa lógica de dominación utilizada por los monopolios para satisfacer sus intereses.

El atraso cultural que arrastran los pueblos africanos y el atavismo que generalmente envuelve cada una de las costumbres que rigen estas sociedades son señalados por los politólogos y voceros del capital como las principales causas de guerras como las que asolaron Ruanda y después el Congo, Sudán, Eritrea o Somalia. A fuerza de repetir hasta la saciedad esta imagen adulterada del oprimido negro, el aparato ideológico del bloque oligárquico-burgués del Estado español omite por completo la responsabilidad directa del empobrecimiento de África que tienen los ejércitos de los monopolios y sus agencias de espionaje que, junto a las recetas financieras de obligado cumplimiento trazadas por los bancos acreedores mediante el uso del FMI o el BM, complican cualquier posibilidad de desarrollo humano en este continente y buscan eliminar de golpe el fortalecimiento de sus fuerzas progresistas. Sería injusto no tener en cuenta el papel tan importante que desempeñan las ONG's y las misiones religiosas a la hora de encubrir al verdugo.

Los organismos multilaterales políticos y económicos y las alianzas imperialistas defienden “objetivos comunes” de los monopolios en África y otros rincones del planeta, si bien hay veces en las que surgen conflictos entre los mismos polos imperialistas que integran una misma alianza militar e incluso entre Estados que conforman un polo imperialista, apareciendo de esta manera guerras de rapiña que deciden cuál es el grupo de bandoleros internacionales al que corresponde llevarse la mayor parte del botín usurpado a los trabajadores.

La guerra de Ruanda sólo se puede entender en este contexto de lucha de clases librada a nivel mundial y en el serio retroceso momentáneo que sufrió el movimiento obrero internacional al imponerse la contrarrevolución en el Este, que desde luego supieron aprovechar algunas potencias para mover las fichas sobre el tablero geopolítico en su búsqueda desesperada de atalayas sobre las que poder controlar vitales rutas comerciales y recursos minerales limitados.

Fueron las leyes del capitalismo y la pugna interimperialista, como el pulso mantenido entre la Francia de Mitterrand y los Estados Unidos de América por ver quién ganaba el control hegemónico del territorio de la francophonie -curiosamente las dos potencias pertenecen a la alianza otanista-, las que exacerbaron los rasgos sociales diferenciales que existían desde antes de la llegada de los europeos entre los agricultores hutus y los pastores tutsis hasta conducirlos a una espiral de guerra aniquiladora y a un grado de crueldad realmente espantoso que deliberadamente ocultaron a la comunidad internacional -para la política exterior imperialista importan más las mentiras que escribe por encargo en su blog la cubana Yoani Sánchez que los gritos desesperados de Roméo Dallaier, comandante de la misión militar especial de las Naciones Unidas que debía garantizar la paz en Ruanda, al ver que cerca de un millón de civiles eran aniquilados o cientos de miles de mujeres y niñas violadas a lo largo de catorce semanas por las milicias Interahamwe y la guerrilla tutsi de Paul Kagame-. Tal es el fin, a pesar de las invectivas demagógicas de los reformistas contra el campo socialista, al que conduce el capitalismo y el trágico destino que tiene reservado para África y la mayor parte de la humanidad si nadie es capaz de hacerle frente.

Veinte años bastan para apreciar que las desigualdades mundiales tienden a aumentar con el capitalismo. La guerra y el salvajismo de millones de hombres no es sino la consecuencia de sus políticas. El altermundismo, fuera del envase teórico en el que se originó, no sirve para nada. En estas dos décadas se ha vuelto a sembrar la simiente de presentes y futuras Ruandas.

La industria bélica de los monopolios españoles tendría mucho que contarnos por ejemplo sobre algunos de los ocho millones de congoleños que desde 1996 han muerto o han sido mutilados como consecuencia de una explosión de una mina, una granada o una bala de un fusil en una guerra que llaman civil desde fuera pero que para los que se ven arrastrados a ella sobre el terreno carece de verdadero sentido. Pedro Morenés, el actual ministro de Defensa, fue consejero de Instalaza S. A., empresa que fabricaba y vendía bombas de racimo a países africanos. Pedro Morenés, también fue presidente de Segur Ibérica, empresa que suministra paramilitares mercenarios a los atuneros vascos que operan en el Índico; Carme Chacón firmó y subvencionó esos contratos millonarios con Segur Ibérica mientras ocupó la poltrona que ahora calienta el señor Morenés; las FF. AA. españolas cuentan con presencia militar como personal de apoyo o instrucción en Gabón, Mauritania, Somalia, República Centroafricana, Sudán del Sur, Mali, Yibuti y Costa de Marfil; en este último país el general español Carlos Aparicio comanda una fuerza de ocupación de la ONU de 8.400 soldados; en las aguas territoriales de Somalia, además de los paramilitares de la empresa de Morenés, también navegan las modernas fragatas de la Armada; la Base Aérea de Gando en Gran Canaria sirve de punta de lanza para misiones de la OTAN; el ministro de Exteriores Margallo ya ha advertido de las grandes posibilidades que ofrece el gas argelino después de que la crisis ucraniana haya metido el susto en el cuerpo a los países del que dependen del gas ruso; las zarpas de los monopolistas españoles y franceses ya apuntan hacia las dunas argelinas imaginando las ganancias que obtendrán por las tasas de peaje cuando se amplíen los gasoductos que deben transportar la riqueza de su suelo... ¡Aquí tenemos a los grajos que transportan el abono de la muerte a un África ruandizada!

La existencia del Bloque del Este probó la viabilidad de un proyecto internacionalista basado en la colaboración equitativa entre pueblos soberanos. La lucha antimperialista adquiere, pues, en nuestro país un factor vertebrador determinante y esencialmente clasista que se convierte, sin ninguna duda, en una necesidad prioritaria para garantizar la paz mundial, el derecho de las naciones a decidir sobre su destino y el progreso material y espiritual del ser humano. El avance revolucionario hacia un modo de producción socialista y la lucha por la salida inmediata de la UE, el € y la OTAN se convierten en tareas ineludibles e impostergables para la clase obrera y los sectores populares del Estado español.

Santiago Ibero

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