“No puedo aceptar que se me trate como si fuera el afectado de un terremoto, no se trata de un fenómeno natural. Aquí hay culpables”. Quien así se manifestaba días después del derrumbe del puente Morandi de Génova, ocurrido el pasado 14 de agosto, y que ha ocasionado la muerte de 43 personas y 16 heridos de diversa consideración, es Ennio Guerci, uno de los 664 afectados por los desahucios tras el desastre. Aquel día, sobre las 12.00 horas del mediodía y en plena estación estival, miles de personas viajaban en sus coches por la autopista de peaje A10. Unas para ir a sus trabajos respectivos, otras simplemente para disfrutar de sus vacaciones al lado del mar. Eso era sin contar con que súbitamente un tramo de 200 metros del viaducto, a su paso por Génova, se venía abajo arrastrando a decenas de vehículos con sus ocupantes en una caída al vacío de más de cuarenta metros de altura El espectáculo era horrible, dantesco. Las dos vías del puente en ambos sentidos se habían hundido, y los coches y camiones que habían caído sobre las casas y edificios construidos debajo del puente se agolpaban unos encima de otros en un amasijo espantoso de chatarra, escombros y desechos humanos. Algunos cuerpos yacían destrozados en el interior de los automóviles mientras que otros, entre ellos el de algún niño, habían sido arrojados al exterior impactando violentamente en el suelo a muchos metros de distancia. ¿Cómo podía ocurrir aquella hecatombe en la Italia de 2018? No era Bangladesh ni la India, donde miles de obreros/as del textil, vilmente explotados/as, mueren aplastados/as por el hundimiento de “los talleres de la miseria”. Aquí estamos hablando de un país que, según el FMI, es la tercera economía europea y la séptima mundial. Entonces, ¿Por qué tamaña catástrofe?

Después de Bulgaria, Hungría y Polonia son Austria e Italia los países que, en estos últimos meses, han visto subir al poder fuerzas de extrema derecha. Austria creando de alguna forma una continuidad territorial entre esos estados del centro-este europeo muy hostiles a la inmigración y una Italia que inaugura una alianza insólita entre un movimiento “post-ideológico” y la extrema derecha. Examinemos estas preocupantes dinámicas políticas dirigiendo también la mirada hacia Alemania, Francia y Grecia donde la extrema derecha en los dos primeros países, y los neonazis de “Amanecer Dorado” en el tercero, van viento en popa. Un amenazador horizonte para la clase obrera ya que el fascismo es garante del capitalismo más voraz.

Pese al silencio de los medios de comunicación españoles, un fantasma recorre Francia: el fantasma de mayo del 68. Ferroviarios de la SNCF (en español: “Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses”), carteros de la Poste (Correos), jubilados, estudiantes universitarios, trabajadores de Air France, abogados y empleados de la magistratura, barrenderos, ecologistas, personal de hospitales públicos, etc. se han puesto en pie de guerra a través de huelgas y manifestaciones para intentar impedir las reformas que el gobierno de Emmanuel Macron quiere imponer para aniquilar progresivamente los servicios públicos y los derechos sociales que han distinguido y distinguen Francia del resto de países europeos. Un fantasma que toma cuerpo a medida que pasa el tiempo y que hace temblar a este fatuo defensor del capitalismo galo. Como antaño, es decir, hace ahora 50 años, le sucedió a su homólogo, el general De Gaulle, quien, ni corto ni perezoso, y en plena crisis política, se fugó a la chita callando a Baden-Baden, en la República Federal Alemana, para organizar, en caso de necesidad, y en un gesto de demócrata ejemplar, la intervención del ejército francés estacionado en aquel país.

El 15 de enero de 1939 el general Yagüe toma Tarragona, y días después comienzan intensos y regulares bombardeos sobre Barcelona. Nadie duda de la caída de la Ciudad Condal. Tampoco de las represalias brutales que tendrán lugar después. El pánico cunde entre la población, y la gente sólo piensa en huir para salvarse.

Antonio Machado urgido por las autoridades republicanas debe prepararse para salir hacia Francia. El 22 de enero Antonio, su madre, su hermano José y su cuñada Matea suben con lo puesto al coche que los lleva a la Dirección General de Sanidad. Allí la espera se eterniza. A las tres de la madrugada, el vehículo con los Machado y una ambulancia llena de intelectuales se dirigen hacia Girona. La caravana enfila la carretera del litoral y, tras horas de viaje, penetra hacia el interior rodeada de espesas arboledas. Al amanecer del día 23 llegan a Girona. La ciudad está atestada de toda clase de vehículos repletos de gente que huye despavorida. Finalmente los coches llegan por caminos comarcales a Cervià del Ter. Allí el alcalde les recibe y les ofrece comida caliente antes del asalto final a la frontera.

Nabi Saleh es una aldea de unos 600 habitantes situada en un bonito valle frente a la colonia judía de Halamish, al noroeste de Ramala, en la ocupada Cisjordania. Allí, en una modesta casa vive la familia palestina Tamini: Bassen y Nariman y sus hijos, Mohamed, de 14 años de edad, y Ahed Tamini, de 17 resplandecientes primaveras. Como cada viernes, y así desde 2008, año en que los colonos les robaron su manantial de agua obligándoles a disponer solo de 12 horas de agua al día e impidiéndoles bañarse en aquel lugar, los Tamini, junto con las demás familias palestinas del municipio, manifiestan enérgicamente su repulsa a la ocupación israelí. Una presencia insoportable cargada de provocación, despotismo y hostigamiento, que casi siempre degenera en historias de piedras, detenciones, botes de humo, pelotas de goma y muertos, como Rushdie, el tío del pequeño Mohamed. Y en cada ocasión, la adolescente Ahed Tamini, poniendo en riesgo su propia vida, coge con determinación su móvil y graba sin parpadear las cargas brutales del ejército invasor sobre su familia y camaradas. Después cuelga las impactantes imágenes en su canal de You Tube, convirtiendo la cámara –como ella misma dice - en “un arma contra la ocupación israelí, y para contrarrestar su propaganda que intenta, con la colaboración de los poderosos medios de comunicación occidentales, identificar a los palestinos con terroristas”.

Y ya son veinte y cuatro las consultas electorales al pueblo venezolano desde que Hugo Chávez Frías fue elegido presidente de Venezuela el 6 de diciembre de 1998 con la promesa de reformar la Constitución y liderar profundos procesos de cambio en ese país. Un proyecto político que acabó llamándose “Socialismo del siglo XXI”. Desde entonces, elecciones libres, universales, directas y secretas de toda índole, se han sucedido en la patria de Simón Bolivar: elecciones presidenciales, referendos constitucionales, elecciones regionales, municipales, legislativas, etc., etc. Y en todas, menos en dos ocasiones: las legislativas de 2015 y las municipales parciales de 2014, la victoria ha sido para las fuerzas que apoyan la revolución venezolana, es decir el Movimiento V República (MVR), el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) o la coalición Gran Polo Patriótico (GPP), integrada por partidos políticos de izquierda como el Partido Comunista de Venezuela (PCV) o la Unidad Popular Venezolana (UPV), entre otros.

 

Ástor, no tengo el gusto, o lo contrario, de conocerte personalmente. He leído algunos artículos tuyos publicados en Unidad y Lucha cuando Emma Esplá era directora del periódico, y creo que después también. Entonces tú eras asiduo colaborador del órgano del Comité Central del PCPE y más tarde, si no me equivoco, responsable de relaciones internacionales del Partido, o quizás al revés, en fin eso da igual. El caso es que he de confesarte sinceramente que, en general, compartía algunos de tus análisis y opiniones. Y no pongo comillas en esos términos. Me parecían reflexivos, intensos, productos de una realidad no deformada, y siempre defendiendo los intereses de la clase obrera y el socialismo. Fue el caso, por ejemplo, del artículo publicado en el mes de enero de este año sobre Macri y la situación argentina después de la derrota del “kirchnerismo”, pero igualmente cuando, en otras ocasiones, denunciaste en tus escritos el carácter oportunista y reformista de Podemos. Tu estilo me pareció claro, conciso y, por supuesto, de enjundia revolucionaria. Es decir, acorde con el proyecto político y con la sociedad comunista que defendemos desde hace muchos años en esta publicación bajo el aforismo marxista: “de cada cual según sus capacidades”. Sin petulancia, sin doctas lecciones, humildemente, pero creyendo de veras en lo que hacemos, y orgullosos/as de participar en esa dura tarea que es difundir informaciones, comentarios y reportajes que permitan, a la clase obrera y a otras capas populares, afrontar el tremendo bombardeo mediático de la burguesía.

No cabe duda. ¡España es diferente! Todavía mejor: “Spain is different!” que para eso estamos lobotomizados. Perdón, quise decir globalizados. El caso es que lo que está sucediendo en Catalunya, y por rebote en el resto del Estado español, alcanza cotas de puro esperpento. Ya saben, aquel magnífico género literario creado por el genial Ramón del Valle-Inclán en el que, a beneficio del poder, “se deforma sistemáticamente la realidad recargando sus rasgos grotescos y absurdos”. Así, algo tan sencillo y democrático como el que la gente pueda manifestar su opinión a través del voto, ha sido, y es presentado por un poder corrupto como un auténtico delito. Peor aún, ese bloque de poder y sus inestimables medios de comunicación, han movilizado a los/as españoles/as más castizos/as (esos/as que creen brazo en alto que esta tierra es coto de su propiedad) contra ese derecho fundamental: “el de estar unidos y de separarnos si nos queremos separar”, como precisaba Carmelo Suarez, el secretario general del PCPE, en el acto sobre el centenario de la revolución bolchevique el pasado 14 de octubre en Madrid.

Durante la última campaña electoral, y mientras militantes del PCPE distribuíamos propaganda del partido por las calles de nuestro árido pueblo, unos conocidos currantes, que habitualmente compran nuestra prensa con cierto interés, nos abordaron entusiasmados gritando que había llegado “la hora del cambio real”, que lo que nosotros defendíamos y por lo que luchábamos desde hacía años, y lo que ellos sostenían políticamente, era ídem de lo mismo. Se referían al movimiento surgido del 15M, en concreto a Podemos y a sus cachorros. Argumentaban alborozados que la discrepancia residía en una cuestión de táctica, de simple forma, pero que en el fondo ellos también querían la desaparición del capitalismo y, por supuesto, la victoria del socialismo. Que efectivamente “las cosas no se podían decir así, a lo bruto, porque daban miedo al respetable pero que en realidad el asunto iba como lo del caballo de Troya, y que, en poco tiempo, iba a salir polvo de lo mojado”. Y la fábula caló y coló.

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