Este programa se mantuvo en vigor hasta el VIII Congreso del Partido bolchevique, convocado después del triunfo de la revolución proletaria, en el que fue aprobado un nuevo programa. El Congreso hubiera debido aprobar también los estatutos, para poner fin a los métodos artesanos de trabajo y al espíritu de círculo, a la dispersión orgánica del Partido y a la ausencia de una disciplina firme dentro de él.

La fórmula de Lenin consistía en que solo pudiese ser miembro del Partido quien aceptase su programa, ayudase al Partido en el aspecto material y estuviese afiliado a una de sus organizaciones. La fórmula de Mártov no reputaba requisito indispensable el hecho de formar parte de una organización del Partido.

Lenin consideraba al Partido como un destacamento organizado, cuyos miembros no se suman por sí mismos al Partido, sino que son admitidos en él, a través de una de sus organizaciones, sometiéndose con ello a la disciplina del Partido. La fórmula de Mártov, a diferencia de la de Lenin, abría de par en par las puertas del Partido a los elementos vacilantes no proletarios.

El “Bund” pretendía ocupar una posición especial dentro del Partido. Exigía que se le reconociese como la única representación de los obreros judíos de Rusia. El Congreso rechazó el nacionalismo del Bund en materia de organización. En vista de esto los bundistas se retiraron. Retiráronse también dos “economistas”, al negarse el Congreso a reconocer la agrupación organizada por ellos en el extranjero como representación del Partido fuera de Rusia. La retirada del Congreso de estos siete oportunistas hizo que la correlación de fuerzas se alterase a favor de los leninistas.

Graves discrepancias en cuanto a organización dividieron al Partido en dos campos, el de los bolcheviques y el de los mencheviques, de los cuales los primeros defendían los principios de organización de la socialdemocracia revolucionaria mientras que los segundos se hundían en la charca de la desarticulación orgánica, en la charca del oportunismo.

Lenin señaló que el desviar a la clase obrera de la lucha política general contra el zarismo, reduciendo su misión a la lucha económica contra los patronos y el gobierno y dejando en pie e indemnes a uno y otros significaba condenar a los obreros a eterna esclavitud. Los obreros no podrán desplegar la lucha contra el capitalismo, no podrán desplegar la lucha por el socialismo, mientras se alce en el camino del movimiento obrero el zarismo, que es el perro de presa del capitalismo.

Lenin señaló que ensalzar el proceso espontáneo del movimiento obrero y negar el papel dirigente del Partido, reduciendo su misión a la de mero registrador de los acontecimientos, significaba predicar el “seguidismo”.

Sin teoría revolucionaria decía Lenin no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia. Todo lo que sea prosternarse ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del “elemento consciente”, el papel de la socialdemocracia, equivale a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros. Por eso, todo lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de ella, equivale a fortalecer la ideología burguesa”.

Los “economistas” aspiraban a crear un partido de “reformas sociales”, que implicaban el mantenimiento de la dominación del capitalismo; de que, por lo tanto, los “economistas” eran reformistas, que traicionaban los intereses fundamentales del proletariado.

No son las ideas las que determinan la situación económico-social de los hombres, sino que es la situación económico-social de los hombres la que determina sus ideas.

La “Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera” de Petersburgo fue, bajo la dirección de Lenin, la primera organización de Rusia que llevó a cabo la fusión del socialismo con el movimiento obrero.

Los populistas rusos de la década del 90 cerraban os ojos a la situación de los campesinos pobres, a la lucha de clases en el campo, a la explotación de los campesinos pobres por los kulaks y ensalzaban el desarrollo de las haciendas de éstos. En realidad actuaban como portavoces de los intereses de los kulaks.

En la obra “¿Quiénes son los ‘amigos del pueblo’?” Lenin traza las tareas fundamentales de los marxistas rusos. Estos debían, ante todo, tomando como base los dispersos círculos marxistas, organizar un Partido obrero socialista único. Señalaba, además, que habría de ser precisamente la clase obrera de Rusia, aliada con los campesinos, la que derribase la autocracia zarista, después de lo cual el proletariado ruso, aliado a las masas trabajadoras y explotadas y juntamente con los proletarios de otros países, marcharía por el camino directo de la lucha política abierta hacia la revolución comunista victoriosa.

Los “economistas” afirmaban que los obreros sólo debían luchar en el terreno económico, dejando la lucha política a cargo de la burguesía liberal, a la que los obreros debían apoyar. Lenin reputaba estas prédicas de los “economistas” como propias de renegados del marxismo, como la negación de la necesidad de un partido político independiente para la clase obrera, como un intento de convertir a la clase obrera en un apéndice político de la burguesía. Los “economistas” rusos predicaban las mismas ideas que los llamados “bernsteinianos”, es decir, los partidarios del oportunista Bernstein.

Cap. 1: La lucha por la creación del Partido Obrero Socialdemócrata en Rusia (1883-1901)

En la década del 80 la jornada de trabajo, en las fábricas y empresas industriales no era nunca inferior a 12 horas y media, y en la industria textil llegaba hasta 14 y 15 horas. El trabajo de la mujer o del niño se explotaba en grandes proporciones. No se tomaba ninguna medida de protección del trabajo, lo que originaba accidentes en masa y constantes muertes de obreros. No se conocía el seguro obrero, y la asistencia médica sólo la obtenía el que pagaba. Los obreros vivían en condiciones horribles.

En 1875 se organizó en Odesa la “Unión de obreros del Sur de Rusia”. Esta organización obrera, la primera de todas, no vivió más que 8 o 9 meses, siendo aniquilada por el gobierno zarista. El Petersburgo se organizó en 1878 la “Unión de obreros rusos del Norte”.

Hasta la aparición de los grupos marxistas la labor revolucionaria, en Rusia, corrió a cargo de los populistas, que eran adversarios del marxismo. El primer grupo marxista ruso se creó en 1883 bajo el nombre “Osvobozhdenie Trudá” (Emancipación del Trabajo) organizado en el extranjero, en Ginebra, por Pléjanov.

Marx y Engels enseñaron que el derrocamiento del poder del capital y la transformación de la propiedad capitalista en propiedad social no pueden realizarse en modo alguno por la vía pacífica, que la clase obrera sólo conseguirá esto mediante la aplicación de la violencia revolucionaria contra la burguesía, por medio de la revolución proletaria, instaurando su dominación política, la dictadura de proletariado, la cual deberá aplastar la resistencia de los explotadores y crear una nueva sociedad, la sociedad comunista sin clases.

Los populistas no comprendían el papel de vanguardia de la clase obrera. Entendían que la fuerza revolucionaria fundamental no era la clase obrera, sino los campesinos.

Con matar individuos sueltos no se derrocaba la autocracia zarista, ni se destruía la clase de los terratenientes.

¿En qué consistían las falsas ideas fundamentales de los populistas, a las que Pléjanov asestó un golpe demoledor?

Cap. 1: La lucha por la creación del Partido Obrero Socialdemócrata en Rusia (1883-1901)

Hasta la década del 60 del s. XIX existían en Rusia muy pocas fábricas y empresas industriales. Predominaba la economía feudal de los terratenientes nobles basada en la servidumbre de la gleba.

Los residuos del régimen de servidumbre, las enormes contribuciones pagadas al Estado y los rescates agobiantes que había que abonar por la tierra a los terratenientes, que no pocas veces excedían de los ingresos arrojados por las explotaciones campesinas, conducían a la ruina y al empobrecimiento de las masas campesinas y obligaban a los campesinos a marcharse de la aldea a ganar un jornal. Se iban a las fábricas y a las empresas industriales, suministrando a los fabricantes mano de obra barata.

La Rusia zarista era una cárcel de pueblos. Las numerosas nacionalidades no rusas de la Rusia zarista hallábanse completamente privadas de derechos. El gobierno zarista encendía conscientemente las discordias nacionales, azuzaba a unos pueblos contra otros, organizaba progromos de judíos y matanzas entre tártaros y armenios en la Transcaucasia.

El gobierno zarista se esforzaba en ahogar toda manifestación de la cultura nacional y seguía la política de “rusificar” a la fuerza a las nacionalidades no rusas.

Durante 25 años, de 1865 a 1890, el número de obreros, solamente en las grandes fábricas y en los ferrocarriles, aumentó de 706.000 a 1.433.000, es decir, más del doble. Más rápido aún fue el desarrollo que comenzó a adquirir en Rusia la gran industria capitalista durante la década del 90 que se debió, en primer lugar, a la intensa construcción de ferrocarriles.

El propio desarrollo de la industria moderna contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más en favor del capitalista y en contra del obrero, y que, como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, o sea, a empujar más o menos el valor del trabajo a su límite mínimo.

Aun prescindiendo por completo de la esclavización general que entraña el sistema de trabajo asalariado, la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad. En vez del lema conservador de: «¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!», deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: «¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!»

Voy a concluir, proponiendo la siguiente resolución:

  1. Una subida general del nivel de los salarios acarrearía una baja de la cuota general de ganancia, pero no afectaría, en términos generales, a los precios de las mercancías.
  2. La tendencia general de la producción capitalista no es elevar el nivel medio del salario, sino reducirlo.

Por lo que se refiere a la ganancia, no existe ninguna ley que le trace un mínimo. El máximo de ganancia corresponde al mínimo físico del salario y que, partiendo de salarios dados, el máximo de ganancia corresponde a la prolongación de la jornada de trabajo, en la medida en que sea compatible con las fuerzas físicas del obrero. El capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo físico, mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario.

En lo que atañe a la limitación de la jornada de trabajo, lo mismo en Inglaterra que en los demás países, nunca se ha reglamentado sino por injerencia de la ley. Sin la constante presión de los obreros desde fuera, la ley jamás habría intervenido.

En cuanto a los límites del valor del trabajo, su fijación efectiva depende siempre de la oferta y la demanda, refiriéndome a la demanda de trabajo por parte del capital y a la oferta de trabajo por los obreros.

Pero pasemos ahora a los viejos países civilizados, en que el capital domina todo el proceso de producción. Fijémonos, por ejemplo, en la subida de los jornales de los obreros agrícolas en Inglaterra de 1849 a 1859. ¿Cuáles fueron sus consecuencias? Los agricultores no pudieron subir el valor del trigo, ni siquiera su precio en el mercado. Por el contrario, tuvieron que resignarse a verlo bajar. Pero durante estos once años, introdujeron máquinas de todas clases y aplicaron métodos más científicos, transformaron una parte de las tierras de labor en pastizales, aumentaron la extensión de sus granjas, y con ella la escala de la producción; y de este modo, haciendo disminuir por estos y por otros medios la demanda de trabajo, gracias al aumento de sus fuerzas productivas, volvieron a crear una superpoblación relativa en el campo. Este mismo proceso de desarrollo que deja relativamente sobrante el trabajo simple simplifica, por otra parte, el trabajo calificado y por tanto, lo deprecia.

2. Los valores de los artículos de primera necesidad y, por consiguiente, el valor del trabajo, pueden permanecer invariables y, sin embargo, el precio en dinero de aquéllos puede sufrir una alteración, porque se opere un cambio previo en el valor del dinero.

Con el descubrimiento de yacimientos más abundantes el valor del oro descendería, por ejemplo, a la mitad, al 50 por 100. Y como, a consecuencia de esto, los valores de todas las demás mercancías se expresarían en el doble de su precio en dinero anterior, esto se haría extensivo también al valor del trabajo. Por tanto, si el salario del obrero siguiese siendo de tres chelines, en vez de subir a seis, resultaría que el precio en dinero de su trabajo sólo correspondería a la mitad del valor de su trabajo, y su nivel de vida empeoraría espantosamente. Decir que en este caso el obrero no debe luchar por una subida proporcional de su salario, equivale a pedirle que se resigne a que se le pague su trabajo en nombres y no en cosas. Toda la historia del pasado demuestra que, siempre que se produce tal depreciación del dinero, los capitalistas se apresuran a aprovechar esta coyuntura para defraudar a los obreros.

3. Hasta aquí hemos partido del supuesto de que la jornada de trabajo tiene límites dados. Pero, en realidad, la jornada de trabajo no tiene, por sí misma, límites constantes. El capital tiende constantemente a dilatarla hasta el máximo de su duración físicamente posible, ya que en la misma proporción aumenta el plustrabajo y, por tanto, la ganancia que de él se deriva. Cuanto más consiga el capital alargar la jornada de trabajo, mayor será la cantidad de trabajo ajeno que se apropiará.

Al vender su fuerza de trabajo, como no tiene más remedio dentro del sistema actual, el obrero cede al capitalista el derecho a usar esta fuerza, pero dentro de ciertos límites razonables. Vende su fuerza de trabajo para conservarla, salvo su natural desgaste, pero no para destruirla. Al esforzarse por reducir la jornada de trabajo a su antigua duración razonable, o allí donde no pueden arrancar una fijación legal de la jornada normal de trabajo, por contrarrestar el trabajo excesivo mediante una subida de salarios —subida que no basta con que esté en proporción con el tiempo adicional que se les estruja, sino que debe estar en una proporción mayor—,

13. CASOS PRINCIPALES DE LUCHA POR LA SUBIDA DE SALARIOS O CONTRA SU REDUCCIÓN

1. Hemos visto que el valor de la fuerza de trabajo, o el valor del trabajo, para decirlo en términos más populares, está determinado por el valor de los artículos de primera necesidad o por la cantidad de trabajo necesaria para su producción.  Si los salarios no suben, o no suben en la proporción suficiente para compensar la subida en el valor de los artículos de primera necesidad, el precio del trabajo descenderá por debajo del valor del trabajo, y el nivel de vida del obrero empeorará.

Al elevarse la productividad del trabajo, puede ocurrir que la misma cantidad de artículos de primera necesidad consumidos por término medio en un día baje de tres a dos chelines, o que en vez de seis horas de la jornada de trabajo, basten cuatro para reproducir el equivalente del valor de los artículos de primera necesidad consumidos en un día. Disminuiría el valor del trabajo; pero aun con este valor mermado el obrero dispondría de la misma cantidad de mercancías que antes. La ganancia subiría de tres a cuatro chelines y la cuota de ganancia del 100 al 200 por 100. Y, aunque el nivel de vida absoluto del obrero seguiría siendo el mismo, su salario relativo, y por tanto su posición social relativa, comparada con la del capitalista, habrían bajado. Oponiéndose a esta rebaja de su salario relativo, el obrero no haría más que luchar por obtener una parte en las fuerzas productivas incrementadas de su propio trabajo y mantener su antigua posición relativa en la escala social.

2. Los valores de los artículos de primera necesidad y, por consiguiente, el valor del trabajo pueden permanecer invariables y, sin embargo, el precio en dinero de aquéllos puede sufrir una alteración, porque se opere un cambio previo en el valor del dinero.

Con el descubrimiento de yacimientos más abundantes, el valor del oro descendería, por ejemplo, a la mitad, al 50 por 100. Y como, a consecuencia de esto, los valores de todas las demás mercancías se expresarían en el doble de su precio en dinero anterior, esto se haría extensivo también al valor del trabajo. Por tanto, si el salario del obrero siguiese siendo de tres chelines, en vez de subir a seis, resultaría que el precio en dinero de su trabajo sólo correspondería a la mitad del valor de su trabajo, y su nivel de vida empeoraría espantosamente. Decir que en este caso el obrero no debe luchar por una subida proporcional de su salario, equivale a pedirle que se resigne a que se le pague su trabajo en nombres y no en cosas. Toda la historia del pasado demuestra que, siempre que se produce tal depreciación del dinero, los capitalistas se apresuran a aprovechar esta coyuntura para defraudar a los obreros.

uyl_logo40a.png