Ya Engels dibujó lo que es una crisis económica capitalista en el Anti-Dühring: “El comercio se paraliza, los mercados están sobresaturados de mercancías, los productos se estancan en los almacenes abarrotados sin encontrar salida, el dinero efectivo se hace invisible, el crédito desaparece, las fábricas paran, las masas obreras carecen de medios de vida precisamente por haberlos producido en exceso, las bancarrotas y las liquidaciones se suceden unas a otras. El estancamiento dura años enteros, las fuerzas productivas y los productos se derrochan y destruyen en masa, hasta que, por fin, las masas de mercancías acumuladas, más o menos depreciadas, encuentran salida, y la producción y el cambio van reanimándose poco a poco. Paulatinamente, la marcha comienza a andar al trote; el trote industrial se convierte en galope y, por último, en una carrera desenfrenada, en una carrera de obstáculos que juegan la industria, el comercio, el crédito y la especulación, para terminar finalmente, después de los saltos más arriesgados, en la fosa de una crisis”, lo que nos permite comprobar que las tan cacareadas crisis se producen inexorablemente en el marco de las relaciones de producción capitalistas. Todos los afectados –el conjunto de la sociedad- consideran y tratan a la crisis como algo fuera de la esfera de la voluntad y el control humanos, un golpe fuerte propinado por un poder invisible y mayor, como si fuera un terremoto o una inundación, una prueba enviada desde el cielo.

El trabajo de dirección es, por su naturaleza, sus funciones y sus competencias, el tipo de actividad partidaria más responsable y complejo.

Quien dirige, en cualquier nivel que sea (central, regional o cualquier otro escalón), tiene que decidir, orientar, dar directivas e indicaciones, distribuir y atribuir tareas. Tiene que examinar las realidades, las situaciones concretas y los problemas y encontrar respuesta para ellos. Tiene que planificar y programar el trabajo. Tiene que acompañar atentamente el trabajo de las organizaciones o sectores respectivos e intervenir para asegurar la orientación justa, para estimular la actividad, para controlar la ejecución, para conducir la realización de las tareas indicadas.

En “¿Qué hacer?”, Lenin nos explica la necesidad de construir una organización fuerte, flexible, democrática, centralizada, con un aparato central potente y una extensa estructura local, capaz de orientar y dar unidad a las luchas obreras y populares en pos de los objetivos revolucionarios. Centralización política y de la política del partido necesaria y urgente. Lo exige la constante intervención burguesa para lograr la pasividad y alienación de las masas y el incesante ataque a nuestra ideología. En los siguientes fragmentos, veremos cómo caracteriza Lenin la organización revolucionaria que necesita urgentemente la clase obrera.

Fragmentos de ¿Qué hacer? sobre cómo actuar los militantes comunistas (socialdemócratas en tiempo de Lenin), siempre al frente de las masas en todo tipo de lucha, pero sin ocultar nuestro objetivo de lucha por el socialismo-comunismo.

Lenin nos muestra cómo la organización revolucionaria debe intervenir en gran diversidad de luchas, dándoles unidad y continuidad hacia los objetivos revolucionarios.

"La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas. Pero no utiliza la agitación "económica" exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático.

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