La producción capitalista solo es capaz, por tanto, de desarrollar el mecanismo del proceso social de producción socavando, al mismo tiempo, las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” Karl Marx El Capital Tomo I

Así de claro lo exponía Marx, y así de evidente se ha demostrado en el desarrollo histórico del Capitalismo hasta la actualidad.

Un simple análisis de la realidad realizado bajo el prisma de la honestidad y el más primario sentimiento de fraternidad humana, conduce a ello sin lugar a duda. Mucho más aun, si el diagnóstico que realizamos lo fundamentamos en las categorías científicas de la dialéctica materialista.

El Capitalismo destruye la Vida humana y el nicho ecológico que permite su reproducción.

Una afirmación que, desde el campo revolucionario, no es posible negar sin abandonar el mínimo rigor y coherencia argumental y, lo que es todavía más grave, sin incurrir en un error de principios.

En la consideración del ser humano y la naturaleza como parte del capital que se integran en la Ley del Valor, está la base material de esta aberración destructiva en la que se basa el Capitalismo y es, en consecuencia, del hecho que tiene que desprenderse nuestra propuesta programática para enfrentarla.

La burguesía gestiona la crisis medioambiental como si de una crisis económica más se tratara.

En consecuencia, y al margen de la fachada del discurso que desarrolla, su único objetivo a la hora de abordar la destrucción de los hábitats naturales y el calentamiento global producido por la acción humana, es recuperar un punto de equilibrio desde el que volver a iniciar un nuevo ciclo de acumulación para volver a generar la suficiente tasa de ganancia. En su existencia como clase, no hay ningún atisbo de interés por el futuro del Planeta, solo la voluntad de reproducir el capital para mantener la plusvalía. Todo le vale para ese objetivo de desposesión comunitaria para el que disciplinadamente, aplica las más complejas políticas tendentes, por un lado a desvalorizar y privatizar todos los recursos naturales al margen de las consecuencias medioambientales que tenga y, por otro, propiciar la concentración de capitales en un creciente proceso monopolístico.

Es difícil detallar la denominada posmodernidad, ya que la mayor parte de la veces tan solo funciona como una etiqueta, que si bien, en alguna ocasión se ha empleado de mantera afirmativa para situar alguna nueva elaboración teórica, desde hace un tiempo se la emplea siempre para situar un rechazo. Desde luego que el tema es algo más que una etiqueta, el pensamiento posmoderno existe, negarlo sería ridículo. El problema sin embargo es delimitarlo, porque aunque ofrecer una caracterización genérica es tan posible como igualmente útil, es difícil, e incluso contradictorio  señalar dónde empieza y dónde acaba la susodicha posmodernidad. Empecemos diciendo, de manera general, que todo aquello que replica a otra cosa ya forma parte del movimiento de la misma cosa que replica, que en la historia del pensamiento -expresión que debe ser matizada, ya que no hay una historia del pensamiento separada de la economía, de la política,  de las costumbres, o  de la estética, en la historia todo está co-implicado-, las reacciones a un mensaje son ecos del mismo mensaje y lo importante no es tanto su afirmación o negación sino su síntesis dialéctica. Cuando algo aparece en la historia, ya sea un objeto físico o una idea, o incluso una impostura, negarlo es ridículo.

Ahora bien, aun asumiendo el papel de eco o de réplica, lo cual no importa porque por algo se dijo aquello de que caminamos a hombros de gigantes, es de honradez jugar el papel que nos toca y tratar de establecer criterios analíticos con los que poder avanzar. Así, en lo que se refiere a la posmodernidad, podemos considerarla formalmente como una cualidad objetiva que se encuentra en cualquier expresión intelectual propia del actual momento de crisis general del capitalismo, considerando así la modernidad como la expresión filosófica de la era histórica de la burguesía y del capitalismo, que ahora, en su momento de colapso y desintegración, solo puede expresarse mediante la retórica posmoderna, es decir, caracterizarla como la época en la que vivimos.

Tras la atenta lectura del importantísimo artículo firmado por Eduardo Uvedoble en el anterior número de UyL con el título “La postmodernidad, una ideología reaccionaria contra la clase trabajadora”, en el que se sitúa con absoluta claridad el análisis que realiza el PCPE en relación a este tema que tantas líneas ocupan y preocupan en el autodenominado campo de la izquierda política y social, se hace necesario empezar a desarrollar algunos de los aspectos únicamente señalados por el autor, pero que requieren de un posicionamiento que, no solo marque una referencia inequívoca del campo revolucionario en relación a ellos, sino que también,  y en la medida de lo posible, ayuden a mantenerse fuera de la charca, a quienes luchan por situarse en el campo de la Revolución y el Socialismo en todo lugar y momento.

Sin duda, el nuestro será un abordaje limitado, pues viene determinado por el tiempo disponible para ello, por las capacidades reales que albergamos y, sobre todo, por la prudencia que impone el tratamiento riguroso y fundamentado de cualquier hecho. Para quienes, desde el  compromiso con un Partido, vamos conformando una posición política destinada a ser una directriz de intervención práctica en el desarrollo de la lucha de clases, no podemos hacerlo de otra forma, pues es mucho lo que está en juego y no es posible abordarlo desde la improvisación irresponsable o la frivolidad de opiniones infundadas que se construyen ante el espejo y sin más fundamento que opiniones que se hacen hueco en las redes sociales.

El posmodernismo es el Caballo de Troya de la burguesía en el movimiento obrero

Comencemos por la categoría más general, la posmodernidad: ¿existe?, y si es así, ¿en qué consiste? Con respecto a la primera cuestión, si consideramos que la modernidad, como época histórica caracterizada por el desarrollo del capitalismo, los estados nacionales, los medios de comunicación de masas y los valores del racionalismo, entre otras cosas, está todavía vigente. Entonces la respuesta es que no, no existe la supuesta posmodernidad y no tiene ningún sentido hablar de una etapa posterior de algo que todavía está en curso, más aún, teniendo en cuenta que ésta alude a la misma modernidad para caracterizarse; es decir, que si la modernidad es lo que sirve para explicar la posmodernidad, entonces, realmente la modernidad sigue vigente.

Ahora bien, no cabe duda que el término existe y no solo da que hablar, sino que también, en su nombre se proclaman y se hacen muchas cosas. Luego, de un modo u otro, ya forma parte de la praxis, está inscrita en la vida social haciéndose valer en los hechos, siendo moneda de cambio en las muchas y diversas explicaciones de los acontecimientos contemporáneos, convirtiéndose en un elemento ideológico que de alguna manera posee su contrapartida en las relaciones sociales. Lo que demuestra no tener sentido entonces, es preguntarse si existe la posmodernidad; más bien, saber en qué consiste, si se usa o abusa del término, y si procede hablar de una conciencia histórica posmoderna real, correspondiente y coherente con el momento actual del desarrollo de la formación socioeconómica dominante, o si es una falsa conciencia que deforma la realidad para encubrir la verdadera razón de ser de nuestra época.

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