La división sexual del trabajo es funcional al sistema económico dominante y, por tanto, no desaparece con la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Al contrario, persiste y se profundiza, pues permite la reproducción de la mano de obra en las mejores condiciones para ser explotada por el capital. El coste de dicha reproducción se hace invisible y se transfiere al ámbito familiar, más concretamente a las mujeres del núcleo familiar, que harán trabajo doméstico y servicios gratuitos de los que depende la población trabajadora.
El conflicto que vivimos entre vida familiar y laboral es de enorme trascendencia para las mujeres de la clase obrera, pues la asignación tradicional de roles e identidades de genero hará en primer lugar, que nuestra incorporación al mercado de trabajo sea en condiciones de una mano de obra más barata y flexible, que le resulte muy funcional al capitalismo que esa incorporación se realice en condiciones de máxima vulnerabilidad y, en segundo lugar, que las propias trabajadoras asumamos los costes físicos, psíquicos y económicos de sustitución del trabajo reproductivo, derivados de nuestra propia incorporación laboral.
Mientras la burguesía resuelve los problemas de conciliación a través de otras mujeres, pagando -mal- una ayuda doméstica que está netamente feminizada, en el caso de las trabajadoras, las decisiones sobre nuestra incorporación al trabajo asalariado se ven altamente determinadas por las circunstancias familiares. Abocadas al trabajo a media jornada o al abandono laboral cuando no es posible compatibilizar la vida laboral con la familiar, en algún momento, nos encontramos ante esa tesitura.
Las cifras son elocuentes por sí solas. El 97,70% de las mujeres tienen un contrato a tiempo parcial, y el segundo motivo de esa decisión es para atender el cuidado de niños o de adultos enfermos, incapacitados o mayores. Trabajar a media jornada es para las mujeres la única manera de conciliar la vida familiar con la laboral. Por contra, el tiempo parcial en el 2,30% de los hombres viene determinado por las responsabilidades familiares. Las excedencias por cuidados de hijos o la distribución del tiempo que hombres y mujeres destinan a tareas domésticas o de atención familiar son también indicadores claros de que los cuidados están feminizados.
Tanto al inicio como al final de la vida, el ser humano depende del apoyo de otras personas, y en el modo de producción capitalista esas tareas han tenido siempre rostro de mujer.
El capitalismo en crisis necesita que los recursos públicos, las pocas y escasas infraestructuras de conciliación como guarderías, centros de atención a personas dependientes, servicios de asistencia domiciliaria, centros de día para ancianos, residencias, etc., desaparezcan. Escasez de recursos públicos y oferta privada donde el capitalismo parasitario apropiándose de esos servicios, los presta a quien los pueda pagar. No puede entrar en las prioridades de los gestores de los intereses de la oligarquía hacer políticas e invertir recursos para que las trabajadoras conciliemos trabajo y familia. Para el pueblo trabajador y para las mujeres de la clase obrera, si no podemos pagar guarderías o centros especializados con nuestros menguados salarios, asumiremos esas tareas de cuidado de familiares en exclusiva, en un constante y casi imposible equilibrio con el mundo laboral.
Las trabajadoras sólo podemos esperar del moribundo y decrépito sistema, que profundice nuestra doble dependencia familiar en cuanto cuidadoras y en cuanto marginadas del trabajo asalariado. Así, nos encierra en un círculo vicioso. No podemos permitirnos no trabajar, pero tampoco podemos pagar esos servicios de guarderías o residencias. Nos encontramos permanentemente cuestionadas y los sentimientos de culpa fruto del incumplimiento de las expectativas sociales de nuestro rol de cuidadoras no son algo ajeno a nuestras vidas.
El futuro que nos deparan las clases dominantes es la desatención a las personas dependientes y hacernos cada día un poco más esclavas. La respuesta de las mujeres trabajadoras es la de decir basta. La de decir basta y la de incorporarnos a la lucha consciente para derrotar al capitalismo y extinguir el patriarcado.
Lola Jiménez