Digamos de entrada que la R.B, lejos de ser una propuesta novedosa, ha tenido un largo recorrido desde los tiempos de la Ilustración. Forma parte del ideario del republicanismo burgués clásico que hoy pretende ser rescatado, obviando, por supuesto, su marcada raigambre burguesa.
Acorde con los posicionamientos ideológicos de sus proponentes, la Renta Básica es concebida como un elemento que está al margen de la lucha de clases. Se parte de la clásica premisa burguesa de que el Estado es una entidad situada por encima de las clases sociales llamada a conjugar los intereses de unos y otros como si fueran complementarios. El Estado es simplemente un telón de fondo en donde las “fuerzas del trabajo y el capital” se enfrentan de tú a tú.
Consecuentemente con esa idea, los proponentes de la R.B no tienen remilgos en declarar que ésta eliminaría “casi de golpe” la pobreza. Obviamente, esta posición “olvida” que no es la falta de dinero la que genera la pobreza, es la estructura de clases del modo de producción capitalista, que necesita una constante reproducción de la pobreza.
Al concebir al Estado como una entidad neutral, basta una mayoría electoral para garantizar la R.B., que, nos aseguran, permitiría a los y las trabajadoras no aceptar trabajos con condiciones miserables. Naturalmente, en este esquema la burguesía, así debemos creerlo, se reduce a ser mera espectadora de la situación. Poco importa que la oligarquía necesite, para sobrevivir como clase, incrementar el grado de explotación al que somete a la clase obrera. Una mayoría electoral nos garantizaría ipso facto una vida mejor dentro del capitalismo.
Con respecto a la situación de la mujer trabajadora, el esquema no varía. Partiendo de autoras como Camila Vollenweider o Sara Berbel, la R.B. jugaría —nos dicen— un papel esencial en el mejoramiento de la situación de la mujer y superar las “inequidades de género”. Porque, por lo visto, la situación de la mujer es reflejo de una desigualdad económica, confundiendo la consecuencia con la causa.
De nuevo, “olvidan” que el grado de explotación de la mujer de clase obrera sea aun mayor que el de su compañero de clase no tiene su razón de ser en una diferencia de ingresos, sino en el papel que el capitalismo le tiene reservado a la fuerza de trabajo femenina. Así, la situación de la mujer obrera queda reducida a un problema moral y de ingresos, al más puro estilo del feminismo institucional.
El esperpento alcanza un grado ridículo con la afirmación de que con la R.B. se saldría de la crisis. De nuevo los defensores de la R.B. hacen malabarismos teóricos para “explicar” las crisis capitalistas sin cuestionar la existencia del propio capitalismo, que queda reducida, de nuevo, a una cuestión de moralidad y ética centrando el blanco de sus ataques en la corrupción. Si la “solución a la crisis” es la reforma fiscal y la lucha contra el fraude, ya no es necesario denunciar el capitalismo.
El culmen de todo este planteamiento es el olvido intencionado de cualquier propuesta revolucionaria, sustituyéndola por vagas apelaciones a la transformación social, que nada aportan y nada comprometen. Coherente con el olvido de la revolución, el “ciudadano”, ese ente desmarcado de la lucha de clases y encubierto bajo los ropajes difusos del interclasismo reformista, deviene sujeto central de la “transformación social” (¿?). La vaga apelación al “empoderamiento de los de abajo” se convierte en el nuevo mantra reformista que hace innecesario al Partido Comunista. Como ni hay, ni puede, ni debe haber Revolución ¿para qué un sujeto revolucionario y un partido de vanguardia?
En pocas palabras, la R.B. no es más que una forma, pretendidamente nueva, de esconder las viejas prácticas de la gestión del capitalismo. Con proyectos así la clase obrera no tiene nada que ganar, más que perpetuar su situación de explotación.
Área Ideológica del CC del PCPE