Está muy asentado en el imaginario colectivo que es injusto que los jóvenes tengan que trabajar como becarios, normalmente gratis y realizando el mismo trabajo que un empleado ordinario, para adquirir experiencia laboral. Lo que no suele conocerse es que ser becario puede costar dinero y es otra barrera más para los jóvenes de familias obreras.

 

A finales de mayo El País dedicaba una entrada de su versión digital a los becarios españoles. El artículo se llamaba Un país de becariosy traía datos tan escalofriantes (e insultantes) como que el 70% de los becarios españoles no podían cubrir sus necesidades básicas con el dinero que percibían. O que el 58% no recibía ninguna contraprestación económica por su trabajo.

Sin embargo de lo que no se suele hablar es que ser becario, lejos de suponer tener que trabajar gratis en muchos casos implica dejarse dinero. Así sucede con la asignatura Practicum en las carreras universitarias. Esta asignatura (que son las famosas prácticas de las Universidades) es obligatoria en muchas carreras y se paga como una asignatura normal. Es decir, el estudiante paga (para un estudiante de Derecho en Madrid estamos hablando de entre 200 y 250 euros) por hacer las prácticas.

Pero hay muchos otros gastos que no se tienen en cuenta. Así hay que hablar de los gastos de transporte (que en grandes ciudades como Madrid o Barcelona puede suponer entre 50 y 80 euros de media al mes) e incluso de la manutención si el trabajose realiza en otra ciudad.

Dentro de estos costes quizá los más prohibitivos son los relativos a las becas que se obtienen para desplazarse a otro país. Las empresas valoran especialmente que los candidatos tengan experiencia en el extranjero y ésta sólo se puede adquirir, en muchas ocasiones, a través de programas de becas. Pero si el alumno no cobra nada por trabajar de becario y, además, se tiene que desplazar a un país cuyo coste de vida es mayor que el de España (algo normal dentro de Europa) resulta que el acceder a estas becas, condición no indispensable pero sí muy influyente para poder encontrar trabajo en el futuro, se restringe sólo para quien puede pagarle a su hijo vivir en Francia o Inglaterra.

Así y mediante este método se limita el acceso a las mismas a los hijos de las familias más humildes. Y si somos realistas debemos admitir que la experiencia laboral es tan o incluso más influyente que el curriculum académico. Entonces estamos, de facto, ante otra expulsión más de los hijos e hijas de la clase obrera de los trabajos cualificados. Esta vez no hablamos de una expulsión de los estudios pero, desgraciadamente, el hijo del obrero no estudia por amor al arte sino para poder labrarse un futuro. Si ese futuro exige una experiencia que no puede adquirir por motivos económicos el resultado es el mismo que subir brutalmente las tasas universitarias.

O quizá no. Pues este mecanismo es mucho más sutil e incluso beneficioso para el propio sistema que con datos en la mano va a poder defender cómo becas muy jugosas (por ejemplo, trabajar en las NNUU en Nueva York o en la Embajada Española en Londres) han quedado vacías por la falta de interés y ganas de trabajar de los jóvenes españoles.

Ana Escauriaza del Pueyo

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