El otro día, durante una larga noche de insomnio, me dio por ver esta película de J. C. Chandor (Nueva Jersey, 1973) que hacía tiempo algunos amigos me habían recomendado. Un thriller que creía me ayudaría a reencontrar la somnolencia pero que a medida que trascurría su metraje despertaba más interés en mí, hasta el punto de hacerme abandonar la postura supina, erguirme en el funcional sofá, y poner mis cinco sentidos a su disposición.
Es decir, al servicio de un cine cuya puesta en escena es simple, austera, pero igualmente sugerente y vigorosa, y que recuerda al mejor Sidney Lumet (Filadelfia 1924 –Nueva York 2011), en concreto al de los “Serpico” o “Tarde de Perros”, donde se muestran las relaciones entre la ley y el hampa en el primer caso, y el destino de los perdedores en el otro. Aquí, en esta ocasión, J.C. Chandor, que no está en su primer intento cinematográfico, tras la corrosiva “Margin Call” (2011) sobre los tiburones financieros en plena crisis capitalista y la no menos interesante “Cuando todo está perdido” (2013) sobre la lucha por la supervivencia en un medio hostil, nos deleita de nuevo con una magnífica obra de sutil belleza y tensa brutalidad: la historia de Abel Morales (excelente Oscar Isaac), un inmigrante hispano propietario de una empresa de distribución de gasóleo que quiere realizar a toda costa “el sueño americano”, es decir conseguir con su esfuerzo, y dentro del respeto de la ley, dicha y fortuna. Deseos que serán fuertemente sacudidos por la realidad de un país, los Estados Unidos, en el que negocios y delincuencia, “affaires” y mafia, están estrechamente unidos.
La era Reagan
Y de la misma manera que en “Cuando todo está perdido” el protagonista de la historia era doblegado por unas circunstancias adversas pese a su incansable lucha contra ellas, en este thriller sensacional Abel tendrá que someterse, a pesar de su oposición inicial, a las reglas de un poder gansteril y a una policía corrupta para lograr triunfar. Reduciéndose el susodicho “sueño americano” a un patético “cuento chino”. Peor todavía, a un horrible drama cuando un conductor de uno de los camiones de distribución de fuel, que también ansía el éxito, es salvajemente agredido y más tarde despojado de su empleo. En este sentido la secuencia final en la que se desenlaza este asunto es muy valiosa para comprender los destinos que el capitalismo mafioso, y perdonen la redundancia, asigna a unos y a otros.
Cuando terminé el viaje a ese mundo sórdido e iracundo quise comprender por qué la película se llama “El año más violento”, y al situarse la trama en Nueva York y en el año 1981, indagué y comprendí rápidamente. Fue la época de los “triunfadores” y de los gánsteres de la era Reagan, y en aquella ciudad y en aquel año, se cometieron más crímenes y atracos que en ningún otro año del siglo. Por eso fue el año más violento de un sistema que es violento en permanencia.
Rosebud