Cuando vi por televisión a la bella, y para mi entonces desconocida Natalia de Molina, reivindicar con emoción el papel de la mujer en el cine español y el contenido social del filme “Techo y comida” por el que había recibido el premio a la mejor interpretación femenina en la última edición de los Premios Goya, pensé que quizás me hallaba de nuevo ante de una de esas películas - tan de moda en nuestros días - en las que, como casi siempre, el “tema social” se ahoga en una intriga argumental más o menos rocambolesca.
Craso error el mío, pues, tras verla en la gran pantalla, debo reconocer que no sólo se trata de una buena película sino que además plantea con inteligencia y valentía un tema que nuestra cinematografía escatima con avidez: la crisis (capitalista, evidentemente) y sus “efectos colaterales” sobre la clase trabajadora y otros sectores populares. Porque una cosa es hablar de la crisis en general: analizarla, denunciar sus causas y sus consecuencias, y otra muy distinta (más atroz) ponerle rostros con nombres y apellidos. Y eso es lo que hace el joven director y guionista de cine jerezano Juan Miguel del Castillo en esta su ópera prima. Hablarnos sin tapujos y con sorprendente maestría de las vejatorias vicisitudes que atraviesa día a día Rocío (impresionante Natalia de Molina), una joven madre soltera que, en una Andalucía con una tasa de paro de más del 30% de su población activa, busca trabajo desesperadamente para garantizarle a su hijo Adrián de 8 años una educación y un sustento, y evitar al mismo tiempo el espantoso desahucio que, como espada de Damocles, pende sobre sus humildes cabezas.
“España en serio”
De este modo, con la lucha cotidiana de esta madre coraje, el espectador va adentrándose igualmente en la “España en serio” que han perpetrado con el tiempo los gestores del capitalismo hispano: la de la asistencia social carente de medios económicos para los más necesitados, la de los recortes en sanidad, la de los empleos basura, la de los patronos sanguijuela, por supuesto la de los desgarradores desahucios, pero también, la España de la sopa popular condimentada con rancia propaganda religiosa y, ¡cómo no!, la España del fervor futbolero. La que enloquece con el balompié. En este sentido la secuencia en la que Rocío angustiada comunica a su hijo que van a ser expulsados de su casa, mientras decenas de entusiastas forofos vitorean en las puertas de un bar la victoria de la selección española, es pedagógica y transgresora. Una modesta ilustración del montaje de contrarios tan querido de los clásicos cineastas soviéticos. En fin, da la sensación que Juan Miguel del Castillo no quería dejar nada en el tintero, aunque en su débito habría que situar la falta de esperanza en el tramo final. Un the end que, sin embargo, nos vuelve a zarandear leyendo entre sus títulos de crédito informaciones como las de que en este país hay 526 personas que pierden su vivienda cada día, y más de 13 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. Es decir, sin techo ni comida.
Rosebud