La mayor parte de los datos que tenemos sobre la vida de la luchadora comunista Elsa Wolff Papke, (recogida en el libro “Incógnitas. Mujeres de izquierdas en Gran Canaria: 1931-1936”, del historiador grancanario Agustín Millares Cantero, hijo del insigne poeta comunista Agustín Millares Sall), proceden de testimonios orales de personas que la conocieron.
Nacida en Berlín, en el seno de una familia acomodada, perdió a su primer compañero durante la I Guerra Mundial. La muerte de su cónyuge en una guerra imperialista hizo que su vida diese un giro que la llevó, seguramente, a incorporarse al Partido Comunista de Alemania, puesto que contaba con una sólida formación marxista cuando llegó a España, tras la proclamación de la II República.
En Madrid conoció al que sería su segundo compañero, un militante comunista avilés, Juan del Peso Díaz Corralejo, con quien se trasladó a Telde, municipio de Gran Canaria, en 1935. Apoderados ambos del Frente Popular, tuvieron una participación activa en las Elecciones del 36. Como miembro de la Sociedad de Trabajadores de Telde, presionó directamente a los terratenientes para que contrataran a más jornaleros y solucionar el problema del paro agrícola en el municipio, lo que le granjeó no pocas enemistades.
En la Plaza de San Gregorio llamó a los y las presentes a tener valor y resistir tras el inicio del Golpe de Estado fascista, siguiendo las indicaciones del diputado comunista canario Eduardo Suárez Morales, fusilado posteriormente por los golpistas. Al estar desarmados fueron fácilmente dispersados por los fascistas, que comenzaron la cacería de los huidos.
Elsa no tardó en ser detenida y sentenciada a pena de muerte junto a otros cinco comunistas. El día de su cumpleaños, que nunca volvió a celebrar, le entregaron el indulto que conmutaba su condena a 30 años de prisión, ese día fusilaron a los condenados junto a ella, entre ellos su compañero Juan del Peso.
Las duras condiciones de las cárceles franquistas no pudieron con su ánimo y a pesar del hambre, el frío y las deficientes condiciones higiénicas, enseñó a leer y a escribir a muchas de sus compañeras; siempre prefirió las celdas de castigo antes que acudir a misa y nunca se doblegó ante las presiones de los muy devotos curas y monjas. Siete años después fue desterrada a la isla de El Hierro, donde permaneció hasta finales de los años 40.
Ya en libertad se trasladó a vivir a Santa Cruz de Tenerife, donde impartió clases de alemán y de inglés. Nunca volvió a su tierra natal y cuando, en el ocaso de su vida, le declararon una enfermedad, marchó a Málaga, momento en el que se le pierde la pista.
Cada 1º de mayo se ponía un clavel rojo en la solapa, un símbolo de resistencia y rebeldía, porque Elsa, a pesar de todas las pérdidas y de todo el sufrimiento, mantuvo siempre intacto su espíritu revolucionario.
Luisa de la Torre Acosta.