Un 29 de febrero de 1916, bisoño el siglo XX y sin que se vislumbrara el acontecimiento más importante para la clase obrera, nace Olga Luzardo en Paraguaypoa, Estado de Zulia.

Revolucionaria y comunista consecuente, recorriendo su periplo vital y militante (ambos se funden en esta mujer extraordinaria), transitamos en dos siglos por la historia de la lucha de clases en Venezuela. Luchadora incansable de mil batallas, incluida la clandestinidad, destaca por su constante participación en organismos de base del PCV y por su firmeza en el desarrollo y defensa de su Partido frente a las tendencias liquidacionistas.

Periodista, escritora, doctora en Filosofía, activista y dirigente histórica del Partido Comunista de Venezuela perteneció a su Comité Central en varios periodos y fue profesora y directora de su Escuela de Cuadros Hồ Chí Minh y fundadora de su revista teórica Tribuna Popular. No era polifacética sino una comunista a tiempo completo que integró, en el curso natural de su vida, la militancia por la transformación social.

Vinculada con el movimiento obrero tempranamente, con sólo 13 años contribuyó a la formación de un sindicato de tranviarios en Maracaibo, posteriormente organizó políticamente a los obreros petroleros y fue la única mujer dirigente en la gran huelga petrolera de 1936. Precursora de los derechos de la mujer trabajó, desde 1928, en contra de la discriminación en las condiciones de trabajo y salario, así como en la consecución del derecho al sufragio desde la Agrupación Cultural Femenina. Como activista de la Unión de Muchachas Venezolanas, combatió la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y actúo en la resistencia con el seudónimo de “Jorge”, mostrando que la lucha revolucionaria no es solo cuestión de hombres.

Sus poemas en “Flor de cactus” (1935 y 1942) fueron mayoritariamente escritos en la Penitenciaria de San Carlos en el Estado Cojedes, escribió innumerables artículos y además de participar del movimiento de solidaridad internacional, representó a su Partido en reuniones marxistas internacionales. En 1993 publicó su obra “huellas frescas”.

Poesía, periodismo y militancia revolucionaria fue su tríada para la emancipación y, pese a las secuelas de salud por las torturas recibidas en la clandestinidad, y a los estragos de la edad, estuvieron presentes a lo largo de toda su vida. Como activista en primera línea, cuando físicamente le fue posible; siempre, y hasta los momentos finales de sus 100 años, como activista en la batalla ideológica. Ella forma parte de un contingente de imprescindibles, de las que luchan toda la vida.

Lola Jiménez

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