Hay una España que no queremos.
Esa España la representa, hoy, el Gobierno de Mariano Rajoy. Pero junto a ese gobierno, torpe y despótico, se alinean otros sujetos que, igualmente, comparten la misma orientación reaccionaria y antidemocrática en su proyecto de España. Empezando por Felipe de Borbón, siguiendo por Ciudadanos y por el PSOE, y continuando por quienes de una u otra manera reproducen como cotorras el discurso de la clase dominante, haciendo de comparsas de la actual dominación.
Para definir de una manera inequívoca a qué nos referimos con “esa España que no queremos”, haciendo una mirada histórica, empezamos por la España de la espada y de la cruz, la que con ese armamento se abalanzó sobre los pueblos originarios de la América Latina para someterlos a la esclavitud y al exterminio en beneficio de la Corona de Castilla. Fue la España que, a partir del 12 de octubre de 1492, torturó, masacró, esclavizó y robó sin límites, dejando una estela de terror sin parangón en la historia de la Humanidad. Tampoco queremos la España de la Inquisición que, durante tres siglos y medio, extendió su terror integrista en este país y en sus colonias, bajo la férrea garra de la monarquía y de la Iglesia Católica, dejando un balance estremecedor de torturas, fanatismo religioso, ignorancia y muerte.
Pero, lejos de constituir estos dos episodios históricos una desgraciada fase a olvidar en la historia española, como algunos pretenden, la cuestión es que una y otra traza histórica fueron parte fundamental del crisol en el que se fraguó el bloque hegemónico que ha controlado el poder en España de forma absoluta hasta el día de hoy. Crisol marcado por esos valores más reaccionarios, asociados a la rapiña, el criminal genocidio, la explotación extrema, la ignorancia y el fanatismo más cerril.
Se forja así el núcleo duro de la clase dominante en España, marcada en su ADN por el carácter conquistador, colonialista, integrista religioso, patriarcal y machista, ignorante, opresor de los derechos de la mayoría social, terrateniente, monárquico, dictatorial, militarista, viril, …… Esa matriz no se ha alterado hasta el día de hoy, tan solo ha asumido un nuevo disfraz bajo el mentiroso discurso de la libertad y la democracia, categorías que son incompatibles con su carácter de clase dominante.
El proceso de independencia de las colonias, que culmina en 1898, vuelca toda la reaccionaria carga histórica de ese bloque de poder hacia el interior del país, hacia los pueblos y naciones de la península Ibérica, Canarias y el Sáhara Occidental. Empieza entonces el discurso de la unidad de España; como expresión del nuevo reducido marco de la acumulación capitalista, cuando poco tiempo atrás esa misma clase dominante se referenciaba en “las Españas”, incluyendo en esta expresión a las colonias de entonces.
Esa es la misma España de banqueros, militares, terratenientes y curas, que organizó el golpe de estado del fascista Francisco Franco contra el mayor intento modernizador de este país. Proceso que apostaba por la derrota y liquidación de ese terrorífico bloque histórico. El golpe bendecido por la Iglesia y el poder reaccionario extendió su terror por todos los pueblos de este país, sometiéndolos a un baño de sangre y a un terror sin límites. Protagonizando uno de los episodios más brutales en la historia de la Humanidad del último siglo. La España contra el separatismo y contra el comunismo, del ¡Arriba España!. Franco pasó del anterior Vivan las cadenas al Muera la inteligencia, viva la muerte, una nueva repetición de la misma tragedia de la España más reaccionaria e ignorante.
Esa es la España que llega a la Transición del 78 después de cuarenta años de impune terror. Es la España que dejó en las cunetas a más de ciento cincuenta mil personas asesinadas y desaparecidas, que coloca a este país en el segundo lugar en el mundo por cantidad de desaparecidos. Ello fue posible gracias a la colaboración de la socialdemocracia de Felipe González y, también, a la traición del PCE de Santiago Carrillo, que con su rendición pactista se incorporó formalmente al bando de los golpistas. Convirtiendo la reivindicación de amnistía para los presos políticos en amnistía a los torturadores y criminales que en los distintos cuerpos de policía ejercieron la represión más terrible durante cuatro décadas, sin pagar por ello con un solo día de cárcel por sus crímenes: Guardia Civil, Policía Secreta, Policía Nacional, etc. Y que restauró, sin más, a la monarquía golpista de los Borbones.
Así, la ideología del bloque de poder histórico, cooptó para sus filas a las organizaciones de la clase obrera que participaron en los Pactos de esos años, corroborando la máxima de Marx de que “la ideología dominante en una sociedad es la ideología de su clase dominante”. Como saldo de esa Transición hoy existe una parte mezquina de la izquierda española que, en su práctica y en su discurso político, sigue siendo deudora de ese pensamiento del bloque histórico de poder: patriotera, machista y reaccionaria.
Esta España, en la que el mismo bloque histórico de siempre sigue manteniendo el poder absoluto, es la que está lanzando los efectivos de la Guardia Civil contra las papeletas y los carteles del referéndum del 1-O en Catalunya, la que utiliza la judicatura para manipular las leyes e imputar alcaldes, la que amenaza “con la ley” a quienes reclaman el derecho a votar.
Junto al Gobierno de Rajoy está la monarquía del usurpador Felipe VI, que estos días tiene la osadía de hablar de democracia y Constitución, cuando él mismo es responsable directo de la legitimación del golpe de Estado contra la Constitución de la II República, y llega a su mandato sobre el baño de sangre y terror de la anterior dictadura franquista; y quien sigue siendo cómplice de todas las argucias para no investigar los crímenes y las desapariciones realizadas en España desde el mismo golpe de Estado que apoyó siempre la monarquía.
Mariano Rajoy y su gobierno son, hoy, la expresión más inmediata de la España que no queremos. Mezcla de prepotencia y fanatismo, y de la rancia patria del bloque histórico de poder, heredero directo de la dictadura de Franco, abanderado de la injusticia social que quita ayudas a parados y paradas para dárselas a los banqueros, dictador que facilita a los explotadores las condiciones que les permiten pagar los salarios más miserables o no pagar millones de horas extras, y responsable directo de la pobreza de buena parte de la infancia, …..
En la segunda mitad del siglo XX las fuerzas obreras y progresistas en nuestro país produjeron, de una forma destacada en Catalunya y Euskadi -y también en otros lugares-, propuestas que trataron de impulsar una superación de esa vieja España, con elaboraciones situadas en el decurso de los grandes avances de la lucha de clases internacional, del dinámico desarrollo de las fuerzas productivas y de las experiencias revolucionarias de otros destacamentos obreros en el mundo. Esas propuestas siempre han sido reprimidas y marginadas por las estructuras del sistema dominante, pero a pesar de ello mantienen su vitalidad y representan lo mejor que se ha producido intelectualmente en nuestro país en mucho tiempo. Esas ideas más avanzadas son hoy parte del soporte en que se apoya el bloque social que pugna por un proyecto diferente para esta España.
Los proyectos políticos que en España se reclaman como revolucionarios tienen que hacer un riguroso análisis autocrítico de su incapacidad para desarrollar y consolidar esa línea de pensamiento propio, radicalmente independiente de la ideología de la clase dominante. Sometidos por el Pacto Social, y por la legitimación dentro de los límites del sistema, se han convertido en instrumentos romos, sin ninguna capacidad para golpear al bloque de poder dominante.
Desde las posiciones de quienes nos alineamos, de forma consecuente, con las posiciones de la lucha revolucionaria por los derechos de la clase obrera y de los pueblos, no es posible querer a esa vieja España, ni a esa fracasada izquierda sistémica.
La profunda crisis que afecta al bloque histórico de poder –que viene de atrás, y que se está desarrollando de una manera más explícita en estas semanas-, ofrece nuevas oportunidades para el desarrollo de las posiciones revolucionarias, si se sabe comprender la naturaleza de esa crisis y si sabe intervenir en ella en términos concretos desde posiciones independientes. La línea política del PCPE, en sus análisis de la cuestión nacional en España, y de forma concreta en las últimas elaboraciones de las Tesis aprobadas por el X Congreso en 2016, se muestra rigurosa para interpretar los hechos actuales, y acierta con las propuestas políticas que se derivan de la misma.
España solo será posible como unión voluntaria de pueblos libres, como república socialista que se constituye con el libre ejercicio del derecho de autodeterminación, y con la igualdad social.
Por ello el PCPE, desde tiempo atrás, viene proponiendo como salida necesaria a esta situación un nuevo proyecto histórico para este país. Proyecto que tenga como eje central la liquidación total de ese viejo bloque de poder reaccionario, que unas veces se aloja en el PP y otras en el PSOE, y que tiene una gran capacidad para cooptar incluso a sujetos pretendidamente enfrentados al mismo, y constituir a la clase obrera, en alianza con otros sectores populares, como la clase hegemónica en esa nueva construcción política.
Ese nuevo proyecto histórico el PCPE lo ha sintetizado en su propuesta de República Socialista de carácter Confederal.
Un nuevo proyecto histórico que, frente a la resistente violencia del bloque histórico de poder, avanzará por un imparable tránsito revolucionario que liquidará el viejo poder burgués en este país y a su rancia monarquía, y que llevará los mejores valores de sus pueblos y naciones a una síntesis superior de una España que no sea heredera de la barbarie que hoy la domina, sino avanzadilla en la construcción de la nueva sociedad socialista mundial.
Ahora que el bloque dominante pasa por graves dificultades internas para sostener su hegemonía hay que golpear fuerte y con determinación, organizando el contraataque. La unidad de la clase obrera y de los sectores populares en la lucha de masas será el camino de la victoria. La constitución de Comités Populares en barrios y pueblos, y el avance de los Comités para la Unidad Obrera en los centros de trabajo, son los soportes del Frente Obrero y Popular por el Socialismo que ha de ser la gran alianza social que organice un amplio movimiento de masas que cambie la correlación de fuerzas frente al bloque de poder histórico, agudizando, así, su crisis interna. Esa política de alianzas avanzará si se tiene una gran confianza en la combatividad de las masas, en su capacidad creativa, y en el liderazgo de la conducción revolucionaria que se gana en la lucha de todos los días en los frentes de lucha más diversos: sindical, antiimperialista, mujer, juventud, solidaridad, pensionistas, etc.
Hoy la prioridad es golpear en las contradicciones que se dan en Catalunya, para golpear a todo el Estado burgués.
Carmelo Suárez
Secretario General del PCPE