La apuesta estadounidense de articular las capacidades técnicas y logísticas necesarias para defender su territorio y el de sus países aliados ante un eventual ataque con misiles intercontinentales no es en absoluto una idea reciente. El 23 de marzo de 1983, el presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan se dirigía al pueblo norteamericano a través de un discurso televisado.

En él, hacía publica la intención de promocionar la creación de un sistema de carácter defensivo frente a un eventual ataque nuclear soviético. Dicha declaración levantó una amplia expectación, pues prometía dejar ''impotentes y obsoletos'' los arsenales nucleares soviéticos y conceder, de este modo, una nueva ventaja estratégica a los EEUU, que no consistía en otorgarle una mayor capacidad ofensiva, sino en limitar sustancialmente la del enemigo y alterar así el ''equilibro del terror nuclear'' entre ambos países. Se rompía así con el paradigma construido a lo largo de la denominada Guerra Fría acerca de la Destrucción Mutua Asegurada (la eventual capacidad de los EEUU y la URSS de destruirse) y además, se ponía en entredicho la efectividad del Tratado de Misiles Anti-balísticos firmado por la URSS y por los EEUU en 1972.

En este caso, la complicada viabilidad científico-técnica y las carencias presupuestarias derivadas de tal proyecto harían de este primitivo escudo antimisiles un mero relato mas propio la ciencia-ficción de la época (no en vano, fue popularmente conocido como ''Star Wars''). No obstante, las posteriores presidencias de Bush y Clinton no abandonaron en momento alguno dicha apuesta, siempre transformándola para ponerla al servicio de un escenario geopolítico mundial cambiante y caracterizado por la construcción de un status quo internacional unipolar a instancia del imperialismo norteamericano. En cualquier caso, las pretensiones de dicho proyecto se verían profundamente reducidas ante la ausencia de un contrincante con capacidades económicas y militares para poder efectuar con éxito un ataque balístico a gran escala. No sería hasta después del 11 de septiembre de 2001 cuando el gobierno norteamericano retomaría con renovadas fuerzas el viejo proyecto de Reagan con la justificación de hacer frente a un eventual ataque con misiles intercontinentales procedente de los países del conocido ''eje del mal'', mas particularmente Irán y la República Popular Democrática de Corea.

No es éste el lugar para relatar con detalle los pormenores técnicos de un sistema tan complejo como el del escudo antimisiles. Pero debe conocerse que éste consta de diferentes mecanismos para la detección y posterior interceptación de todo proyectil balístico dirigido a territorio estadounidense o sus países aliados. Ello requiere de la instalación de una amplia red de sensores y radares de alarma temprana situados en diferentes puntos del planeta (Groenlandia, República Checa, España etcétera), así como de interceptadores capaces de detener dichos proyectiles en cada una de las tres fases de la trayectoria que éstos trazan desde que son lanzados hasta que alcanzan su objetivo. De este modo, los EEUU se garantizarían un primer golpe nuclear en caso de enfrentamiento bélico a gran escala con cualquier otro país que tuviera en su poder misiles intercontinentales, lo cual permitiría el poder asestar un primer golpe nuclear. El escudo antimisiles se ajustaba de este modo a los preceptos mas básicos del arte de la guerra ya planteados por Clausewitz cuando afirmaba que ''en la guerra, la forma defensiva no es un simple escudo, sino un escudo que va acompañado de golpes asestados con habilidad''.

Con la llegada de Obama a la presidencia norteamericana en 2008 el planeamiento estratégico del sistema de defensa antimisiles experimentaría no pocas transformaciones. En el año 2009, la Administración Obama hizo pública su intención de hacer de él un sistema más flexible y menos costoso, otorgando una mayor prioridad a la protección del personal civil y militar norteamericano desplegado en Europa ante la amenaza que representarían, según la Administración Obama, los misiles de corto y medio alcance iraníes, pasando a ocupar una importancia secundaria la defensa del territorio norteamericano y un eventual ataque con misiles intercontinentales. Esta nueva arquitectura de defensa antibalística afectaría, fundamentalmente, a la instalación de radares e interceptadores en República Checa y Polonia, respectivamente, añadiendo otra serie de países que albergarían en su territorio nuevas instalaciones en las tres fases previstas para el desarrollo de esta nueva arquitectura de la defensa antimisiles norteamericana. Ello supondría la incorporación de la base de Kurecik (Turquía) a la red de detección mediante radares de alarma temprana, y la instalación en Rumanía y Polonia de interceptadores SM-3 que dotarían al sistema de capacidad de defensa contra misiles de corto, medio e intermedio alcance. Por su parte, la última fase del escudo antimisiles, dedicada a hacer frente a los misiles intercontinentales contra territorio norteamericano, fue necesariamente suspendida debido a los recortes presupuestarios en materia de defensa que el Congreso norteamericano se vio obligado a realizar el pasado mes de marzo.

En lo que respecta a nuestro país, éste forma parte esencial en la arquitectura del sistema de defensa antimisiles. Tanto los gobiernos del PSOE como los del PP se han mostrado absolutamente serviles ante las exigencias norteamericanas y han dado su beneplácito de cara a la utilización de nuestra tierra y nuestro litoral. Los compromisos adquiridos se refieren a la utilización de la Base Naval de Rota por parte de cuatro fragatas F-100 de la Marina estadounidense pertrechados del sistema de combate AEGIS, basado en un radar multifunción capaz de realizar simultáneamente tareas de búsqueda, seguimiento y guiado de hasta 200 objetivos. Dos de estas cuatro fragatas recalarán en nuestras cosas en el próximo mes de febrero y, con ellas, unos 1100 marines norteamericanos. Para ello ha sido necesario realizar una obra de ampliación de la base y rehabilitar el viejo muelle 2 de la misma, que en el futuro será utilizado por los buques de la Armada española, mientras que el muelle 1 será dedicado para el uso exclusivo de las fragatas estadounidenses. Y por si ello no fuera suficiente, el generoso y solvente gobierno de España asumirá aproximadamente el 40% de los gastos derivados de tan faraónica obra (unos 64 millones de euros), de la cual saldrán especialmente beneficiadas las constructoras FCC y Acciona, que se embolsarán 34'9 y 21'3 millones de euros respectivamente como empresas adjudicatarias.

Las dificultades presupuestarias, problema insalvable desde los tiempos de Reagan, han llevado a la Administración Obama a optar por una presentación tímidamente multilateral de su proyecto. No hay que olvidar que George W. Bush apostó por un modelo de gestión y financiación exclusivamente norteamericano, haciendo uso de negociaciones bilaterales con aquellos estados que ofrecían una mayor disposición: Reino Unido (2001), Groenlandia (2002), República Checa y Polonia (2005). Este diálogo exclusivamente bilateral, que rehuía de cualquier negociación con las instituciones comunitarias de la Unión Europea, ponía en entredicho la convergencia en materia de seguridad y defensa que ya entonces parecía cristalizar con la creación de la Política Europea de Seguridad y Defensa, poniendo de relieve las contradicciones en el seno de la Unión entre aquellos países que procuraban un alineamiento mas marcado con el imperialismo norteamericano y los que apostaban por reforzar la identidad del proyecto imperialista europeo. Es pertinente a este respecto el recordar las también contradictorias declaraciones de nuestro ilustre compatriota Javier Solana, por entonces Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que al mismo tiempo que defendía la soberanía nacional de los países de la UE para iniciar conversaciones con terceros, condenaba la exclusión a la que se sometía a las instituciones de la Unión y al resto de países miembros. Pero el despecho de este amor no correspondido quedó solo en el verbo, pues la presidencia de la UE, que correspondía entonces a Alemania, dejó pasar la polémica tomando partido por la inacción y delegando en la OTAN. No hay que olvidar que una decisión en uno u otro sentido comprometía profundamente a la Unión Europea en sus estratégicas relaciones con Rusia, que se mostraba particularmente molesta por la instalación de diferentes elementos de la defensa antimisiles de forma tan próxima a sus fronteras, de modo que comprometía la utilidad de su arsenal balístico. Ello arriesgaba la relación de dependencia energética entre la UE y Rusia, en la medida que las importaciones de gas y petroleo de origen ruso ascendían hasta el 35 y 30%, respectivamente.

Como decíamos, la Administración Obama optó por una gestión aparentemente multilateral del escudo antimisiles en el marco de la OTAN que disminuyera la hostilidad rusa y, en consecuencia, facilitase un mayor grado de compromiso por parte de sus socios europeos, que no verían peligrar su suministro energético. Los Estados Unidos, que habían desechado en varias ocasiones el satisfacer las demandas rusas al respecto (garantías jurídicas de que la defensa antimisiles no sería utilizado contra su arsenal, creación de un sistema único y multilateral con pleno intercambio de información), llegarían a ofrecer a Rusia en la Cumbre de Lisboa de 2010 el participar directamente del escudo antimisiles de la OTAN. Pero lo que superficialmente pudiera parecer un arrebato de generosidad por parte del imperialismo norteamericano, no era más que una muestra de decadencia de la otrora superpotencia hegemónica mundial ante un escenario de creciente influencia y capacidad de otras potencias y bloques imperialistas emergentes. La Administración Obama ha constatado la necesidad de tejer una red de alianzas de diferente índole mediante la cual impedir su declive y afrontar en mejores condiciones la disputa interimperialista que en la actualidad comienza a desatarse de forma cada vez más manifiesta, incluso adquiriendo compromisos con aquellos estados con los que aparentemente solo les une una enemistad irreconciliable.

El imperialismo se quiere presentar como principal garante de la paz, incluso cuando nos muestra sus horribles fauces. Pero la historia contemporánea nos muestra una realidad muy distinta. El imperialismo conduce inexorablemente a la guerra, ya lo dejaron escrito quienes nos precedieron. Las proclamas pacifistas que las organizaciones del oportunismo declaman tan habitualmente, apelando a la conciencia de los lobos para guardar a los corderos, no son más que fórmulas quiméricas que más pronto que tarde la clase obrera internacional habrá de rechazar. Y el día que lo haga, saldrá de los estrechos márgenes en los que se encuentra recluida. Solo entonces habrá paz.

A.C.

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