Oradora apasionada que las masas obreras venían a aplaudir, periodista de pluma acerada, teórica rigurosa del marxismo y aguda polemista. Así aparecía Rosa Luxemburgo ante sus auditores y ante la mayor parte de los militantes socialdemócratas. Una revolucionaria que ocupó en el movimiento comunista internacional de los 20 primeros años del siglo XX una posición privilegiada. Este año se cumple un siglo de su brutal asesinato, el 15 de enero de 1919 en Berlín, a manos de los despiadados Freikorps, cuerpos paramilitares alemanes.
La mujer a quien Vladimir Ilich “Lenin” llamaría “Águila de la Revolución” nació en el seno de una familia de origen judío en un pequeño pueblo llamado Zamosc, el 5 de marzo de 1871, cuando Polonia pertenecía al imperio ruso, circunstancia esta que le hizo entender desde muy joven la necesidad y el potencial de la revolución ante las injusticias históricas. Su padre, Edouard Luxemburgo, estudió en Alemania y trabajó como comerciante de maderas en Varsovia, siendo considerado en esa ciudad como un comerciante distinguido. También fue un hombre que luchó denodadamente por la enseñanza pública polaca. Su madre, Lina Löwenstein, que coincidía totalmente con los esfuerzos de su marido por desarrollar la educación a todos los niveles, era una ávida lectora de libros en alemán y polaco, y admiraba particularmente las obras de Friedrich Schiller, poeta, filósofo, dramaturgo e historiador alemán que junto a Goethe es hoy el dramaturgo más importante de Alemania. En esa familia cosmopolita, liberal y amante de la cultura y la buena literatura creció Rosa Luxemburgo, quien, gracias a su brillante inteligencia, pudo emprender estudios a pesar de los enormes prejuicios de la época y la discriminación que las autoridades zaristas imponían en Polonia contra los judíos.
A los seis años, Rosa Luxemburgo, la menor de cinco hermanos, y ya viviendo en Varsovia, leía y escribía correctamente además de disponer de un sentido muy desarrollado de la verdad y de la justicia. A los trece años, en un poema escrito con ocasión de la visita del emperador Guillermo Iº a la capital polaca en 1884, pedía su intercesión para preservar la paz en Europa. Asimismo la represión del zarismo contra la clase obrera y los movimientos nacionalistas polacos levantaba en ella repudio y cólera. Sin embargo, serían los horribles pogromos (persecución de judíos), de 1881, los que dejarían en Rosa sentimientos imborrables de desprecio y odio. Así comenzó a cultivarse el terreno sobre el cual brotaría la sensibilidad revolucionaria de Rosa Luxemburgo.
Después de terminar, en 1887, sus estudios secundarios brillantemente, Varsovia se convirtió en una ciudad peligrosa para una estudiante revolucionaria y militante ya del Partido del Proletariado, el primer partido socialista polaco. Es por ello, y para evitar ser deportada a Rusia, que Rosa tuvo que huir a Suiza en 1889. Tenía entonces sólo 18 años.
Estudiar, un arma necesaria
En el país helvético asistió a la Universidad de Zurich junto a otras figuras socialistas que, como ella, habían escapado de las garras de los esbirros del zar. Por ejemplo Anatoli Lunacharski (más tarde Comisario Popular para la instrucción pública en la Unión Soviética) y Leo Jogiches (“Tyscha”, marxista revolucionario lituano y futuro compañero de Rosa Luxemburgo). En esa prestigiosa universidad, Rosa estudió con pasión filosofía, historia, política, economía y matemáticas de forma simultánea, especializándose más tarde en la teoría del Estado, la Edad Media y las crisis económicas. Rosa Luxemburgo era consciente de que con el estudio de esas materias poseería las armas necesarias para emprender el combate al que consagraría toda su vida. Es decir, por la defensa de los derechos pisoteados de los trabajadores, de los oprimidos y desheredados. El tiempo de estudiante universitaria, y el encuentro con Leo Jogiches, uno de sus grandes amores y, según ella, “quien le ayudó a formar su ideología política e intelectual”, fueron de los más felices de su vida.
Antes de pasar su doctorado, Rosa Luxemburgo participó plenamente en debates sobre la condición obrera y escribió en los periódicos socialistas. En 1893 fundó junto a Leo Jogiches el periódico “La causa de los trabajadores”, oponiéndose al nacionalismo del Partido Socialista Polaco. Rosa Luxemburgo no creía en la autodeterminación de los polacos, quería sin embargo que los trabajadores del mundo se unieran obviando las fronteras.
Un apoyo que fracciona
En 1898 Rosa Luxemburgo se trasladó a Berlín, que sería su hogar definitivo. Ese año se casó con Gustav Lübeck, el hijo de una amiga con el que nunca vivió para obtener la nacionalidad alemana, pues como muchos de sus camaradas estaba convencida de que en Alemania comenzaría la revolución. Y en efecto, cuando Rosa ya se había abierto un camino en las filas del Partido Socialdemócrata Alemán, en 1905 estalló y se extendió la revolución, pero no en Alemania, sino en el Imperio ruso. El desencadenante fue la masacre de obreros, campesinos, mujeres y niños indefensos (más de 1000 muertos) a manos de la soldadesca zarista el domingo 9 de enero, conocido como el “Domingo sangriento”; cuando los manifestantes se dirigían pacíficamente hacia el Palacio de Invierno, residencia del zar en San Petersburgo, reclamando, entre otras reivindicaciones, una asamblea constituyente, mejoras salariales, jornada de ocho horas y libertad de sindicación. Una terrible represión que desencadenó oleadas de protestas a lo largo de aquel año y que obligaron al zar a hacer algunas concesiones. Pese al aparente fracaso, la revolución de 1905 tuvo repercusiones de gran relevancia que sirvieron de ensayo a los acontecimientos de 1917. “En todas las fábricas, por su iniciativa, los trabajadores han establecido comités que toman todas las decisiones sobre las condiciones de trabajo, sobre a quién contratar y a quién despedir, de manera que el patrón ha dejado de ser el dueño de su propia casa”, escribía entusiasmada desde Varsovia, en 1906, al teórico marxista Karl Kautsky y a su esposa Lulu. En su libro “La huelga de masas, el partido político y los sindicatos” Rosa Luxemburgo argumentaba que una huelga general podía emplearse para provocar una revolución social.
El apoyo a lo que estaba ocurriendo en Rusia, además de costarle tres encarcelamientos seguidos, motivó un incipiente desacuerdo con la socialdemocracia alemana. Disensión que fue creciendo con la crítica de Rosa Luxemburgo al conformismo y revisionismo del SPD (Partido Socialdemócrata), y ello a medida que aumentaba la posibilidad de una guerra. El SPD no se opondría al voto para financiar el conflicto si este llegaba a producirse, lo que supuso una catástrofe personal para Rosa Luxemburgo. Ella quería preparar una huelga general que uniera solidariamente a todos los trabajadores, y de ese modo evitar los desastres de una guerra, pero el líder del partido se opuso tajantemente, lo que provocó la ruptura definitiva con su antiguo amigo y camarada Kautsky en 1910.
José L Quirante