“Quien lucha, puede perder; quien no lucha, ya ha perdido” (Bertolt Brecht)

En este momento solo podría contar con los dedos de una mano las películas que sobre la clase obrera me han impactado: “La huelga” (1925) de Sergei M. Eisenstein, “Tiempos modernos” (1936) de Charles Chaplin, “La sal de la tierra” (1954) de Herbert J. Biberman, “Norma Rae” (1979) de Martin Ritt y “Tocando al viento” (1997) de Mark Herman. Por supuesto que habrá algún otro filme que olvido con el paso del tiempo, y puede que ustedes también elaboren otra lista incluso mejor que la que yo propongo. Sin embargo en lo que creo coincidiremos es en que no proliferan películas que cuenten la lucha de la clase obrera desde su punto de vista. Por eso cuando un cineasta se atreve a hacerlo, y lo hace con justeza, emoción y valentía, no podemos más que congratularnos en esta casa. Inclusive si, como es el caso, su estreno no ha tenido aún lugar en España. Me estoy refiriendo al filme, “En guerre”, del realizador francés Stéphane Brizé (Rennes, 1966), que estremeció al último Festival de Cannes, y que, para abrirles el apetito, yo comento aquí en “avant première” .

Brizé, director de películas como “Mademoiselle Chambon” (2009) o “La ley del mercado” (2015), no ha escondido nunca su deseo de hacer un cine socialmente comprometido y que refleje la realidad de los tiempos que corren. Por eso en esta ocasión, junto a su actor fetiche, Vincent Lindon (formidable en el papel de íntegro líder sindical), nos mete de lleno en las entrañas de un largo y tenso conflicto laboral. El que plantea la decisión de un grupo industrial de cerrar, pese a tener beneficios, una de sus fábricas con 1100 trabajadores/as para satisfacer a sus accionistas que ambicionan mayores dividendos. A lo que los/as asalariados/as responden bloqueando la producción y proclamando una huelga indefinida para defender sus empleos.

Filme radical

A partir de ahí, Stéphane Brizé, que se ha asesorado de sindicalistas, abogados, inspectores del trabajo, etc., describe magníficamente todo lo que conlleva un conflicto de esa naturaleza sin caer jamás en la caricatura o en la hagiografía. Al contrario, expone con realismo descarnado la lucha obrera y las posiciones de unos y otros. Las de los obreros/as negociando con los representantes de la multinacional, creando relaciones de fuerzas más favorables y sufriendo la división interna y sus desgarros; y las posiciones de la patronal y el Estado mediador del conflicto persistiendo, con argumentos cínicos como: “la competitividad del mercado impone el cierre de la fábrica” o “el Estado no puede hacerlo todo”, en la consecución de su objetivo primordial. Debates y luchas a los que, gracias a una vigorosa puesta en escena y a unos diálogos rigurosos y pertinentes, el espectador/a concurre compartiendo con los trabajadores/as su rabia, sus temores y su necesaria rebelión contra lo que muchos/as piensan ineluctable.

Ciertamente, y el título del filme así lo prueba, estamos ante una película radical que defiende la dignidad de la clase obrera, y que clama la revuelta contra la violencia de un capitalismo que tritura y también mata.

Rosebud

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