Según el Reglamento (UE) No 10/2011 el plástico se define como “polímero al que pueden haberse añadido aditivos u otras sustancias y que es capaz de funcionar como principal componente estructural de materiales y objetos finales”. Un polímero es una sustancia macromolecular formada por la unión repetitiva de moléculas sencillas denominadas monómeros. Los seres vivos estamos formados por polímeros, como las proteínas, algunos azúcares o ácidos nucleicos, fácilmente degradables. La diferencia radical con los plásticos es que éstos, al ser productos de síntesis industrial cuya fabricación comenzó a ser masiva hace tan sólo 65 años aproximadamente, no han permitido que la evolución biológica desarrollase los sistemas enzimáticos que permitieran su rápida biodegradación ambiental: de ahí los cientos de años necesarios para la completa degradación de una simple botella de plástico.

Como indefectiblemente siempre ocurre, la agresión medioambiental que por múltiples mecanismos implica la contaminación derivada de su producción masiva, se traduce en problemas de salud pública: muchos de esos monómeros, plastificantes, adhesivos,… liberados desde los plásticos al medio ambiente y al alimento, son carcinógenos y/o alteradores hormonales demostrados para humanos. Las/os trabajadoras/es que fabrican o manipulan dichas sustancias se exponen a niveles más elevados derivando en problemas de salud laboral que, por supuesto, no padecen los/as accionistas de la industria petroquímica que sirve de base a la fabricación de materias plásticas.

Se estima que en 2020 la producción mundial se aproximará a los 500 millones de toneladas (¡9 veces más que hace 40 años!) y, de seguir la tendencia, para 2050 será de 2.000 millones de toneladas. Actualmente hasta 8 millones de toneladas de plásticos ingresan anualmente en los océanos, donde generan los principales problemas medioambientales y de bioacumulación en la cadena trófica. En el decrépito capitalismo el 50% de la producción de plástico se destina a productos de un solo uso.

La contaminación por plásticos, efectivamente, es un problema ambiental de primera magnitud que debemos abordar urgentemente, y señalar al verdadero culpable del desastre es un primer paso indispensable. La Asociación de Investigación de Materiales Plásticos y Conexas (AIMPLAS) lo deja claro en su campaña “No Culpes al Plástico: Tú eres parte de la solución. ¡Actúa!”: es decir, los culpables somos los consumidores y no un modelo de negocio impuesto por los monopolios que les permite explotar a miles de kilómetros, donde la fuerza de trabajo sea más barata o las regulaciones administrativas más laxas, y luego transportar y almacenar incluso las mercancías perecederas durante semanas gracias al envasado en plástico.

Sin embargo, la denominada “economía circular” en la que pretenden implicarnos individualmente y que a menudo forma parte de las medidas propuestas por las organizaciones ecologistas, es un rotundo fracaso en el caso de los plásticos ya que su reciclaje, que se sitúa entre el 10% y el 30% en el mejor de los casos, es costoso, técnicamente complejo y sus productos difíciles de colocar en el mercado.

En su ofensiva campaña, AIMPLAS miente descaradamente afirmando que los plásticos son materiales totalmente seguros para la salud, que evitan los desperdicios, que la mayoría de sus usos son duraderos, o que los plásticos monouso son imprescindibles en la conservación de alimentos; y todo para concluir que “la solución a las basuras marinas está en tu comportamiento responsable”. Curiosamente, a esa culpabilización de quienes apenas disponemos de grados de libertad, dejando indemnes a quienes se lucran con el envasado en plástico, contribuyen organizaciones como Greenpeace al proponer un “cambio de mentalidades en la cultura del usar y tirar” a la vez que con sus propuestas de “mantener el plástico y su valor en la economía y fuera del océano” o de “incentivos económicos para conseguir que las señales del mercado formen parte de la solución” apuntala al mismo sistema de producción que ha generado el problema.

Como decía aquella maravillosa canción revolucionaria: “¿Qué culpa tiene el tomate que está tranquilo en la mata? Y viene un hijo de puta y lo mete en una lata (en este caso, en un envase de plástico monouso)…”. A beneficio de AIMPLAS, Greenpeace, y los monopolios continuamos con la canción: “¿Cuándo querrá el dios del cielo que la tortilla se vuelva? Que los pobres coman pan, y los ricos mierda, mierda”.

José Barril

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