Hace 9 años, el 19 de marzo de 2011, comenzaba la guerra imperialista de Estados Unidos y la OTAN contra Libia. En aquel momento, partidos e intelectuales supuestamente de izquierdas apoyaron esa agresión contra el pueblo libio y Muammar al Kadhafi, defendiendo las llamadas “primaveras árabes”. En aquel momento, el Jefe del Estado Mayor de Defensa era uno de los actuales dirigentes más importantes de Podemos y jefe de gabinete de Pablo Iglesias.

El tiempo ha demostrado que aquel idílico relato de revueltas ciudadanas para democratizar Libia no era más que propaganda de guerra y manipulación de masas. La realidad es que en Libia el imperialismo ha utilizado el mismo método que aplica en otros países de Oriente Medio y el norte de África: desestabilización, manipulación mediática, intervención militar, desestructuración del país, uso del radicalismo religioso, potenciar las divisiones y odios étnicos (en el caso de Libia entre las regiones de Tripolitania, en el oeste, y Cirenaica, en el este); todo ello, por supuesto, con el objetivo de controlar los recursos económicos fundamentales (Libia es el mayor productor de petróleo de África, además de contar con enormes reservas de gas y de agua potable, un recurso tan importante como las fuentes de energía) y las vías de comunicación estratégicas.

Libia sufre una guerra civil desde 2014, en la que existen dos gobiernos que se reclaman legítimos y reciben apoyos de diferentes potencias extranjeras que buscan controlar Libia. El llamado Gobierno de Unidad Nacional, con sede en Trípoli, es reconocido por la ONU pero carece de legitimidad democrática ya que se negó a reconocer al nuevo Congreso elegido en 2014. Este gobierno es apoyado fundamentalmente por Qatar, los Hermanos Musulmanes y Turquía. El gobierno turco no sólo ha enviado tropas a Libia en los últimos meses para apoyar al gobierno de Trípoli, sino que ha firmado acuerdos para explotar el petróleo libio y ha facilitado el traslado de yihadistas del norte de Siria a Libia para desestabilizar más el país.

Por su parte, el mariscal Jalifa Haftar, antiguo aliado de Kadhafi que luego se exilió a Estados Unidos, cuenta con el apoyo del Ejército Nacional Libio y tiene su capital en Bengasi, al este del país. Sus apoyos vienen de la mayor parte del ejército, de las tribus cirenaicas y de la lucha contra el integrismo islámico y el yihadismo. A nivel internacional es apoyado por Emiratos Árabes Unidos, Francia y Rusia, a quien se acusa de apoyar militarmente a Haftar con mercenarios rusos. Las tropas de Haftar iniciaron en abril de 2019 una ofensiva para acabar con el gobierno de Trípoli y reunificar Libia.

Mientras tanto, Estados Unidos apoya a todas las partes y a ninguna en especial, buscando su objetivo principal, que no es otro que perpetuar el conflicto e impedir la existencia de una Libia unida y fuerte. Ya en 2013 el New York Times desveló los planes del Pentágono y la CIA para fomentar la división de Libia en tres regiones: Tripolitania, Cirenaica y otra región al sur bajo dominio integrista.

El riesgo de un conflicto directo entre las potencias con intereses es tan cercano que a mediados de enero se ha celebrado una conferencia en Berlín, bajo iniciativa alemana. El documento resultante está repleto de buenas palabras y hermosos objetivos. Pero la realidad del imperialismo nunca es esa, nunca su finalidad es el bienestar del pueblo, la paz o la justicia. Hoy más que nunca son necesarias la lucha contra la guerra, la solidaridad y movilización anti-imperialista, la claridad ideológica y el no dejarse manipular por los discursos manipuladores del imperialismo y sus palmeros mediáticos, de izquierda o derecha.

Eloy Baro

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