Desde hace décadas, los coches han ido proliferando hasta llegar a la situación actual, en la que parece imposible vivir sin un vehículo particular. Lo necesitamos para ir al trabajo (o solamente para encontrarlo, porque carné de conducir y vehículo propio son requisitos imprescindibles en muchos casos), para hacer la compra, ir al cine, salir de fiesta… La vida en los pueblos y ciudades, sobre todo las no muy grandes, se traslada a grandes centros comerciales a los que, en muchos casos, resulta difícil o imposible llegar si no es en coche.

Esta moderna forma de vida cumple un objetivo fundamental: alimentar la maquinaria de producción desmesurada del sistema capitalista. La única manera que tiene el capital y sus dueños, los capitalistas, los empresarios, de mantener y aumentar sus ganancias para no irse a pique es aumentar constantemente la producción y, a la vez, reducir costes. No es un capricho, sino una necesidad de los capitalistas para seguir existiendo. Puesto que los capitalistas obtienen su beneficio del valor que los trabajadores aportan al producto con su trabajo, conforme se desarrolla la tecnología y crece el peso de las máquinas en la producción, a los capitalistas les resulta más difícil obtener beneficios. Por tanto, para mantenerse necesitan exprimir más el trabajo asalariado y producir más y más.

En este contexto, se ha evidenciado el agotamiento, cada vez más agudo, que sufre el medio natural en el que vivimos debido a ese modelo de producción anárquico y abusivo, que es el modelo de producción capitalista. La clase dominante, los propietarios de los medios de producción y cambio (fábricas, supermercados, almacenes, oficinas, transportes…), también se han dado cuenta de esto y, como no tienen un pelo de tontos, ahora pretenden convertirse en los abanderados de una supuesta lucha contra el cambio climático, fundamentada principalmente en una inmensa campaña de marketing. Una de sus apuestas estrella para “salvar el mundo” son los coches eléctricos, los llamados “cero emisiones”. Y no es que no haya que desarrollar esta tecnología, pero sí habría que tener en cuenta una serie de factores: si existe la cantidad suficiente de materiales (actualmente se utiliza litio y cobalto) para fabricar tantas baterías a largo plazo; el coste que supone extraer dichos materiales, procesarlos y fabricar las baterías; si habrá capacidad para producir la electricidad necesaria, si esa electricidad se podrá obtener de fuentes renovables en la medida necesaria para que sea realmente un avance en sostenibilidad… Por todo esto, los coches eléctricos no son la solución mágica que nos intentan vender; son la alternativa que el capital necesita para seguir produciendo sin freno y así intentar mantener su tasa de ganancia, ya sea fabricando una cosa u otra.

La clase trabajadora, que no tiene ningún interés en que la clase social que nos explota -grandes empresarios- mantenga sus beneficios, debe buscar la sostenibilidad en un modo de producción diferente, en el que se produzca en base a las necesidades sociales y al mínimo impacto sobre el medio natural. Quizás la solución real vaya en la línea de invertir la tendencia que comentábamos al principio: sustituir los vehículos particulares por transporte público, extender y mejorar la red de transportes hasta poder prescindir al máximo de los vehículos particulares. ¿Cuánto ahorraríamos si las 100 personas que van cada día a trabajar de la ciudad X al polígono, por ejemplo, fueran en autobuses en lugar de en 80 coches y motos (suponiendo que algunos compartan vehículo)? ¿Y si consiguiéramos algo así en la mayoría de las poblaciones y centros de trabajo? Desde luego, requeriría de un gran esfuerzo de organización y planificación; nada que no podamos conseguir.

No obstante, esto debería realizarse a la vez que la producción se reduce y se racionaliza. Toda la producción de coches se podría centralizar en una o varias empresas, propiedad del pueblo en su conjunto, de forma que todos los recursos invertidos y toda la tecnología disponible sea aprovechada al máximo para dar respuesta a las necesidades de la sociedad; en lugar de tener una serie de gigantes empresas privadas compitiendo entre sí y cuyo único fin es llenar los bolsillos de sus multimillonarios propietarios. ¿Y si repitiéramos este esquema para todos los sectores de la economía? Podemos prescindir de todo el despilfarro que se genera en la actualidad solo si prescindimos del modo de producción capitalista. Esto es la economía socialista, una solución real.

Jesús

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