En 1844 Carlos Marx afirmaba en la “Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel” que “La religión es el suspiro de la criatura oprimida (…) La religión es el opio del pueblo. Renunciar a la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es exigir para este una dicha verdadera (…)” Pues bien, esta célebre cita que en su tiempo levantó enormes ampollas en el seno de una sociedad retrógrada y reaccionaria, viene que ni pintada para comentar la última película de los hermanos Dardenne (Jean-Pìerre y Luc Dardenne), cineastas belgas autores de filmes tan sugerentes y atractivos como “La promesa” (1996), “Rosetta” (1999) o “Dos días, una noche” (2014); esta última ya comentada hace algún tiempo en esta misma sección.

Ahora, ahondando en la línea naturalista y en el cine social comprometido que los caracteriza, los hermanos Dardenne  narran con su habitual coherencia temática y estilística la historia del joven Ahmed. Un chico de apenas 13 años de edad, hijo de un padre árabe (ausente) y una madre belga que hace de las enseñanzas del Corán impartidas por un Imán mitificado el eje de su existencia. Adoctrinamiento que conduce al joven Ahmed (extraordinario Idir Ben Addi) hacia un radicalismo religioso totalmente alienante (el referido “opio del pueblo”) que le irá convirtiendo en una especie de inquietante zombi que ignora familia, amigos y educadores. Aunque Ahmed, pese a la constante contradicción entre sus ideales de pureza religiosa y  las pasiones de la vida, no lo vea de esa manera, ya que cree fervientemente que el Islam es la dicha (ilusoria, convendremos con Marx) tan deseada. La que le permitiría, como buen musulmán, el acceso al Paraíso.

El final del túnel

Resumiendo podríamos decir que la intención final de los Dardenne, en esta obra emotiva, austera y muy bien filmada, donde la cámara es más testigo que protagonista de lo que pasa, es la de invitar al espectador/a a hacer un viaje a lo más profundo y oscuro del enajenamiento humano. Un viaje que tiene por objetivo, en un relato hiperrealista y perturbador, intentar ofrecer al joven Ahmed un resquicio por donde poder ver la luz al final de ese terrible túnel. Exigir en definitiva “la dicha verdadera” que reivindicaba en su cita Carlos Marx. Porque vida sólo hay una, y no merece la pena perderla buscando “dichas ilusorias”, cuando existen tantas cosas importantes por las que luchar. Parece decirnos los hermanos Dardanne mostrándonos el trabajo abnegado y anónimo de  educadores laicos, la ternura de una madre que quiere recuperar al hijo alienado o el amor de una joven deseosa de ser amada. Es decir el basamento sobre el que desarrollar un pensamiento racional y mínimamente equilibrado.

Rosebud 

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