En Turín y en Crema ocurren cosas que algunos calificarían de locas. Otros las leerán con una sonrisa escéptica, porque se han extraviado en el laberinto de las dudas. Los que aman, creen. Tengo el privilegio de vivirlas, y el deber de testimoniarlas. Este es mi resumen semanal: no verán aquí cifras de pacientes atendidos o salvados, ni criterios médicos

Brigada médica cubana 
en Italia.

Foto: Cortesía del autor

En Turín y en Crema ocurren cosas que algunos calificarían de locas. Otros las leerán con una sonrisa escéptica, porque se han extraviado en el laberinto de las dudas. Los que aman, creen. Tengo el privilegio de vivirlas, y el deber de testimoniarlas. Este es mi resumen semanal: no verán aquí cifras de pacientes atendidos o salvados, ni criterios médicos.

Mi primer día de la semana es el 25 de abril, Día de la Liberación del nazi-fascismo en Italia. En tiempos de pandemia no hay actividades públicas. Así que busqué en la prensa del año anterior las habituales manifestaciones de decenas de miles de personas que no encontraría esta vez. La gente sostenía en ellas carteles muy significativos: «Hoy como ayer, antifascistas», «La Resistencia no ha terminado. Levanta tu cabeza y lucha por la vida», «Combate el miedo. Destruye el fascismo».

Los médicos y enfermeros cubanos e italianos del hospital COVID-ORG de Turín salieron al patio, el viernes, para cantar el himno antifascista «Bella Ciao» (Adiós Bella). Ese fue su homenaje.

EN LA RESIDENCIA

Las residencias estudiantiles del Tecnológico, en uno de cuyos edificios se hospeda la brigada médica cubana, fueron construidas para recibir a los atletas en las Olimpiadas de Invierno de 2006. En esos edificios hay estudiantes, probablemente de otras regiones o de otros países, que quedaron atrapados por la cuarentena obligatoria. No se permite el paso de un edificio a otro, pero el encierro puede ser explosivo entre estudiantes universitarios. Nuestros médicos y enfermeros reciben e intercambian saludos todos los días desde las ventanas y los pasillos del campus. Sobre todo desde que una tarde, un médico, con lágrimas en los ojos, me arrastró hasta su habitación, al otro lado del pasillo. En el edificio de enfrente habían puesto la bandera cubana. Grande, hermosa. Al ver que mirábamos sorprendidos, aplaudieron. El sábado fueron más lejos. Después de mucha algarabía, un estudiante puso en altoparlante el Himno Nacional de Cuba y todos hicieron silencio, mientras nosotros lo cantábamos. Fue como si nos abrazaran desde lejos. Dicen que el coronavirus cambiará el mundo, que lo hará mejor. No lo creo. Tendremos que cambiarlo nosotros. Pero hay suficiente energía, suficiente fuerza acumulada para hacerlo.

EN EL HOSPITAL

Había llegado cabizbajo, todavía sostenido por un ambulanciero de traje completo. Era el primero, y venía de otro centro hospitalario, con una prueba negativa a su favor. Fue ubicado en un sector de cuarentena, para los que esperan la segunda y definitiva prueba. Aquel lugar, todavía sin enfermos, debió parecerle gigantesco en los primeros días. Pero las soluciones que encuentra el destino son inextricables. El enfermo hablaba español, y pronto el enjambre de cubanos lo rodeó.

Nuestros médicos y enfermeros son instruidos para no hablar de política, para relacionarse con todo aquel que facilite el desarrollo de las estrategias locales de salud, para respetar creencias y credos, para curar a ricos y a pobres, a contendientes de un bando o de otro. Su misión es salvar vidas. Y sin embargo, el imperialismo los considera subversivos. Su presencia en los lugares más apartados o peligrosos, sin la compensación de grandes salarios, su visión no clasista de la profesión, su entrega, ponen en entredicho los valores del sistema. Todo segmento social no mercantilizado, es subversivo para el imperialismo. Por eso tratan de quebrarlo. Ellos son, como dijo Fidel a propósito del enfrentamiento a la epidemia del ébola, los héroes de nuestro tiempo.

Máximo Pinna, de 56 años, el primer paciente en llegar al hospital de campaña, se convirtió también en el primero que recibía el alta médica. Lo abordé a la salida del hospital, donde lo esperaba la ambulancia, que lo devolvería a su hogar, y no fue remiso a declarar sus sentimientos: «Felicitaciones, ¿cómo se siente?» –fue mi única pregunta. Pero él quiso decir más: «Muy bien. Los médicos cubanos son muy profesionales, no se les puede pedir más. Estoy muy, muy feliz de haberme recuperado. Me trataron muy bien. Pude conversar mucho con ellos, porque hablo español; son muy profesionales, simpáticos y tienen un gran corazón».

CREMA, LOMBARDÍA

Una tarde, al salir del hostal, los brigadistas cubanos de Crema, en Lombardía, vieron a un niño de cuatro años, solo, en la acera de enfrente, con una banderita cubana en las manos. Al día siguiente, a la misma hora, el niño volvió, y al otro, siempre con su banderita. Indagaron. Los padres, en realidad, lo vigilaban de cerca, vivían a pocos metros. Su nombre es Alessandro. El niño, pudiera decirse, se convirtió en el líder de una generación de niños que empezó a reunirse a la misma hora todos los días frente al hostal. Traían a sus padres, no sus padres a ellos. Y les hacían portar banderas de Cuba y de Italia. Se convirtió en una tradición.

La Alcaldesa, Stefania Bonaldi, una mujer sencilla como su gente, me lo explica así: «Los pobladores de Crema, sorprendidos, agradecen que unos médicos hayan cruzado el océano para venir a Italia a ayudar a su pueblo. Eso les ha infundido mucha esperanza». El jueves los brigadistas le hicieron un regalo. Cruzaron la calle, y le entregaron una bata de médico de su tamaño, un nasobuco (nunca lo llevaba puesto, ni él ni los otros niños) y un estetoscopio. No sé qué se gesta, pero alguna sorpresa debe depararnos el futuro.

1ro. DE MAYO

Este día ha sido especial, aunque la rutina de la zona roja permanezca inalterable. El doctor Julio caminaba en dirección al hospital en las primeras horas de la mañana, cuando un carro de la policía se detuvo frente a él. El chofer, un hombre joven de uniforme, abrió la puerta y se bajó. Entonces, para sorpresa de Julio, empuñó el brazo y le dijo en voz alta: «¡Hasta la victoria siempre!». Inmediatamente, retornó al vehículo y se marchó.

En la tarde, fue inaugurado el Árbol de la Vida. La costumbre la traen los cubanos que enfrentaron el ébola en África: a partir de hoy, por cada vida salvada, se colocará una cinta blanca. Dos pacientes han sido dados de alta. El doctor Julio colocó la primera cinta, y el doctor italiano Sergio Livigni, director del hospital, la segunda. En la era pos-COVID, será trasladado a Cuba. El Árbol adquiere una significación adicional, a la que todos aluden: es el Día Internacional de los Trabajadores, que en Cuba ha sido dedicado a los que salvan vidas.

El edificio, donde radica el hospital de campaña, fue construido en 1895, cuando en Cuba se reiniciaba la guerra por la independencia, y José Martí caía en combate. Es considerado la «Catedral» de la historia industrial de Turín. ¿Cuántos obreros albergó en duras jornadas productivas? Hoy acoge a los que luchan por la vida. La pandemia se combate con medicamentos y cuidados especiales, y con la solidaridad que siempre han reclamado los trabajadores.

Nos vemos la semana que viene.

 

Enrique Ubieta Gómez


Publicado el 2 de mayo en www.granma.cu

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