Las palabras de George Floyd, asesinado por el agente Derek Chauvin, circularon por redes, carteles y muros, y se convirtieron en muchas ciudades de EE.UU. y del mundo en un lema antirracista, contra un sistema basado en el odio y la violación de los derechos de discriminados y excluidos.

Ahora en EE.UU. se habla de excesos en las protestas, de vandalismo, de atentados contra la sacrosanta Propiedad Privada, más que del crimen en sí. Pero David Brooks afirma que, en su mayoría, las protestas han sido «pacíficas y repletas de encuentros solidarios en un país azotado por una pandemia y la peor crisis económica en casi un siglo».

Muchos médicos y enfermeros (que han visto cómo el virus mata a personas negras en tasas desproporcionadamente altas) salieron a las calles en Nueva York para mostrar su apoyo a los movilizados. En Minneápolis, les entregaron mascarillas y leche para aliviar los efectos del gas lacrimógeno.

Según Mapping Police Violence, los negros en EE.UU  tienen casi tres veces más opciones de que los mate un policía que el resto de la población. El Washington Post señala que, por cada millón de habitantes, 30 afroamericanos mueren tiroteados por la policía, 22 hispanos y 12 blancos.

«No puedo respirar», dijo antes que Floyd, en 2014, Eric Garner, cuando era asfixiado tras su arresto en Staten Island, Nueva York; porque presuntamente vendía de modo ilegal cigarrillos sueltos. El responsable fue exculpado por el Gran Jurado del condado de Richmond.

En 2019 Atatiana Jefferson, de 28 años, perdió la vida a manos de un policía en su habitación en Fort Worth, Texas, por una «falsa alarma» del vecino. Botham Jean, de 26 años, en Dallas, murió también en su casa, en 2018, asesinado por una policía que entró en su piso por error, pensando que era el suyo, y supuso que Jean (sin armas) no podía ser otra cosa que un ladrón. Philando Castile, de 32 años, cometió una infracción de tránsito en 2016, en Saint Paul, Minnesota, un agente lo detuvo, vio que tenía un arma en el vehículo y disparó sobre él con la sospecha infundada de que iba a usarla.

Walter Scott recibió en 2015 tres balas cuando huía del agente que lo detuvo por tener una luz rota en su vehículo en North Charleston, Carolina del Sur. Se recuerda este crimen en particular, porque el responsable fue sentenciado a 20 años de prisión. En la gran mayoría de los casos, el sistema judicial suele ser tan racista como el represivo y protege a los culpables.

Este 2020, antes de Floyd, dos jóvenes afroamericanos fueron asesinados por la policía: Ahmaud Arbery, de 25 años, estaba haciendo ejercicios en Brunswick, Georgia, cuando un expolicía y su hijo lo persiguieron en una camioneta y le dispararon «porque se parecía a un sospechoso de robos en la zona», y Breonna Taylor, de 26 años, de Louisville, Kentucky, que recibió ocho disparos en su propia casa, en una redada antidrogas. Ni ella ni Arbery tenían nada que ver con los delitos que supuestamente habían cometido.

En Francia ha resurgido el caso de Adama Traore, un joven negro de 24 años muerto en 2016 bajo custodia policial. En París, aunque la manifestación había sido prohibida a causa de la pandemia, cerca de 20 000 personas se congregaron pacíficamente para reclamar justicia para Traore y George Floyd. Luego el ambiente fue caldeándose: terminó en enfrentamientos y el empleo por la policía de gases lacrimógenos.

Quienes conocían al agente Chauvin hablan de su racismo. Tras las muertes de Freddie Gray (2015), Tamir Rice (2014), Michael Brown (2014), Eric Garner (2014) y Trayvon Martin (2012) ha habido policías con antecedentes de violencia racial. Rice, Brown y Martin, adolescentes de 12, 18 y 17 años respectivamente, fueron baleados por la policía sin justificación alguna.

Trump ha agravado la situación con sus declaraciones. Dejó a un lado el origen de las protestas y ordenó «detener los disturbios, los saqueos, el vandalismo, los asaltos y la destrucción de la propiedad» con una irrupción militar aplastante: «alcaldes y gobernadores deben establecer la presencia abrumadora de las fuerzas del orden hasta que la violencia sea sofocada».

Trump no está solo. Neofascistas blancos y sonrientes lanzaron en las redes sociales un juego siniestro: el «George Floyd Challenge». Consiste en recrear la escena del asesinato, filmarla y circularla. Uno encarna a Floyd, otro coloca una rodilla en su cuello, dos o tres más lo inmovilizan. Una forma muy cruel de trivializar la barbarie.  

La frase de Floyd y Garner, «No puedo respirar», es quizá la misma que han dicho tantos afroamericanos enfermos, víctimas de la covid-19, sin respiradores, sin medicamentos.

Muchos no tuvieron tiempo de enterarse de lo que Trump tuiteó el 2 de junio: «yo he hecho más por la comunidad negra que cualquier otro presidente desde Abraham Lincoln».

Abel Prieto. Granma.cu

uyl_logo40a.png