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A finales del siglo XIX comenzó a circular por Francia un manual para la revolución anarco-comunista titulado “La conquista del pan” en el que su autor, Piotr Kropotkin, formulaba la siguiente reflexión: “El porvenir no es tener en cada casa una máquina de limpiar el calzado, otra para lavar los platos, una tercera para lavar la ropa, y así sucesivamente. El porvenir es del calorífero común, que envía el calor a cada cuarto de todo un barrio y evita el encender braseros”. “Entre el mediodía y las dos de la tarde" - seguía Kropotkin - “hay seguramente más de veinte millones de norteamericanos y otros tantos ingleses comiendo todos ellos asado de vaca o de cordero, cerdo guisado, papas cocidas y verduras de estación. Y por lo menos hay ocho millones de hornallas encendidas durante dos o tres horas para cocinar esa carne y cocer esas hortalizas; ocho millones de mujeres dedicadas a preparar esa comida, que quizá no consista en más de diez platos diferentes.“¡Cincuenta hornallas encendidas, cuando una sola sería suficiente!”. Se trataba, para Kropotkin, de expropiar los medios de producción y “producir para consumir”, para satisfacer necesidades de la sociedad entera, frente a la “acumulación por la acumulación, producción por la producción misma” que, en palabras de Marx, expresaba la misión histórica de la burguesía.

En El Capital (Capítulo IV, Tomo I), Marx escribe que “nunca debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias”. Es decir, que en el contexto capitalista el circuito que recorren las mercancías durante su producción y circulación - “la economía” - no tiene por objetivo satisfacer las necesidades materiales y el bienestar de la sociedad, sino asegurar la acumulación de capital. La producción capitalista no se orienta a producir valores de uso, sino valores de cambio, todo aquello que independientemente de su utilidad social esté sometido a la extracción de ganancia. Consumir para producir.

Se explica así que, desde su germinación, el capitalismo haya seguido desarrollando los medios de producción sin ningún respeto hacia la vida humana ni hacia el medio en que esta se desarrolla. Más bien al contrario, debido a que la tasa de ganancia ha seguido su tendencia declinante, el capital no ha cesado de intensificar la explotación de la clase trabajadora y la depredación de los recursos naturales, en un proceso de acumulación por desposesión a escala planetaria que ha llevado a la extinción de miles de especies y los efectos cada vez más palpables de la contaminación y la degradación medioambiental.

En 1977, el filósofo de la RDA Wolfgang Harich publicó el libro “¿Comunismo sin crecimiento?” en el que consideraba ya entonces que el desarrollo material había sobrepasado los límites ecológicos del planeta y defendía la economía planificada bajo un Estado proletario como la única solución para mantener el equilibrio entre la actividad del ser humano y la Tierra. Frente a las posturas desarrollistas presentes en ambos bloques, Harich escribiría: “Ya no creo que vaya a existir nunca una sociedad comunista que viva en sobreabundancia, una sociedad comunista que viva de una plenitud material como era aquella a la que los marxistas hemos aspirado hasta ahora”. El pensador basaba su tesis en el principio de la igualdad: “Llamo anticomunista a un valor de uso que en ninguna circunstancia social, cualquiera que ésta fuera, podría ser consumido por todos los miembros de la sociedad sin excepción”. “Sólo el comunismo puede acabar con todos los mecanismos del mercado, arrebatar a los valores de uso en su conjunto su forma de mercancías y regular la distribución de los bienes materiales de acuerdo con el principio de igualdad”.

Esta idea del comunismo homeostático o en equilibrio ha continuado hasta nuestros tiempos con algunas modificaciones. El profesor Carlos Taibo, en su libro “El decrecimiento explicado con sencillez” sitúa desde la perspectiva anarquista la necesidad de un cambio revolucionario que ponga los medios de producción en manos de la clase trabajadora, y señala al sistema capitalista como responsable de la depredación del entorno natural. Taibo apunta, además, a la incidencia del desarrollo desigual en el mundo, y aporta algunas cifras basadas en la llamada “huella ecológica”; frente a las 5,7 hectáreas por habitante que, por término medio, son necesarias para satisfacer los niveles de consumo de una persona en el Estado Español, otra persona nacida en India requiere sólo 0,8. Si el nivel de vida europeo se generalizase a toda la población de la Tierra necesitaríamos nada menos que tres planetas. Cierto es que la huella ecológica es una categoría que hay que tratar con todas las cautelas, pero también es bastante claro que los niveles de consumo de la clase trabajadora occidental son más altos en términos comparativos. Una expresión de este desarrollo desigual aparece ya en “El Imperialismo, fase superior del capitalismo“, donde Lenin anota el siguiente párrafo de una carta de Engels dirigida a Kautsky en 1882:

«Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses acerca de la política colonial. Lo mismo que piensan de la política en general. Aquí no hay un partido obrero, no hay más que radicales conservadores y liberales, y los obreros se aprovechan, junto con ellos, con la mayor tranquilidad, del monopolio colonial de Inglaterra y de su monopolio en el mercado mundial».

Taibo y Harich, desde posiciones lejanas en muchos aspectos, tejen un mismo hilo conductor. Pues una vez consigamos “arrebatar a los valores de uso en su conjunto su forma de mercancías” aún tendremos que “regular la distribución de los bienes materiales de acuerdo con el principio de igualdad”. Lo cual supone, sin ninguna duda, elevar las condiciones de vida de la mayoría de la población mundial que hoy subsiste en condiciones de verdadera penuria. Esta elevación necesaria, que debe ser compatible con los límites ecológicos del planeta, exigirá contrapartidas en una minoría de la población acostumbrada a formas de consumo capitalistas como el transporte individual, turismo de masas y sobreabundancia de dispositivos electrónicos y otros superfluos bienes de consumo.

Carles

Este texto es fruto del trabajo colectivo en el área de formación de la célula Kollontai (València).

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