Normalmente en estos pequeños artículos destaco algún aspecto de la ideología que segregan las series o cómo construyen un tipo u otro de subjetividad que se adecúa al capitalismo. Pero la ideología es no mero discurso, consciente o inconsciente, de las producciones artísticas de masas o no. La ideología está inserta en todas nuestras prácticas, particularmente en las que no reparamos. Con este preámbulo justifico que este mes reflexione sobre el comentario de texto en el examen de Lengua Castellana y Literatura de selectividad en Andalucía del que fui corrector.

El examen vinculaba, a partir de un editorial de El País, el envejecimiento de la población con la soledad de los mayores. Por supuesto, el editorial no se preguntaba sobre las condiciones de posibilidad de que las jóvenes de clases populares puedan tener hijos o pensiones o la situación de los ancianos de clase trabajadora, pero sí urgía al Estado a tomar medidas paliativas para esa soledad en el envejecimiento. El editorial no llegaba demasiado lejos en su análisis, pero, al menos, hacía del envejecimiento un problema social. Nada llamativo salvo las respuestas.

No los leí todos, apenas corregí 139, pero sí los suficientes para tener una idea clara de las tipologías de las respuestas. Eran dos:

La primera respuesta apelaba sencillamente a la elección personal: los mayores estaban solos fruto de las decisiones que habían tomado a lo largo de su vida. No eran decisiones morales o condicionadas por la situación social, en absoluto, las decisiones que condenan o no a la soledad de los mayores eran decisiones subjetivas de coste de oportunidad. El alumnado argumentaba, con tranquilidad, que la soledad futura era causada por las decisiones presentes. Hay, se infería, dos opciones: la amistad y las relaciones sociales, que evitarían la soledad, o el éxito profesional. Cuando impartí Economía en 4.º de ESO los libros de texto explicaban el coste de oportunidad con ejemplos parecidos: jugar o salir con amigos frente a estudiar para sacar mejores notas. Cuando el alumnado incluye este argumento en cualquier situación es que esta ideología que hace depender el éxito y el fracaso social de tus preferencias, la compañía o el abandono de la utilidad subjetiva y que, en consecuencia, solo tú eres responsable de lo que te pase ya ha calado hasta el fondo.

La segunda respuesta pertenecía a las fórmulas estereotipadas del comunitarismo reaccionario: la tecnología nos ha «alienado» de forma que hemos olvidado nuestra humanidad. Nosotros, abducidos por las nuevas tecnologías —móvil y videojuegos principalmente—, abandonamos a nuestros mayores a su suerte y soledad. El alumnado arremete contra sus prácticas habituales en las redes sociales porque los alejan de la familia, de los valores morales fundamentales e, incluso, de la propia especie. Esta crítica no se parece en nada a la que Marx hace a la tecnología que, bajo el capitalismo, en lugar de liberar —reducir el tiempo de trabajo—, esclaviza aún más. La reflexión del alumnado de selectividad se parece mucho más al discurso reaccionario sobre la verdadera esencia de la especie y la nación que fructificó en una parte importante de la ideología nazi. Donde Marx ve la posibilidad de una libertad mayor frustrada por el capitalismo, el alumnado ve la condena del olvido de la humanidad.

Se podría argumentar contra mí que, seguramente, el alumnado reprodujera en los textos las ideas que esperaban que el profesorado quería leer. Pero eso no tiene demasiada importancia. Cuando un ateo le preguntó al filósofo y matemático Pascal sobre qué tenía que hacer para comenzar a creer en Dios, Pascal le contestó que rezara, porque la creencia viene después, no antes.

Jesús Ruiz

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