“Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”. Con esta frase escrita en 1862 por el poeta y novelista francés Víctor Hugo en su obra maestra, “Los miserables”, finaliza tajantemente la homónima “ópera prima” del realizador maliense Ladj Ly (Malí, 1980). A la manera de un potente gancho en el mentón del espectador. Y es que el asunto no es para menos en esta sobrecogedora historia de jóvenes marginados de la banlieue (suburbio) parisiense. Una juventud sin futuro (la misma que en 2005, Nicolas Sarkozy, entonces ministro del interior, tildó de racaille, chusma) y unos lugares como las afueras de París, que este debutante y prometedor cineasta conoce al dedillo. Unas duras existencias, la suya y la de esos chicos postergados, que Ladj Ly retrató ya en un percutante cortometraje, en 2017, igualmente titulado “Los miserables”, y por el que fue nominado a los premios Cesar.
Poder inicuo
Ahora, en 2019, convertido el corto en largometraje, Ly completa la visión preliminar de aquella encomiable iniciativa realizando una aguda radiografía de la difícil convivencia entre numerosas etnias procedentes de la migración y del pasado colonial francés, y donde la ley del más fuerte impera implacablemente. Un contexto social impresionante en el que el ineludible drama colectivo brota, toma cuerpo y estalla al ritmo frenético del mejor thriller policiaco por un suceso en apariencia banal: el robo de un cachorro de león a un circo de gitanos por un niño negro. Es decir, que ese inocente incidente, reprimido brutalmente por policías provocadores y corruptos, será la gota que desbordará un vaso lleno de miseria, exclusión e infortunio. Lacras inherentes al sistema capitalista en fin de ciclo, objetivo implícito de los afilados dardos del activista Ladj Ly. Un sistema, en suma, que privilegia a su clase social, la burguesía, en detrimento de los cada vez más numerosos y exasperados parias de la tierra.
En definitiva, estamos ante un filme vibrante y sobrecogedor del a todas luces sugestivo cineasta Ladj Ly, que ha arrancado en el Festival de Cannes 2019 el Premio del Jurado turbando a la flor y nata de la industria cinematográfica internacional, y que goza del extraordinario mérito, gracias a un guión certero, una puesta en escena furibunda y a unas interpretaciones que rezuman veracidad por los cuatro costados, de denunciar sin ambages el abandono y hacinamiento a los que, en este caso el capitalismo francés (“los malos cultivadores”) condena a los Gavroches de nuestros días. Asimismo la película adquiere en la expectante secuencia final la cualidad revolucionaria de reivindicar el derecho a que el polvorín repleto de injusticias explote un día en las mismas fauces del omnímodo e inicuo poder burgués. Casi que na.
Rosebud