Quizá la descripción de los personajes que hice en el artículo del mes pasado1 no diluya por completo la posibilidad de interpretar Antidisturbios como una serie sobre la banalidad del mal. La banalidad del mal, tal como la describe Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, sería la capacidad de abandono de toda ética individual al delegarla en algo parecido a la ejecución mecánica del burócrata, en las órdenes recibidas. Eichmann defendió su inocencia en el exterminio nazi porque era un funcionario que ejecutaba diligentemente las tareas encomendadas, aunque estas incluyeran la logística de transporte de judíos a los campos de exterminio. Al contrario: la serie opta casi por su inversión directa.

Me alertaba un amigo cuando inicié una lectura algo más profunda de Arendt de que tuviera cuidado. Arendt está poseída por la verdad, me dijo, eso es seductor y peligroso. Urquijo, la detective de asuntos internos de la que no hablé el mes pasado, también está poseída por la verdad. La primera escena de la serie nos la muestra humillando a su padre porque ha hecho trampas jugando al Trivial. No obstante, su obsesión es ambigua: no se sabe si es la verdad o salirse con la suya. Urquijo, en un alarde de constancia, fiel a su objetivo.

La obstinación de Urquijo permite a Antidisturbios plantear que no es posible una transformación interna del sistema (o al menos que no es posible una transformación interna desde sus propias instituciones de represión).La connivencia de los jueces con los alcaldes, los mandos policiales y las constructoras que expulsan a los vecinos de sus casas para erigir apartamentos turísticos puede llegar a ser vencida individualmente, pero no la organización del sistema que lo permite. Porque el sistema se sostiene en múltiples diversas tramas con distintos niveles de profundidad en los que una pieza se puede dejar caer para cobrar otra. Como el sacrificio en ajedrez.

Y en esa partida juega un papel central el excomisario Revilla, trasunto indisimulado de Villarejo. Revilla(rejo) actúa como el ajedrecista que mueve las piezas con el único objetivo de acumular más resortes dentro de las cloacas del Estado. No es el genio maligno que ocupa la última planta del rascacielos de las apologías del hombre común de los policiales y tebeos norteamericanos, sino que obtiene su poder en cuanto factótum imprescindible al que se recurre para mover los hilos subterráneos del Estado. Es él quien, en busca de una ventaja en el tablero, saca a la luz tramas o protege otras en un inacabable, pero no estático, statu quo imposible de derribar. Revilla aparece en todas las tramas y con todos los secretos en su mano. Antidisturbios, a través de este personaje, denuncia la imposibilidad de reformar el sistema principalmente porque el mismo sistema engendra, desde dentro, al propio Revilla. El desvelamiento y caída de una trama, finalmente, forma parte de un juego mayor cuyo motivo es seguir funcionando.

El encuentro entre Urquijo, y su obsesión por la verdad o el triunfo, y Revilla concluye de la única forma posible: Urquijo debe entregarse para ganar la partida. El control del tablero está en las manos del excomisario y para dejar que se tome esa pieza del tablero (las grabaciones que demuestran la corrupción de jueces y policía), exige, a cambio, la conversión de Urquijo en un peón más de su engranaje de información y secretos de las cloacas.

La lección de Antidisturbios no es, entonces, que cualquiera puede cometer crímenes atroces en ciertas condiciones, sino que estar poseído por la verdad te puede conducir a ellos o a tu perdición.

Jesús Ruiz


1Antidisturbios: https://www.unidadylucha.es/index.php?option=com_content&view=article&id=4366:antidisturbios&catid=2&Itemid=101

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