En El Puerto de Santa María, cerca del mar, existía hace mucho tiempo un lugar lleno de arbustos y retamas blancas y amarillas llamado La arboleda perdida, al que Rafael Alberti acudía en su niñez. Tras 39 años de lacerante exilio, el gran poeta gaditano volvió, en 1977, a aquel añorado lugar acarreando en sus alforjas intactas sus ideas, indelebles sus recuerdos y fogosos todavía sus inextinguibles deseos de cabalgar hasta hundirlos en el mar.

 

El año en que nació Rafael Alberti, 1902, fue un año de gran agitación campesina en Andalucía. Un tiempo que vaticinaba futuros levantamientos revolucionarios. El 16 de diciembre (han hecho ahora 118 años) Alberti despertó en el seno de una familia en la que los dos abuelos, paterno y materno, eran italianos; ambos dedicados a la producción vitivinícola. “Grandes burgueses, propietarios de viñas y bodegas, católicos hasta la más extraña locura y más violenta tiranía”, comenta con acritud Rafael Alberti en sus memorias. Ellos y otras pocas familias poderosas eran todavía a principios del siglo XX los verdaderos amos de El Puerto de Santa María. Por ausencia de su padre debido a su trabajo de representante de vinos, Rafael Alberti se crió bajo la obstinada influencia de sus tíos, de los que no guardó un buen recuerdo. En el colegio de jesuitas San Luís Gonzaga de El Puerto, el niño Alberti recibió una educación religiosa basada en los principios más rígidos de la fe católica: “mi familia posponía el aprendizaje de la escritura o lectura al de la salvación del alma”. En aquel centro educativo organizado al modo militar, Rafael Alberti sintió además claras diferencias entre internos (hijos de la burguesía porteña) y externos (“el proletariado escolar”, del que formaba parte), lo que despertó en él un odio “sólo comparable a ese que los obreros sienten por sus patronos: es decir un odio de clase”. Posicionamiento que coincidió con su expulsión del colegio y con el traslado con su familia a Madrid en 1917. Una prometedora nueva estancia en la que el futuro poeta manifestó su deseo, no compartido por sus padres, de dedicarse a su vocación de pintor.

Tiempo de aprendizajes

De aquel inesperado entusiasmo pictórico, y de las numerosas visitas al museo del Prado, fue Goya y su impresionante obra, lo que más le impactó. “La pintura de Goya me abría cada mañana los ojos a una fiesta alzada en medio de la triste y solemne pintura española”. Igualmente abrió su espíritu a un mundo insospechado hasta entonces en el que, entre otras enseñanzas y aprendizajes, oyó hablar por primera vez de Lenin y de los bolcheviques: “más como sinónimos de bandidos o demonios”, a causa de la gente reaccionaria e inculta que entonces le rodeaba. Sin embargo, los acontecimientos políticos que acontecieron en la Rusia revolucionaria, con el tiempo, quedaron grabados en su memoria.

El gusto por la poesía apareció algo más tarde bajo la influencia de sus amigos Celestino Espinosa y Gil Cala, con quienes leía versos hasta despuntar el alba. Asimismo irrumpió su pasión por las ediciones clásicas publicadas por Prometeo, la editorial valenciana dirigida por Blasco Ibáñez. En definitiva Madrid ofreció a Rafael Alberti un mundo que, poco a poco, fue conformando su personalidad y su carácter. Finalmente su ardor por la música, la escultura y la ópera llegó también sin demasiado tardar; culminando aquel entusiasmo cultural con la primera exposición de sus cuadros en 1920, con 18 años de edad. Un año en el que las muertes de su padre, Vicente Alberti, y del grande y popular novelista, Benito Pérez Galdós, le golpearon duramente.

 

Solamente ser poeta

La decantación definitiva de Rafael Alberti por la literatura, y en consecuencia por la poesía, vino durante un largo periodo de convalecencia a causa de una enfermedad pulmonar. Durante ese tiempo las obras de autores como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Jorge Luís Borges, Gerardo Diego, Apollinaire, Max Jacob, los clásicos rusos y las de muchos otros más fueron literalmente engullidas por Rafael Alberti. ”Mi tremenda, mi feroz y angustiosa batalla por ser poeta había comenzado. Quería solamente ser poeta”. Desde ese instante los encuentros con escritores y poetas de su generación: García Lorca, Dámaso Alonso, Luís Cernuda, Vicente Aleixandre, Jorge Guillen, Manuel Altolaguirre, etc. (la futura “Generación del 27”) se produjeron asiduamente. Eso sí, envueltos en una grave crisis política y económica generada por la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930).

Los primeros poemas de Rafael Alberti aparecieron en la revista “Horizonte”, del poeta sevillano Pedro Garfias. Al lado de los de García Lorca y Antonio Machado. Después vino la publicación del libro “Giroscopio”, del que Gabriel Miró dijo que encerraba “palabras de aguda belleza”, y a continuación “Cal y canto”, publicado en el tricentenario de la muerte de Luís de Góngora. El camino por el que sería conocido Rafael Alberti estaba trazándose. Sólo había que profundizar en su inagotable fuente de inspiración. Poemas, libros y obras de teatro se sucedieron vertiginosamente mezclados con importantes y decisivos acontecimientos políticos y sociales. Huelgas, luchas obreras y manifestaciones antimonárquicas anunciaban profundos cambios, al tiempo que Alberti con su libro “Marinero en tierra”, García Lorca con “Poema del cante jondo” y “Mariana Pineda” y otros inéditos poetas, ansiosos de penetrar en mares inexplorados, rompían modas y moldes constituyéndose en auténtica vanguardia literaria.

Por la Segunda República

Tras los viajes a la Sierra de Guadarrama y a Rute, en la provincia de Córdoba, Alberti recibió, en 1924, el Premio Nacional de Literatura, galardón que le permitió escribir otros dos libros, éstos de coplillas y poemas: “Calas negras” y “El alba del alhelí”, así como ser publicado regularmente en las revistas “Occidente” y “Litoral”. Su lucha literaria se centraba en impedir la profusión de la poesía andaluza fácil, frívola y ramplona. Combate que le ocasionó enemistades y una depresión que le alejó un tiempo de la escritura, y de la que salió publicando “El hombre deshabitado”, una reflexión crítica sobre el conformismo, y “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”, dedicado al cine burlesco norteamericano. De repente Rafael Alberti renació, sus oídos se llenaron de palabras nuevas: República, fascismo, libertad…, y una película de Luís Buñuel: “Tierra sin pan”, un impresionante documental sobre la miseria en la región extremeña de Las Hurdes, le anunció inevitables acontecimientos revolucionarios. Entre otros nuestra guerra civil. Una evolución personal que Alberti reflejó en su libro: “Sobre los ángeles” y en un claro compromiso político, adhiriendo al Partido Comunista de España (PCE) y luchando por el advenimiento de la IIª República Española. A partir de ese instante, la poesía de Rafael Alberti se trasformó en un arma para sacudir conciencias y cambiar el mundo. La suerte estaba echada: los intelectuales, “la inteligencia del país", se comprometía con la nueva forma de Estado surgida de las urnas en 1931; el proletariado, en pleno proceso de crecimiento político, daba también su adhesión y Rafael Alberti, que con el pueblo se despertaba republicano el 14 de abril de aquel año, recordaba henchido de emoción una copla que aprendió en su ciudad natal: “Republicana es la luna/ republicano es el sol/ republicano es el aire/ republicano soy yo”.

José L. Quirante

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