La cinematografía, primero y, las series, después, han hundido el arte dramático. En realidad para el capitalismo en decadencia, en su fase decrépita, el teatro no genera beneficios por lo que ha sido condenado a muerte por inanición. Se hace necesario recuperar el teatro como ágora que rompa los hechizos virtuales que nos avasallan. El contacto humano en vivo tras la pandemia y los confinamientos puede adquirir un nuevo impulso ante el hartazgo de la omnipresencia de las pantallas. Buena iniciativa sería promocionar el teatro fuera de los hemiciclos cerrados  y convertir en ágora espacios para escenificar como recurso de lucha ideológica al modo del auge actual del sketch y performance en protestas en la calle, teatro para barrios, centros de trabajo y centros de  estudio.

La obra teatral “historia de una escalera” de Antonio Buero Vallejo  es sin duda la obra clásica del teatro español de la segunda mitad del siglo XX. Había obtenido en 1949 el premio Lópe de Vega.

Hoy cobra actualidad la metáfora que representa la escalera del vecindario en plena penuria de posguerra en los tiempos más cruentos de la autarquía franquista. En la obra  existe la contraposición entre el personaje de Fernando que representa la mentalidad, dígase ideología, reaccionaria individualista, el personaje piensa que puede forjarse un porvenir arrastrándose y trepando  por las enredaderas del mundo cruel como un auténtico rastrero insolidario y egoísta; por otro lado, Urbano, un trabajador reivindicativo con conciencia de clase y sentido de la solidaridad. Una disyuntiva totalmente actual. Una obra con una vigencia impresionante: precariedad, vidas desahuciadas, incomunicación, la  ideología del sálvese quien pueda, la supervivencia y la penuria en un mundo falaz de falsas ilusiones. La solidaridad vencerá a la ley de la selva.

Miguel Ángel Rojas

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