Transcurridos más de seis años desde el estallido de la crisis capitalista, y de la guerra desatada por el bloque oligárquico – burgués contra la clase obrera y el pueblo, el Estado capitalista se ha fijado un nuevo objetivo: destruir el derecho de huelga de los trabajadores y trabajadoras.

 Un derecho conquistado por la lucha obrera.

Los derechos nunca cayeron del cielo, ni fueron otorgados graciosamente por las clases dominantes. Fueron conquistados históricamente en constante y dura lucha por quienes no tenían en sus manos el poder, la fuerza organizada del Estado. Eso sucedió con el derecho de huelga. Fue la dura lucha proletaria librada contra el fascismo la que obligó a reconocer el derecho de huelga reconocido por el Real Decreto – Ley 17/1977, de 4 de marzo, de Relaciones de Trabajo, posteriormente regulado en el artículo 28.2 de la Constitución de 1978 e interpretado por la Sentencia del Tribunal Constitucional de 8 de abril de 1981, que mantuvo la vigencia del Real Decreto de 1977 aunque anulando algunos preceptos inconstitucionales.

La concepción empresarial del derecho de huelga.

Para la clase obrera el derecho de huelga siempre fue el derecho obrero a parar la producción, a atacar el beneficio capitalista extraído de la explotación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, en el marco de la democracia burguesa, el derecho de huelga se convierte en un derecho formal: usted tiene derecho de huelga siempre que no pare la producción, esto es siempre que el ejercicio de su derecho no afecte a los beneficios empresariales. Y en este marco debe analizarse el debate sobre los servicios mínimos y sobre la actuación de los piquetes.

Hasta la fecha era habitual que la patronal y el Estado impusiesen uno servicios mínimos claramente abusivos. ¿El objetivo? Vaciar de contenido el derecho a huelga, convirtiéndolo en un derecho formal y, con ello, protegiendo los beneficios capitalistas. Esos servicios mínimos, por lo general, eran impugnados judicialmente por los sindicatos, obteniendo en la mayor parte de los casos sentencias favorables que declaraban abusivos los servicios mínimos meses después de finalizar la huelga, por lo que lo único que se obtenía era una indemnización por haberse vulnerado un derecho fundamental. En la práctica, los servicios mínimos abusivos eran combatidos por la acción de los piquetes, instrumentos defensivos de la clase obrera ante los abusos patronales que trataban de impedir que los obreros y obreras parasen la producción a través de la huelga.

Todo depende de la correlación de fuerzas.

Y es que cuando hablamos de derechos hablamos fundamentalmente de correlación de fuerzas. La hegemonía de la socialdemocracia y del oportunismo en el seno de las organizaciones sindicales, reduciendo las reivindicaciones a lo económico, a lo inmediato, sin vinculación alguna con un proyecto emancipador vinculado a la lucha por el poder, desarmó terriblemente a la clase obrera. Se impuso un sindicalismo burgués que terminó atrapado en las redes estatales tejidas para desmovilizar y corromper a las organizaciones de clase. La dinámica movilización – negociación, propia del pacto social, se alteró con el estallido de la crisis.

La patronal ya no está en condiciones ni dispuesta a ceder, tal y como hemos visto tras las tres últimas huelgas generales. Además, los capitalistas son conscientes de la extrema debilidad de las organizaciones sindicales, enredadas en casos de corrupción que son oportunamente recordados por la campaña antisindical puesta en marcha por los monopolios de la comunicación, y sin más proyecto que ofrecer que la vieja monserga de un capitalismo con rostro humano que se torna imposible ante los ojos de una clase obrera destrozada, que sufre a diario, que ve empeorar exponencialmente sus condiciones de vida y trabajo y comprueba en sus carnes la esencia de la dictadura capitalista. No hay límites infranqueables en la guerra actual a la que se somete a la clase obrera: convenios colectivos, derechos de reunión y manifestación, derechos de huelga… Arrasarán con todo si no lo impedimos.

Nosotros y nosotras producimos, nosotros y nosotras decidimos.

No hay salida para la clase obrera en el capitalismo. La única alternativa es organizar las fuerzas obreras y populares para preparar un cambio en el poder, para derrocar el capitalismo y levantar un modelo de sociedad protagonizado por las fuerzas del trabajo: el socialismo – comunismo. Es un camino difícil y lleno de peligros, pero es el único camino si no queremos seguir siendo los esclavos del siglo XXI. Y será aún más complicado si los monopolios y su Estado eliminan el derecho de huelga. La única respuesta posible es dejar claro al enemigo de clase que sólo reconoceremos como ley los intereses de la clase obrera y de los sectores populares. No nos someteremos, seguiremos luchando, seguiremos defendiendo la vida frente a la condena a muerte que significa la esclavitud capitalista.

No hay vías intermedias, cada día está más claro en esta guerra de clases: o ellos o nosotros.

RMT.

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