Normalmente, cuando usamos los términos distopía o su contrario utopía, nos referimos a futuros posibles, deseables o indeseables, lejanos casi siempre. Uno de pequeño, allá por los 80, devoraba relatos y películas de ciencia ficción. Estos relatos siempre ponen a la humanidad frente a un espejo advirtiendo de los riesgos del futuro.

Casi sin darnos cuenta aquellos relatos en buena parte se han hecho realidad, y hasta han superado a la ficción. La humanidad ha realizado en unas pocas décadas un salto tecnológico y científico de una magnitud colosal. La humanidad debería vivir en la plenitud y sentirse orgullosa de sus logros. La realidad es muy diferente, y en lugar de sentir que la raza humana está culminando una gesta epopéyica, simplemente estamos aterrados o en el mejor de los casos nos maravillamos por tener un servicio de streaming en el televisor que nos recuerde en qué capítulo nos quedamos o porque desde nuestro teléfono podamos hacer que un trabajador en bicicleta nos traiga en pocos minutos unos nachos con queso del restaurante de la esquina para ver nuestra serie favorita desde donde la dejamos.

El futuro ya es presente y estamos a las puertas de cosas tan fascinantes como la minería espacial, la computación cuántica o la fusión nuclear. La inteligencia artificial avanza a pasos agigantados. Pero no hay futuro prometedor para la humanidad, las hambrunas, las desigualdades, la explotación del ser humano y la violencia, en lugar de disminuir aumentan. El peligro de autodestrucción cada vez es más evidente y el responsable de ello es solo uno, el capitalismo en su fase imperialista.

La guerra y la violencia se extiende por todo el planeta, guerras brutales en las que se combinan las formas del medievo con la más alta tecnología. Mientras en Colombia aparecen cabezas y miembros de jóvenes opositores, el Estado colombiano utiliza la más moderna tecnología israelí para ejercer la vigilancia total de la actividad de sus ciudadanos a través de su teléfono y de su actividad en redes sociales. Mientras en Siria los terroristas cortan cabezas en plazas públicas, los EE. UU. ya aplican la inteligencia artificial a sus drones, y están desarrollando una generación de estos aparatos y de robots terrestres capaces de actuar en el campo de batalla de forma autónoma, es decir, de decidir por sí solos a quién asesinan y a quien no.

En el campo económico, desde los grandes centros de decisión, los algoritmos informáticos deciden el precio de las materias primas, condenando a millones de campesinas y campesinos a la miseria. Apretando un botón quiebran la economía y moneda de un país. La inteligencia artificial ya evalúa las entrevistas de selección de personal, y algoritmos informáticos analizan la productividad de un empleado y lanzan la orden de despido.

Los vientres de alquiler, es decir, la explotación de mujeres para parir hijos para pudientes familias, se extienden como un lucrativo negocio global. Recomiendo al lector que vea una pésima serie mexicana llamada “Quién mató a Sara”, en la que se dulcifica esta brutal práctica.

Podríamos encontrar cientos de ejemplos en los que el imperialismo está convirtiendo el mundo en un paisaje infernal gracias a unas tecnologías que podrían hacer que la humanidad viviera en una edad de oro. El capitalismo utiliza la ciencia para el control, la predicción, la represión y la eliminación de sus opositores. Con los nuevos avances, la violencia, la represión y la guerra entran en nuevos y aún imponderables derroteros.

Hoy más que nunca, Socialismo o barbarie.

Ferran N.

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