Hay películas que son fundamentalmente para mirar, para observar atentamente las imágenes y extraer las conclusiones que se imponen; y otras, no menos estimables, todo lo contrario, cuya función primordial es golpear el subconsciente del espectador/a (el “cine puño” que reivindicaba Serguéi Eisenstein) para así denunciar lo que el establishment intenta ocultar o tergiversar a toda costa. Es el caso del interesante filme “The mauritanian” (2021) del cineasta escocés Kevin Macdonald (Glasgow, 1967). Sin duda porque así lo ha querido el director de “El último rey de Escocia” (2006) al elegir para su historia fílmica la vida real de Mohamedou Ould Slahi, un joven musulmán nacido en Mauritania, capturado y acusado (sin prueba alguna) por el gobierno de los Estados Unidos de haber participado en la organización de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y es que el asunto no es para la condescendencia y el olvido, sino para el oprobio y la denuncia. Por ello Kevin Macdonald, partiendo del libro “Diario de Guantánamo”,  escrito por Mohamedou en 2015 tras 14 años de encarcelamiento sin cargos ni juicio en el Campo de detención norteamericano de Guantánamo, en Cuba, desvela sin tapujos las atrocidades cometidas contra Slahi y otros 780 prisioneros más. Barbaridades ejecutadas bajo las órdenes directas del ex-presidente George W. Bush y de su secretario de Defensa Donald Rumsfeld para arrancar confesiones de culpabilidad porque “alguien debe pagar por lo hecho”.

Carga denunciadora

La película, entre documental, thriller y drama judicial, se centra básicamente en tres personajes: el joven Mohamedou (desgarrador Tahar Rahim), su abogada Nancy Hollander (convincente Jodie Foster), que no pretende demostrar la inocencia o culpabilidad de su defendido, sino arremeter contra el Gobierno norteamericano por retenerlo en Guantánamo sin pruebas, y el abogado de la acusación, un alto oficial del ejército norteamericano interpretado por un sobrio y eficaz Benedict Cumberbatch, quien tras comprobar que las pruebas de inculpación atribuidas a Mohamedou Slahi han sido obtenidas tras horribles torturas, se siente engañado por su Gobierno y decide facilitar un giro definitivo en la vida del joven mauritano. No así en las de los 40 presos que permanecen sin cargos ni juicio todavía en una siniestra y tétrica prisión que un día prometió cerrar sin cumplirlo el ex-presidente Barack Obama.

Se trata, pues, de un filme de muy buena factura, al estilo de “Todos los hombres del presidente” (1976) de Alan J, Pakula, merecedor de verse por su carga denunciadora y porque, pese a no disparar como debiera, apunta con destreza y convicción contra el sistema represivo yanqui.

Rosebud

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