Salir del cine, en este caso salir del salón de mi casa, donde absorto he visto el implacable filme “Detroit” (2017) de la realizadora norteamericana Kathryn Bigelow (California, 1951), repitiéndome con rabia que Estados Unidos no es arquetipo de nada sino ejemplo de injusticia, violencia y represión, no es una cosa baladí sino algo esencial e importante. Y es que la película de la cineasta californiana, cuya trayectoria cinematográfica ignoraba imperdonablemente hasta ahora, tiene mucha enjundia y dedo acusador. Es decir, que la historia que narra la cinta, basada en hechos reales, habla de la sangrienta revuelta racial que tuvo lugar en la ciudad de Detroit, la urbe más poblada del estado de Michigan, en el largo y cálido verano de 1967. Unas protestas ferozmente reprimidas por la policía y el ejército norteamericanos en una década particularmente tensa y difícil para los Estados Unidos; en parte por los violentos asesinatos del presidente Kennedy en 1963 y de Malcolm X, defensor de los derechos de los afroamericanos, en 1965, pero igualmente por los estragos producidos en el ejército yanqui, y sobre todo entre los soldados negros, en la guerra imperialista de Vietnam,  así como por el auge del movimiento por los derechos civiles y la desegregación  liderado por el activista negro Martin Luther King.

Todos ellos, elementos potencialmente explosivos como para que al menor roce entre la población negra y la policía racista blanca saltara la chispa y prendiera el fuego. Cosa que ocurrió precisamente en la noche del domingo 23 de julio y hasta el jueves 27 de aquel fatídico año en la ya mencionada ciudad de Detroit. Ocasionando sangrientos disturbios que causaron 43 muertos y asesinados, 1189 heridos, 7200 arrestos y más de 2000 edificios destruidos. Trágicos acontecimientos que no ha querido relegar la directora de “En tierra hostil” (2009) pese al tiempo transcurrido desde entonces; consciente sin duda de la lucha del movimiento por los derechos civiles de los negros en la actualidad.

Brutal violencia

Así pues, partiendo de una somera explicación histórica respecto a la emigración de la población negra del sur agrícola norteamericano al norte industrial y su marginación en los suburbios de las grandes ciudades, Kathryn Bigelow, recoge, en una puesta en escena precisa y vigorosa, los altercados racistas como telón de fondo del drama, focalizando la atención de su intenso relato (una crónica semi-documentalizada) en la brutal violencia ejercida por la Policía Estatal y la Guardia Nacional sobre un grupo de personas refugiadas en el motel Algiers, mientras la ciudad de Detroit ardía en la mayor revuelta racial de su historia. Una violencia policial y militar que se cobró la vida de tres jóvenes adolescentes previamente  torturados y vejados. Y que, contrariamente a la justicia estadounidense, Kathryn Bigelow condena con su excelente filme, sugiriéndonos además que ello no se olvide jamás.

Rosebud

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