Tiempo atrás, en las décadas de los setenta y los ochenta, dentro del campo revolucionario en nuestro país existía una manifiesta incapacidad para presuponer la forma en que se daría el tránsito desde las formas capitalistas de producción hacia las formas socialistas. En base a este vacío en la elaboración teórica, cuando se abordaba la cuestión, los pronunciamientos más frecuentes se daban en el sentido de: “esto no será como en el feudalismo, donde la burguesía fue desarrollando su sistema económico dentro del Antiguo Régimen, hasta que llegó el momento en el que la agudización de las contradicciones hizo posible que esa burguesía se convirtiera en clase hegemónica e impusiera su dictadura de clase, su nuevo orden social”. Proceso marcado por un radical ejercicio de la violencia, fundamentando en la práctica el principio marxista de que la violencia es la partera de la historia.

Entonces se ponía de manifiesto una concepción muy mecanicista del tránsito revolucionario hacia el socialismo, que venía a decir: aquí lo que habrá en el futuro será capitalismo, más o menos tal como lo conocemos, y será la revolución socialista y la toma del poder por la clase obrera la que establezca las nuevas relaciones de producción, mediante el ejercicio de la nueva dictadura de clase, esta vez la del proletariado. Una concepción trufada de metafísica, y radicalmente antidialéctica.

Creo que esta situación, de atasco del pensamiento revolucionario, era generalizada en el occidente europeo, y en buena parte de la realidad internacional. En la práctica esto llevaba a una resignación con la persistencia de la dominación capitalista, y a un horizonte muy lejano para la hipótesis de la revolución socialista. Esta debilidad teórica se concretaba, al mismo tiempo, en un ascenso de las posiciones más reformistas que, dentro del capitalismo desarrollado, no veían otra opción que limitarse a obtener una cierta cuota de participación en la gestión del sistema de dominación. Malos tiempos para la clase obrera, ante semejante desorientación de quienes deberían ser su vanguardia política.

Pero la realidad es tozuda, como tanto gustaba repetir a Fernando Sagaseta. En las décadas que han pasado desde ese entonces las fuerzas productivas han tenido un desarrollo particularmente extraordinario. La productividad se ha multiplicado en este tiempo de una forma espectacular. Consecuencia de ello, también se ha disparado la composición orgánica del capital, y se acelera de forma extrema la caída tendencial de la tasa de ganancia.

Para ejemplificar este altísimo desarrollo de las fuerzas productivas se puede tomar el ejemplo de la agroindustria, donde se ha pasado de jornadas de trabajo con el sacho y el botijo, y los riñones rotos, a un proceso de maquinización extraordinario, donde un solo operario puede recoger con la mayor eficacia la cosecha de varias hectáreas, incluso seleccionarla y empaquetarla. La robotización de la industria y los servicios nada más está empezando, y en escaso tiempo será un proceso general que reducirá el esfuerzo y la misma participación cuantitativa de la clase obrera. La Inteligencia Artificial abrirá el camino a la realización de operaciones complejas, igualmente con una reducción de la participación de la fuerza de trabajo directa.

Se puede considerar también el ejemplo de una instalación portuaria, con decenas de barcos que entran y salen, atracan, fondean con coordenadas UTM, guiados por satélite, cargan y descargan explanadas llenas de miles de contenedores, suministran víveres y energía, reparan averías, etc. Todo ello realizado por una clase obrera cada día más cualificada y especializada. Basta mirar en Internet una animación virtual de la navegación mundial para comprender la enorme complejidad de esta materia. Todo ello manejado por la clase obrera, con los gerentes en los despachos mirando la cuenta de resultados, pero con un desconocimiento absoluto del funcionamiento de los múltiples sistemas, y sin las habilidades necesarias para hacerlos funcionar. La clase obrera lo controla todo, y es el factor determinante de su funcionamiento.

Los ingentes beneficios de esta productividad, como no podía ser de otra manera en este sistema, se los han quedado los capitalistas de forma casi absoluta. Las condiciones de vida de la clase obrera de los países centrales ha mejorado, pero siempre subordinadas a la necesidad del capitalismo de realizar la plusvalía, mediante el consumo de sus mercancías. El consumo interior de los países del capitalismo central es uno de los vectores fundamentales del proceso de acumulación de capitales. En los países de la periferia capitalista los índices de miseria, hambre y enfermedades son dantescos, eso forma parte de la lógica de acumulación de capitales y no tendrá solución dentro de este sistema de dominación.

Como consecuencia del proceso de concentración y centralización del capital inherente a su desarrollo histórico, hoy se ha conformado un sistema de gigantescos oligopolios de dimensión mundial.

Digo también: hoy es necesaria la participación de la clase obrera mundial, en su totalidad, para la producción/comercialización de cualquier mercancía (por pequeña y sencilla que ésta sea). Doy por supuesto que esto se entiende, pues no hay espacio para desarrollar tal afirmación en este artículo.

En la economía mundial todo es trabajo, trabajo y más trabajo. La actual financiarización de la economía capitalista solo es posible a partir del trabajo, en una relación de carácter absolutamente parasitario entre capital y trabajo.

Este desarrollo actual del proceso de producción mundial, donde millones de trabajadores y trabajadoras participan vendiendo su fuerza de trabajo de una forma coordinada, va dejando en evidencia el anacronismo del capitalista. Un sujeto cada día más evidentemente extraño a todo el proceso de producción/realización de la mercancía. Un sujeto (unos sujetos, en el caso de los accionistas) que de una forma cada día más visible nada aporta al proceso de producción y comercialización, pero que su posición de ventaja en el sistema le permite apropiarse de toda la ganancia generada. Un sujeto, por demás, cada día más ignorante de los conocimientos y las habilidades necesarias para la misma producción de la que es propietario.

Todo está en manos de la clase obrera, los sistemas más complejos e interrelacionados, son manejados por miles o millones de obreros. Esta clase obrera está adquiriendo una experiencia extraordinaria en gestionar la totalidad de los procesos de producción y distribución. Por ello la clase obrera tiene en sus manos una capacidad nunca conocida antes de paralizar la producción, incluso a nivel mundial, y hacer de esta capacidad una herramienta de una fuerza increíble para ser utilizada en el camino de su emancipación.

Obreros y obreras de todos los continentes, extraen, trasportan por tierra, mar y aire, procesan, cargan y descargan, manipulan, transforman, programan, exponen y venden. En una sincronizada coordinación de sus capacidades y desarrollos temporales, lo cual hace posible que de forma extraordinaria al final una mercancía producida por un capitalista, y otra mercancía equivalente producida por otro capitalista, se ofrezcan para su adquisición a precios muy similares, si no iguales, a pesar de esa masiva participación de la clase obrera en una diversidad de países.

El carácter anárquico de la economía capitalista (Marx), en el actual desarrollo de alta socialización de la producción y la comercialización, tiene su expresión más incontestable en el terreno de la competencia entre los grandes oligopolios, donde se produce un irracional consumo de materias y fuerza de trabajo. Pero en el ámbito interno de cada oligopolio (que son cantidades ingentes de mercancías que se producen y desplazan por todo el planeta) la producción, por necesidad imperiosa para la obtención de la ganancia, se realiza hoy en coordenadas de una altísima planificación, centralización, optimización de recursos y aprovechamiento de oportunidades, y donde los últimos avances de la Inteligencia Artificial abren perspectivas extraordinarias de mejora y superación a niveles de cambio histórico.

Y es ese carácter anárquico, que es inherente a la competencia/guerra entre los grandes monopolios, el que está llevando de forma inexorable a la destrucción del nicho ecológico necesario para la reproducción y continuidad de la especie humana. La competencia imparable entre oligopolios, la guerra por mantenerse y no perecer, implica una actividad irracional, frenética y alocada, de extracción de recursos y agotamiento de los suelos fértiles, también los recursos hídricos, el mar y el mismo aire. Todo ello con una dimensión siempre creciente, porque lo facilita el altísimo desarrollo de las fuerzas productivas que, en manos de los capitalistas, se vuelven contra la misma Humanidad. En términos geológicos el capitalismo nos ha situado en el Antropoceno, etapa caracterizada por la alta capacidad que ha alcanzado el ser humano para modificar la naturaleza en su totalidad. Dentro de la lógica capitalista esta depredación de nuestras condiciones de vida no tiene solución, es imposible resolver las contradicciones internas propias del sistema de acumulación capitalista, en su fase imperialista, sin cambiar/destruir el mismo sistema.

Otro aspecto a señalar es que el desarrollo de las tecnologías de la comunicación y la información (TIC) hace posible hoy la participación de la clase obrera mundial, repartida geográficamente en lugares muy distantes, en un mismo y simultáneo proceso de producción. Las empresas capitalistas desplazan a obreros y obreras con mayor o menor cualificación por todo el planeta. Trabajadores de plataformas petrolíferas, diseñadores gráficos, tripulaciones de la marinería mercante, profesionales de ingeniería o construcción, etc., son residenciados en cualquier país y participan en procesos productivos globalizados. O no se les desplaza, y trabajan en red, desde su lugar de origen, en un mismo proceso como si se encontraran en el despacho de al lado. Las migraciones forzosas, en el sistema capitalista, forman parte de una estrategia impuesta para disponer de destacamentos de fuerza de trabajo particularmente barata y sumisa, con un altísimo coste humano, con la finalidad de tratar de aminorar la cuantía de la masa salarial en el proceso de producción.

En el ámbito de cada oligopolio esta integración/planificación de capacidades-fuerza de trabajo-recursos, está tomando formas organizativas que apuntan cada día más a una situación de planificación centralizada. La dimensión inmensa de recursos materiales, sistemas varios y fuerza de trabajo, hacen imprescindible esta tendencia a la planificación como matriz de organización de la producción. En esa estructura productiva el objetivo de la lucha es sustituir al capitalista oligárquico por el Estado socialista, y a la propiedad oligárquica (capital) por la propiedad social de todos los productores.

Avanza la socialización de la producción y la comercialización, avanza la coordinación y la unidad de la clase obrera mundial en la relación capital-trabajo, avanzan los elementos de planificación y programación en el interior de los oligopolios, avanza el protagonismo y el control de la clase obrera sobre el proceso de producción, la clase obrera tiene hoy la capacidad necesaria para resolver las mayores demandas de la sociedad mundial. En conclusión, se ha creado ya la base material necesaria para avanzar hacia el cambio social revolucionario y el inicio de la construcción socialista y, luego, el comunismo.

Mientras no se produzca dicho cambio sistémico, las fuerzas productivas dentro del capitalismo están impedidas de alcanzar su pleno desarrollo, por las mismas limitaciones que imponen la propiedad privada y la competencia entre los grandes capitalistas. Será con el inicio de la construcción socialista, la propiedad de los medios de producción en manos de los productores libres y la implantación de un sistema de economía planificada, cuando esas fuerzas productivas alcanzarán su pleno desarrollo, llevando a toda la sociedad humana a un cambio descomunal en sus condiciones de vida futuras.

Es significativo que para que el sistema capitalista sobreviva unos cuantos años más y rompa su tendencia a la autodestrucción inexorable que la caída tendencial de la rentabilidad le somete, necesite de la destrucción de fuerzas productivas.

En este sentido, la expectativa de una era post-pandemia, en la que gracias al desarrollo de las últimas tecnologías, encabezadas por la Inteligencia Artificial y toda la transformación que conlleva en los procesos productivos, su definitiva implantación gracias a las subvenciones de los planes de estímulo, el gasto fiscal de los gobiernos y las inyecciones de dinero crediticio, se están yendo al traste por la pura realidad de los datos. En esta etapa histórica la acumulación capitalista tiene en la obtención de plusvalía relativa un factor fundamental para lograr una posición de ventaja en la dura pelea competitiva entre oligopolios. Plusvalía relativa que depende, en buena medida, de quién primero aplica los nuevos adelantos científicos y tecnológicos a su proceso de producción. Pero situación de ventaja que, por la misma intensa dinámica innovadora, tiene una escasa duración temporal, que finaliza una vez que esos nuevos adelantos se generalizan en su aplicación a todo un sector productivo.

La era post-pandémica, ha extendido su horizonte más allá de lo previsto, y todos los elementos “exógenos” que en otros momentos históricos han servido para abrir un periodo de acumulación y rentabilidad; ahora, se están viendo insuficientes.

Los estímulos acabarán yendo de nuevo a sectores especulativos, ante la cerrazón de la tasa de beneficio de dar algo de tregua, y por lo tanto, efectos colaterales no esperados como la subida de los precios, entre otros, nos abocan al medio plazo a otro periodo de ajustes que soporte las dificultades financieras.

La necesidad de los monopolios por incrementar la tasa de explotación sobre nuestra clase, se hace tan urgente como siempre para el capital, pero el tiempo de la humanidad, se va agotando. En definitiva, y por manida que sea la consigna, el capitalismo ya nada tiene para ofrecernos, más que miseria.

Trabajar políticamente para que la clase obrera adquiera conciencia de que es la poseedora exclusiva de esta altísima capacidad propia para producir y, con ello, satisfacer las necesidades de cientos y miles de millones de personas, es lo que haría que la vida del capitalismo entrara en su tiempo de descuento.

Para que la auto-conciencia de la clase obrera adquiera ese nivel de desarrollo –también la de aquellos sectores del movimiento popular que han de conformar sus alianzas en un amplio Frente Mundial Antiimperialista-, es necesario que las fuerzas políticas que se reclaman como su vanguardia, con propuestas comprometidas con el tránsito al socialismo, tengan la capacidad de situarse en lo concreto ante estas coordenadas del momento histórico, y entender la lucha político-ideológica como una intervención directa entre las masas obreras y populares que son las que han de protagonizar el proceso de cambio histórico. Proceso de cambio histórico que no se inicia el episodio sino que va tomando forma progresivamente dentro de la actual formación capitalista. Hasta entonces nos toca trabajar duro para que las carencias actuales se superen.

Carmelo Suárez, ex-secretario general del PCPE


Publicado el 4 de febrero en nuevarevolucion.es/

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