Es un tema común en la filosofía política hablar del anticapitalismo de Thomas Jefferson, quien abogó contra la industrialización de EE UU porque eso conduciría a grandes empresas que hurtarían la democracia al pueblo: la sociedad adecuada era la de pequeños propietarios agrarios independientes con decisiones asamblearias o casi asamblearias. Las primeras formas de movimiento obrero estadounidense seguían más o menos esta idea, los Knights of Labour -Engels los cita en La situación de la clase obrera en Inglaterra- defendían formas cooperativas de producción muy alejadas de la dimensión de la toma del poder que, para nosotros, es tan importante. Aparentemente, todo esto parece una anacronía o, peor aún, mera palabrería sin pies ni cabeza que se dirige por la clase dirigente para el dominio de las clases populares: la salida individual, etc.; sin embargo, creo, no debemos desechar sin más los efectos prácticos que esta tiene.

Las cuatro temporadas de la serie con el más que sintomático título de Goliat no hacen otra cosa que recoger el guante lanzado por Jefferson en el que la democracia reposa en los pequeños David que se resisten al poder generalizado de las grandes empresas. Un magnífico Billy Bob Thorton interpreta a un abogado alcohólico, enamoradizo y autodestructivo -uno más de los antihéroes de la televisión- con un inquebrantable sentido de la justicia que se enfrenta en la primera temporada a la industria armamentística, en la tercera a los grandes terratenientes (que privan de agua a los ciudadanos para fabricar productos de belleza), en la cuarta a la industria farmacéutica y en la segunda a los cárteles de la droga que penetran hasta el tuétano el poder político y la policía. Hasta aquí quizá lo más interesante es que un cártel de la droga -cuyo máximo dirigente es mejicano- se sitúa ideológicamente en el mismo plano que industrias legales que ocupan el resto de temporadas.

Nada nuevo bajo el sol, diréis. Tal vez. No lo niego. Pero la serie es extremadamente consecuente con su idea y entre los enemigos del ciudadano David que restaura una y otra vez la democracia se incluyen también los jueces que están al servicio de una forma u otra de las grandes empresas. Toda la estructura económica conspira contra los ciudadanos e infecta hasta la última institución estatal. Aunque los triunfos nunca son definitivos ni plenos, ¿cuáles son las palancas que acciona este abogado borracho que padece alucinaciones para que la justicia de algún modo triunfe? Por un lado, la impersonalidad de la ley, los jueces pueden, y de hecho lo hacen en repetidas ocasiones, prevaricar a favor de los ricos, pero no son capaces de anularlo todo; hay rendijas impersonales por las que escapa la verdad si se es lo suficientemente avispado para encontrarlas. Es la idea del genio que sustenta tantas series más o menos de investigación, aunque este abogado en muchas ocasiones se encuentra la verdad por error. Pero, por otro, con esto volvemos al principio del artículo, porque la ideología no es cínica, sino que hasta el más corrupto del aparato de Estado actúa como si la ideología fuera cierta. No hace falta recordar que lo importante es lo que se hace con independencia de lo que se crea. Son los efectos reales que la ideología de la legalidad tiene en los jueces lo que aprovecha David para asestar una pedrada a Goliat. Dicho de otro modo, prevarica, pero solo hasta el límite en el que no se quiebre la imagen ideológica de la justicia. Sé una gran empresa desalmada, solo si, y solo si, albergas la esperanza de una democracia de pequeños propietarios.


Jesús Ruiz

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