La cuestión, sencilla, hasta el punto de hacer dudar de su planteamiento es que todo depende de la empresa privada, que interviene en la producción para ganar dinero. Que si no gana, no invierte y no produce y la economía se paraliza. No hay alternativa en esta sociedad capitalista, en la que cada vez hay menos de lo público.

Este 9 de diciembre en Alacant tuvo lugar la IX Cumbre Euromediterránea, en la que España, Francia y Portugal, avanzaron en el acuerdo para la futura interconexión energética verde entre la península ibérica y Francia, el primer gran corredor de hidrógeno de la UE. El coste será cercano a los 3.000 millones de euros y estará listo para el 2030.

España así, quiere estar a la cabeza de la producción y suministro de este vector energético que de pronto se ha convertido en la solución de todos nuestros males. Es extraño pensar en cómo un proceso que podemos datar del año 1800, en el que se consiguió producir la primera electrolisis, es decir, la producción de hidrógeno y oxígeno aplicando energía eléctrica al líquido elemento, ha estado en la sombra tanto tiempo y de pronto resulta que es la llave del futuro.

En las últimas semanas no han cesado de aflorar noticias sobre inversiones en hidrógeno en España. Pedro Sánchez, presentó el 1 de diciembre, junto con el máximo ejecutivo de Cepsa, Maarten Wetselaar, lo que pretenden convertir en el mayor proyecto de hidrógeno verde de Europa, que se establecerá en San Roque y Palos de la Frontera (Cádiz). La compañía invertirá un total de 5.000 millones de euros.

Por otro lado, la naviera Maersk puso en marcha un nuevo proyecto de producción de metanol verde, un derivado del hidrógeno, en España, por 10.000 millones de euros. Serán dos grandes plantas de producción ubicadas en las costas de Andalucía y Galicia.

Antes, Iberdrola, presentó el estreno de su primera factoría de producción de hidrógeno verde de uso industrial en Puertollano (Ciudad Real), con una inversión inicial de 150 millones de euros.

Y más de 80 proyectos de hidrógeno renovable que desde Asturias a Tarragona, de Baleares a Guadalajara, convertirán a España en uno de los referentes mundiales de la producción de hidrógeno verde. No paran de llegar proyectos al calor de unos Fondos de Recuperación Europeos que aunque nos empeñemos en lo contrario, no serán renovables y que pagaremos con muchos más intereses que los beneficios que nos reportarán. Al menos a las capas populares.

Poco importa que muchos expertos en materia energética planteen dudas sobre la viabilidad económica de los proyectos, cuyos elevados costes de producción y precio final dificultarán su rentabilidad, su viabilidad técnica para implantarlos masivamente (pérdidas de energía en todo el proceso de su producción, que pueden llegar hasta el 70 %), su transporte o almacenamiento, su seguridad, su capacidad de retorno o incluso su incidencia sobre el medio ambiente.

Según un estudio encargado a diferentes expertos en la materia por el Gobierno de Reino Unido, el hidrógeno podría ser hasta 11 veces peor que el CO₂ para el clima del planeta y es que al parecer, causa más efecto invernadero del que se pensaba. Por si eso fuera poco, no parece España el mejor lugar para una producción que consume gran cantidad de agua, en un contexto de crisis climática como la actual. Y eso, confiando en la fimeza y honestidad de nuestros monopolios y representantes políticos en que mantengan el verde impoluto, sin que el efecto del daltonísmo de la necesidad, acabe mezclado los colores, como el alcohol en una taberna cutre.

La propia Unión Europea, en su “estrategia del hidrógeno para una Europa climáticamente neutra”, reconoce que

hoy en día el hidrógeno renovable y con bajas emisiones de carbono no es aún rentable en comparación con el hidrógeno a partir de combustibles fósiles.

Y es que ante el abandono de la inversión masiva en la producción energética por los problemas asociados a la rentabilidad, que ha significado una reducción desde 2014 de entre un 60 y 90 % y la incapacidad de encontrar alternativas viables a la actual crisis energética, los gobiernos se aferran a lo que sea para que este castillo de naipes, construido sobre la reproducción ampliada y patrocinada por el consumo de energía barata, no caiga sobre sí mismo, por la exacerbación de sus propias contradicciones.

Sin rentabilidad no hay inversión, y sin esta, falta producción. Sin posibilidad de satisfacer la demanda, los precios suben y… Este cuento ya lo conocemos.

La cuestión, sencilla, hasta el punto de hacer dudar de su planteamiento es que todo depende de la empresa privada, que interviene en la producción para ganar dinero. Que si no gana, no invierte y no produce y la economía se paraliza. No hay alternativa en esta sociedad capitalista, en la que cada vez hay menos de lo público. Eso ya pasó al proceso de acumulación a través de la desposesión a la clase trabajadora aceleradamente desde los 80, y más desde 2008, de forma que a los gobiernos, no les queda otra, que garantizar la rentabilidad, el beneficio. A partir de aquí, podemos llamarlo como queramos, “colaboración publico-privada”, “privatización”, subvención”, “exención”. Se trata de asegurar que siga el ciclo D-M-D’.

En esta lógica, nada se produce, (ni se legisla), pensando en las necesidades de una mayoría social, sino en apuntalar unas relaciones de producción cada vez más contradictorias con unas fuerzas productivas, que avanzan dando palos de ciego sin saber muy bien a dónde.

Una nueva burbuja se está formando construida sobre la base (etérea) del hidrógeno verde. Esta tampoco servirá para frenar la inexorable caída de la tasa de ganancia, pero, eso sí, será capaz de alimentar temporalmente los bolsillos de algunos sectores estratégicos del capital y mantener la ilusión de que la rueda sigue dando vueltas.

Una salida hacia adelante por parte de quienes solo quieren conocer un modelo productivo basado en la nostalgia. Que la música siga sonando. Da igual que esto haga aguas por los cuatro costados.

Kike Parra


Publicado el 3 de diciembre 2022 en nuevarevolucion.es

 

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