“¡América para los americanos!” (de Estados Unidos, claro), vociferó el quinto presidente estadounidense, James Monroe, en los albores del siglo XIX mientras blandía enfervorizado su homónima doctrina imperialista. Su maquiavélico propósito y el de la casta que representaba, surgida de la implantación de trece colonias británicas en la costa este de América del Norte: impedir cualquier intento colonial europeo del hemisferio americano, para que éste fuese propiedad exclusiva de los descendientes potentados de los “peregrinos” del Mayflower. Después, cuando concluyó la formación de la nación yanqui en 1877 a base de genocidios, invasiones, usurpación de inmensos territorios y el traslado en barcos negreros de millones de personas esclavizadas desde África a las plantaciones algodoneras del sur norteamericano, se acuñó el vejatorio concepto “patio trasero de Estados Unidos” para designar la zona de influencia y dominación del imperio USA, especialmente en América Latina y el Caribe. Así, cada vez que desde la debacle del colonialismo español y portugués (1898, 1822) algún país latinoamericano ha querido construir su futuro libremente adoptando posicionamientos políticos o económicos distintos a lo previsto por el Tío Sam, éste, alegando pretextos falaces, ha intervenido directa o indirectamente procurando hacer abortar el intento. Numerosos y sangrientos ejemplos: Puerto Rico (1898), Cuba (1898, 1961), Panamá (1903, 1908, 1989), Nicaragua (1926), México (1846), Haití (2004), República Dominicana (1930), Honduras (2009), Argentina (1975), Chile (1973), Brasil (1964), Guatemala (1966), Venezuela (2002), Bolivia (2008), Granada (1983), Ecuador (2010), etc., etc., ratifican vilmente lo que escribo y denuncio. Y así hasta nuestros días.

Tela por cortar

Porque ¿quién, aparte los medios de comunicación burgueses con su mutismo selectivo, puede descartar la implicación de Estados Unidos en la destitución y detención del presidente del Perú, Pedro Castillo, o en el vandálico asalto a los máximos poderes del Estado brasileño por miles de fascistas bolsonaristas? Un mandatario, en el primer caso (docente de primaria, para escarnio de la burguesía peruana) que, desde su proclamación como presidente electo el 19 de julio de 2021 encontró insuperables obstáculos (incluso en el seno de sus propios asesores y ministros) para poner en marcha un programa político y económico en nada subversivo, pero que dejaba ver la intencionalidad de implementarlo en beneficio de “los pueblos del Perú, por un país sin corrupción y para la consecución de una nueva Constitución”. Premisas que, sin duda ninguna, debieron levantar molestas ampollas en la oligarquía del país andino. Hoy sin embargo, quienes desde el pasado 7 de diciembre establecieron una dictadura cívico-militar encabezada por la presidenta designada Dina Boluarte y por un Congreso Nacional de mayoría neofascista, y con el apoyo expreso del capitalismo internacional (Estados Unidos y España en cabeza), aseguran que destituyeron y arrestaron al presidente Castillo para “salvar a la democracia”, al tiempo que su soldadesca represora asesina a decenas de manifestantes que reclaman en las calles del Perú su puesta en libertad y la celebración de elecciones. En cuanto al asalto al Congreso, a la Presidencia y al Supremo de Brasil por miles de iracundos fascistas bolsonaristas el pasado 8 de enero mientras el expresidente Jair Bolsonaro se hallaba en Estados Unidos (¿recibiendo órdenes de la CIA?), mucho tendrá que llover antes de conocer toda la verdad sobre lo ¿inesperadamente sucedido? Es decir: ¿Quién o quiénes organizaron y financiaron la tentativa de golpe de estado en Brasil? ¿El presidente norteamericano Joe Biden explicará la estancia de Bolsonaro en su país? ¿El ejército brasileño es garante de la democracia en Brasil? Y sobre todo:, ¿Serán juzgados ejemplarmente todos los responsables que creyeron poder subvertir la democracia en Brasil y deponer al presidente electo Lula da Silva? En fin, en ambos casos, mucha tela por cortar.

José L. Quirante

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