América del Sur está viviendo momentos convulsos. En Perú, un sangriento golpe de Estado ha destituido y encarcelado al legítimo presidente de la república, Pedro Castillo, desatando una feroz represión contra el pueblo con más de 60 asesinados a manos del ejército y la policía (aunque en las morgues se cuentan decenas de cadáveres sin identificar presuntamente víctimas del golpe) y miles de heridas y heridos.

La victoria de Lula da Silva en Brasil ha generado un intento de golpe, en el que la ultraderecha, apoyada por sectores del ejército y la policía, han intentado desencadenar una insurrección, que gracias a la contundente reacción popular ha sido derrotada.

En Bolivia, en la región de Santa Cruz, la oligarquía ha protagonizado un paro extremadamente violento y acompañado de acciones terroristas, con el fin de provocar la caída de Luis Arce.

En Colombia, aunque aún con un perfil mucho más bajo, la oligarquía empieza a dibujar el escenario del “golpe blando”, atizando el fantasma del descontento en las fuerzas armadas, el caos económico y el aumento de la violencia contra las comunidades, con decenas de líderes sindicales, sociales y políticos asesinados en los últimos meses.

En Perú la respuesta popular al golpe de Estado está siendo generalizada, la sanguinaria represión, con un marcado perfil anticomunista en el que tener libros de Marx o Lenin representa ser terrorista, como en los tiempos del plan Condor.

Esto no impide que el alzamiento popular avance y crezca; la toma de aeropuertos, bloqueo de vías, la llegada masiva de manifestantes a la capital Lima desde todos los rincones del país o el sabotaje de infraestructuras, son ejemplos de un pueblo que se organiza y responde a la bestialidad del fascismo.

Al igual que en la guerra moderna, hoy podemos hablar de golpes de Estado híbridos, que combinan la guerra jurídica (lawfare en inglés), la cooptación de marionetas en los gobiernos a los que se les da el golpe, la guerra informativa y la movilización de los sectores más reaccionarios de la sociedad (como en Brasil, Venezuela, Bolivia o Nicaragua…) para que el golpe parezca una rebelión popular, y siempre bajo el acompañamiento o el “dejar hacer” de las fuerzas armadas.

Las mal llamadas primaveras árabes y el golpe fascista del “euromaidán” en Ucrania, fueron los primeros ejemplos de este tipo de golpe híbrido. Pero podemos remontarnos a los intentos de golpe en Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), China (1989) o Cuba (1994), como los primeros ensayos del Departamento de Estado norteamericano de generar golpes de Estado híbridos.

En España también sabemos de golpes, del golpe fascista del 36, de la heroica resistencia del pueblo con el Partido Comunista de José Díaz al frente. También de la fantochada del autogolpe de la monarquía del 23 de febrero de 1981.

En todos los casos, el imperialismo, utilizando los sectores más reaccionarios y parasitarios de las sociedades y cooptando los elementos más corruptos de los gobiernos que pretende derrocar, está dispuesto a derramar cuanta sangre sea necesaria para conseguir sus objetivos económicos y geoestratégicos.

Ferran N.

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