En su libro El siglo de la revolución, el reconocido historiador catalán Josep Fontana (Barcelona, 1931-2018) explica que tras la proclamación de la Segunda República española el 14 de abril de 1931 “como consecuencia del triunfo de los republicanos en unas elecciones municipales que obligaron a marchar al exilio al rey Alfonso XIII, desacreditado por su complicidad con los siete años de gobierno de la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), el gobierno republicano inició una política reformista moderada que tuvo la virtud de evitar las peores consecuencias de la crisis económica mundial con una actuación que mejoró los salarios y permitió mantener los niveles de consumo. Pero esta deriva a la izquierda, por moderada que fuese, le situó a contracorriente de la evolución mundial y le costó la hostilidad de una diplomacia internacional que veía en cada giro a la izquierda la amenaza del bolchevismo”. Una conminación que, como el fantasma del Manifiesto del Partido Comunista, recorrió y recorre todavía Europa pese a las reiteradas muertes anunciadas por la codiciosa burguesía. Por eso, aquella diplomacia internacional, recalcitrantemente anticomunista, decidió laisser-faire cuando después del fracaso del bienio negro (periodo en el que la derecha fascistoide española gobernó el país, de noviembre de 1933 hasta febrero de 1936) y de la victoria del Frente Popular, precisamente el 16 de febrero de 1936, la oligarquía española organizó con los militares fascistas la intentona golpista que desembocó en la sangrienta Guerra Civil española (1936-39), o cuando las potencias fascistas (la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini) bombardearon indiscriminadamente las poblaciones civiles de Barcelona y Guernica. Peor aún, cuando tras la derrotada la II República, las principales potencias capitalistas (EE.UU. al frente, pero también Inglaterra y Francia) pasaron de aquel “dejar hacer” a apuntalar la represora dictadura franquista.

República Socialista de carácter Confederal

Por eso, cuando “con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros”, como dice Don Antonio Machado, los republicanos españoles seguimos reivindicando como forma de estado la república para España, no podemos pasar por alto todo lo ocurrido desde aquel indescriptible 14 de abril de 1931. Se imponen, por tanto, dos cosas fundamentales: el carácter político de la república reivindicada y cómo llegar a proclamarla en todo el Estado español. Saber, pues, si se trata de una república burguesa o socialista, y si llegamos a ella proponiendo referéndums ilusorios o a partir de la movilización y la lucha revolucionaria de la clase trabajadora. Para el PCPE y su Juventud Comunista no hay duda alguna: luchamos por la construcción de una República socialista. Es decir, no por una república dominada por el bloque oligárquico-burgués con el fin de defender y acrecentar sus intereses económicos frente a los de la clase obrera y otras capas populares (forma de estado que aceptaría sin problemas en esas condiciones); sino, como asegura nuestro partido, “por otra forma de estado favorable al pueblo trabajador”, y alcanzada “a través de la ruptura con el actual bloque de dominación, desde un proceso de movilización protagonizado por la clase obrera y el pueblo trabajador (…) Un proceso de lucha y de toma de conciencia que, en definitiva, culmine en una República Socialista de carácter Confederal, como unión voluntaria de pueblos libres”. Sólo en esas circunstancias de lucha revolucionaria y en beneficio de la clase obrera y del pueblo trabajador, aquel glorioso 14 de Abril, del que ahora se cumplen 92 años, encontrará su natural evolución dialéctica en la historia de un país y de una clase social reaccionaria que lo domina y que siempre se opuso violentamente a ello.

José L. Quirante

uyl_logo40a.png