Los capitalistas nos venden la idea de que la solución a la pobreza es educativa y no de transformación social radical; pero ni una palabra de los mecanismos financieros globales hechos a la medida del saqueo a los países más pobres
Foto: Obra de Michel Moro
El 9 de abril de 2022, el profesor Robert Reich, de la Universidad de California, escribió en Twitter que 728 milmillonarios de ese país acumulaban más riquezas que el 50 % de los hogares estadounidenses: «La desigualdad se está comiendo a este país».
Alarmados, algunos periodistas fueron a buscar las fuentes de tal afirmación, a ver si se sostenía.
Resulta que un reporte de noviembre de 2022, tomando datos de Forbes, estimó la riqueza colectiva de ese número de milmillonarios, 728, en el equivalente a 4,48 billones (12 ceros) de dólares.
De acuerdo con la Reserva Federal de Estados Unidos, el 50 % de los hogares de ese país acumula una riqueza equivalente a 4,16 billones de dólares: 4,48 billones es más que 4,16 billones.
Pongámosle perspectiva: 728 personas están ligeramente por debajo de la capacidad del teatro Sauto, de Matanzas. Sentados allí estarían un grupo de personas muy ricas que acumulan más patrimonio que 165 millones de personas; es decir, 15 veces la población de Cuba, y que corresponde a 61 millones de hogares.
Pero ya que estamos metidos en cifras, los milmillonarios estadounidenses en total gozan de una riqueza igual a la del 64 % de la población del «país de las oportunidades». El exclusivo 0,01 % en la misma cúspide de la riqueza, controla 17,6 billones de dólares.
Hace unas semanas, el Banco Silicon Valley se declaró en quiebra. Este banco tiene entre sus clientes algunos de los mayores negocios tecnológicos de Estados Unidos. Le brindaba servicio a cerca de la mitad de los emprendimientos tecnológicos y farmacéuticos del país.
Los activos del banco ascendían a 220 000 millones de dólares. El colapso ocurrió en menos de 48 horas, cuando los depositantes retiraron unos 42 000 millones de dólares, por miedo a perderlos.
Frente al pánico, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, salió rápidamente a decir: «El pueblo de Estados Unidos y los negocios de Estados Unidos pueden tener confianza en que sus depósitos estarán allí cuando se necesiten».
Algo parecido ocurrió en el colapso financiero de 2008. En esa ocasión se estima que 5,5 millones de norteamericanos perdieron sus trabajo y 3,1 millones perdieron sus hogares. En aquel momento, el Estado no estuvo allí para ellos, a pesar de similar retórica.
¿Y para los banqueros ricos y los inversores? Bueno, a ellos no les fue tan mal. John Paulson, por ejemplo, se hizo de 20 000 millones durante la crisis, un dinero, en buena parte, proveniente de los rescates que el Gobierno de Estados Unidos le dio a los bancos. Un solo ejecutivo banquero fue a la cárcel, y aunque muchos resultaron despedidos, se marcharon con paquetes compensatorios en el orden de los millones.
Para no perder el hábito, Greg Becker, el gerente al frente del Banco Silicon Valley que acaba de quebrar, se embolsó el año pasado cerca de diez millones de dólares, y poco antes del colapso vendió acciones por más de 3,5 millones de dólares. A pesar de los llamados a que devuelva el dinero, algunos expertos legales dicen que será difícil obligarlo a ello si el procedimiento de venta fue legal, y probablemente lo sea.
De acuerdo con el Reporte de Inequidad Global 2022, el 10 % de la población mundial más rica acumula más que el 52 % de la riqueza mundial, mientras el 50 % de menos riqueza apenas logra el 8,5 % de la riqueza mundial.
A los analistas políticos últimamente no les ha quedado otra que hablar del mundo unipolar, donde la hegemonía la gozan los países occidentales participantes, como miembros o subsidarios de la OTAN.
Pocos analistas, sin embargo, hablan del vínculo entre esa realidad y la desigualdad económica mundial. Menos aún hablan del vínculo entre el sistema político oligárquico de Estados Unidos y la desiguladad económica en ese país.
Dejar los análisis políticos en la superestructura es parte de esa manipulación ideológica a la que someten a esa población víctima de la desigualdad. Es que resulta conveniente hablar de lo malo que son los chinos y los rusos, cuasi ogros similares a los villanos de sus películas de superhéroes, que referirse a la realidad de que los villanos están mucho más cerca, en su propio país.
En esa misma lógica, el fracaso de los países pobres en salir de la pobreza no es culpa de esa lógica capitalista de reproducción económica, que condena a ese 50 % más pobre a sobrevivir con menos del 10 % de la riqueza mundial. La culpa está en la subjetividad de los que gobiernan: la corrupción, el populismo, las malas decisiones, y la incapacidad cognitiva de saber qué hacer. Parece que solo el 0,01 % es inteligente; la mitad, incorregiblemente bruta.
En todo caso, nos venden la idea de que la solución es educativa y no de transformación social radical. Ni una palabra de los mecanismos financieros globales hechos a la medida del saqueo a los países más pobres. Ni una palabra de la corrupción sistémica que viene de las metrópolis y que compran a las burguesías locales y sus políticos. Ni una palabra de la violencia, ya sea por agresión militar directa, por organización de golpes de Estado o por sanciones económicas a los países que se atreven a intentar salir de ese concierto mundial de la infamia con un solo director de orquesta.
Mientras tanto, el ogro chino que quiere dominarnos a todos, según la histérica narrativa otanista, saca a 700 millones de personas de la pobreza en los últimos 40 años, lo que equivale al 75 % de la reducción de la pobreza global en ese periodo.
Así que, cuando le hablen de cómo el mundo ha logrado reducir la pobreza mundial, recuerden: dos terceras partes de esa reducción la hizo un país socialista, con el Partido Comunista al frente.