Los que están de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte, los pájaros de mal agüero, los sepultureros de la Historia y un extenso etcétera de cantamañanas de la misma estofa deben haberse mordido los dedos estas últimas semanas viendo por la tele (a cuentagotas y sesgadamente, como el capitalismo manda) la lucha ejemplar de la clase obrera francesa contra la injusta reforma de las pensiones que el Gobierno galo y el Medef (la patronal del país vecino) quieren imponerle a sangre y fuego. Una verdadera contrarreforma de las pensiones planeada por el maquiavélico y narcisista presidente, Emmanuel Macron, que ha hecho de ella un affaire personal y que prevé, entre otras sibilinas exigencias, retrasar de 62 a 64 años la edad de jubilación y ampliar el periodo de cotización de 41 a 43 años, pero que, al mismo tiempo, ha encontrado muy a pesar suyo una tenaz resistencia popular. Un combate que, organizado por una Intersindical integrada por las organizaciones sindicales mayoritarias francesas, ha conseguido desde el 19 de enero, es decir desde hace más de tres meses, movilizar permanentemente a millones de trabajadores; proclamar huelgas prorrogables en numerosos sectores laborales públicos y privados; ocupar fábricas y empresas y, como colofón, lograr la solidaridad activa de los estudiantes y, en general, la de una juventud que ve su futuro más negro que boca de lobo. Por tanto una situación política y social que, tras la aprobación de la controvertida contrarreforma por decreto y sin debate parlamentario, ha estimulado a la clase obrera convirtiéndola en protagonista incuestionable de la confrontación con el poder burgués. Consciente, además, de que lo que está en juego es la privatización de los servicios públicos aún existentes: la jubilación, la sanidad y la educación.
En consecuencia, una vigorosa respuesta popular que no sólo debiera avergonzar a las direcciones de los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT, siempre dispuestas al consenso y a la “paz social” (entiéndase renuncia al sindicalismo de clase) en beneficio finalmente del capital, sino también a la mayoría de los currantes españoles por su deleznable mansedumbre frente a ataques de igual magnitud. En fin, en todo caso, una batalla la de la clase obrera gala que, como precisaba el Comité Ejecutivo del PCPE en una reciente declaración, “muestra el camino a emprender por la clase trabajadora española”, entre otras cosas, para cesar de ser ejemplo europeo de sumisión y resignación. Por tanto una rebelión popular difícil de extinguir, se retire o no la ahora reprobada ley.
Un fantasma recorre Europa
Sí, porque el actual combate de la clase obrera francesa (uno más en su larga y ejemplar historia) va más allá de la retirada de la “contrarreforma macronista” y de las líneas rojas impuestas por el nauseabundo capitalismo y aceptadas por las organizaciones sindicales y políticas del sistema. La revuelta popular que vive con arrojo el país de Babeuf y Robespierre prefigura claramente un movimiento revolucionario anticapitalista de envergadura que pese a todas las argucias legalistas (y el aval dado por el Consejo Constitucional a la contrarreforma de las pensiones ha sido una de ellas) sobrepasa ya las posturas conciliadoras de revisionistas y reformistas, y pone de candente actualidad aquello que en 1848 escribió Karl Marx en su introducción al Manifiesto del Partido Comunista: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Contra él se coligarán de nuevo en santa jauría – que nadie lo dude - las patéticas potencias del agónico capitalismo, las mismas que deberemos enfrentar con energía y decisión.
¿Alguien vaticinó el fin de la historia? ¡Venid a ver la lucha de la clase obrera por las calles del mítico París!
Affaire à suivre…
José L. Quirante