Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.

Estos versos incitando a la rebeldía permanente del bello y revolucionario poema Los que luchan, fueron escritos por Bertolt Brecht entre 1925 y 1928, y definen mejor que cientos de palabras el carácter apasionado de un escritor que pensó y escribió con un marcado tono revolucionario y social. En este sentido, a los 30 años, Brercht alcanzó el mayor éxito teatral de la República de Weimar (1918-1933) con La ópera de los tres centavos, una impactante obra en la que el orden burgués en el capitalismo es representado como una sociedad de delincuentes, prostitutas, vividores y mendigos. Una demoledora crítica marxista del capitalismo que levantó ampollas en las élites intelectuales germanas de la época, y en particular en los medios políticos más conservadores que no le perdonaron jamás tamaña audacia.

Como así ocurrió cuando el partido nazi subió al poder el 30 de enero de 1933, condenándole a exiliarse en el extranjero. Una brutal e injusta decisión política que no impediría, sin embargo, que la revolucionaria pieza de teatro fuese traducida a 18 idiomas e interpretada con enorme éxito más de 10.000 veces en los escenarios europeos. Si bien nada hacía suponer  en sus años de despreocupada y desenvuelta adolescencia, que Bertolt Brecht, más tarde, escogería el  difícil y arriesgado camino de un intelectual revolucionario.

Influyente dramaturgo del siglo XX

Eugen Berthotd Friedrich Brecht, nombre completo de Bertolt Brecht, nació el 10 de febrero de 1898 en el seno de una familia burguesa de Augsburgo, en el estado de Baviera. Su padre, Berthold Friedrich Brecht, católico ferviente, era el director gerente de una pequeña fábrica de papel, y su madre, Sophie Brezing, protestante, era hija de un acomodado funcionario. Pese a ese ambiente conservador, y al hecho de ser educado en las enseñanzas de la Biblia y de los clásicos alemanes, el joven Brecht se sintió siempre  atraído por lo diferente y extravagante, y porfiaba en vivir al margen de las normas  que imponían su tiempo. Con diez años, en 1908, Bertolt Brecht ingresó en el Gymnasium, el instituto de su ciudad natal, donde adquirió los conocimientos propios de la enseñanza media, al tiempo que manifestó un vivo interés por la música y la literatura. Empezando desde entonces a escribir poesía, artículos polémicos en periódicos locales y regionales y algunas que otras canciones. Tras el bachillerato, Brecht se inscribió, en 1917, en la Universidad de Múnich, en la que empezó con entusiasmo sus estudios de literatura y filosofía, a los que añadió posteriormente los de medicina. Sin embargo todos fueron interrumpidos con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) al ser movilizado  como enfermero en un hospital militar de Augsburgo donde, al contacto directo y diario con los horrores de la guerra, aprendió a odiarla con todas sus fuerzas y para siempre.

Una vez finalizada la llamada Gran Guerra (11 de noviembre de 1918), y en medio de una terrible crisis económica, Bertolt Brecht decidió trasladarse a Berlín después de haber participado en la derrotada Revolución Espartaquista (5-12 de enero 1919), por aquellos años y hasta 1933 envuelta, paradójicamente, en uno de los momentos culminantes de la cultura occidental. Con aportaciones extraordinarias en todos los campos de las artes, las letras y las ciencias. De tal importancia que hicieron de la capital alemana una metrópolis vibrante de creatividad, libertad y modernidad artística. Una situación cultural de excepción que Bertolt Brecht aprovechó para poner a prueba, y desarrollar después, toda su potencialidad intelectual. Permitiéndole iniciar con arrojo  y decisión el fructuoso camino que hizo de él uno de los dramaturgos y poetas más destacados, influyentes e innovadores del siglo XX.

Teatro militante

Su primera obra de teatro completa, Baal, la escribió Bertolt Brecht siendo aún estudiante universitario en aquel insólito Berlín de 1918, incluyendo en ella cuatro canciones y un himno coral. La pieza aborda la turbulenta historia del antihéroe en la figura de Baal, un poeta licencioso y bebedor que rechaza las convenciones y adornos de la sociedad burguesa. Un drama compuesto unos años antes de desarrollar las técnicas dramatúrgicas del teatro épico o teatro dialéctico que caracterizará la obra posterior del genial dramaturgo alemán. Es decir, y según palabras del propio Bertolt Brecht, “un modo teatral que había de cambiar según la situación política dentro de la corriente del materialismo dialéctico”. Por tanto, un teatro que buscaba renovarse profundamente para hallar, en el contexto de la Revolución de Octubre y su impacto en todos los ámbitos de la sociedad, un compromiso con las clases trabajadoras, en un tiempo en que el teatro iba dirigido principalmente a la burguesía. En consecuencia, el objetivo era (y es) concebir el teatro como una actividad militante en la que el proletariado se sienta identificado. Concienciar al espectador y hacerle pensar, procurando distanciarle de lo anecdótico. Un posicionamiento ideológico que Bertolt Brecht adoptó tras haber estudiado a fondo, científica y sistemáticamente, el marxismo (Marx, Engels, Lenin); que juzgó, además, como la única explicación coherente  para la inhumana sociedad capitalista.

Con esas premisas teatrales e ideológicas, y después de haber sido testigo de revoluciones y altercados durante república de Weimar, así como  de la subida espeluznante del fascismo al final de ésta, Bertolt Brecht y su obra tomaron claramente partido por la necesidad de construir una “sociedad nueva”. Transformándose el teatro, de ese modo, en una especie de laboratorio de una revolución: tanto en su forma, como en su innovadora concepción del espectáculo, esencialmente política. En ese sentido, la producción teatral que Bertolt Brecht desarrollará, desde esa toma de conciencia de clase hasta su exilio  en 1933, confirmará ampliamente esa elección política. Por ejemplo, en Tambores en la noche, una magnífica obra escrita en 1920 sobre la revolución alemana liderada por los espartaquistas, que le costó la vida a Rosa Luxemburgo, asesinada por la policía; en La vida de Eduardo II de Inglaterra (1924), donde Brecht desacraliza el teatro romántico en beneficio de la visión real de la crudeza ejercida por quienes disponen del poder; en la ya mencionada La ópera de los tres centavos (1928), su obra maestra por excelencia, con la sugestiva música del compositor alemán y amigo de Bertolt Brecht, Kurt Weill, y llevada al cine en 1931 por el cineasta austriaco Georg Pabst; o en La excepción y la regla (1930), una bella obra didáctica de tremenda actualidad sobre la codicia y la justicia clasista, dirigida a la cabeza y el intelecto del espectador. En consecuencia, una fecunda y trascendental producción teatral que aún le dejó tiempo para casarse dos veces (1922 y 1928), tener  tres hijos y escribir un montón de poemas sociales. Así, hasta que el 28 de febrero (un día después del incendio del Reichstag por los nazis) Bertolt Brecht y su familia, acosados por Hitler, abandonaron Berlín y huyeron a través de Praga, Viena y Zúrich a Skovsbostrand, en Dinamarca.

(Continuará)

José L. Quirante 

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