África es, quizá, el continente que más sufre en el mundo las consecuencias de la lucha de clases. A mediados del siglo XIX, África fue colonizada por las grandes potencias europeas, que expoliaron los recursos naturales y humanos, llevando a cabo, con ello, el proceso de acumulación originaria que les permitió saltar del capitalismo industrial al imperialismo. Aunque actualmente las antiguas colonias son independientes de iure, las antiguas metrópolis siguen ejerciendo una explotación económica en África, lo que se denomina neocolonialismo.

Desde hace solo tres años, en África se han dado nueve golpes de Estado: dos en Mali, dos en Burkina Faso, uno en Chad, uno en Guinea-Conakri, uno en Sudán, uno en Níger y, por último, uno en Gabón, muy reciente. Todos estos golpes parecen compartir una misma línea política de rechazo al imperialismo anglo-yanqui-sionista, lo que parece evocar un concepto que la superestructura filosófica burguesa ya había enterrado: el panafricanismo.

El panafricanismo es un movimiento político y filosófico que promueve el hermanamiento africano y su unidad contra la explotación y por los derechos de las personas africanas. El fin último del panafricanismo es la construcción de un gran Estado soberano africano. Partiendo desde posiciones de clase, se pueden diferenciar dos tendencias básicas: el panafricanismo capitalista y el panafricanismo revolucionario.

El panafricanismo capitalista necesita dos patas para sostenerse: por un lado, el panafricanismo reaccionario, encabezado por Fulbert Youlou, primer presidente de la República del Congo (Congo‑Brazzaville) y sacerdote católico, basa su nacionalismo elitista en un pasado glorioso e imperial de los Estados africanos, una línea de pensamiento que se aproxima a pseudoteorías como la supuesta raza aria. Para esta tendencia, la mayor amenaza para África no son las antiguas metrópolis, sino el comunismo (Youlou se refería, especialmente, a la URSS y a China), ideología que consideraban nociva por haber arrebatado el cristianismo a Europa y, por tanto, los valores civilizatorios, creando un deterioro moral en ella que pagaba con África. La solución que aportaba este panafricanismo era la unión de África en un acercamiento a Europa, al mercado común capitalista y a la pertenencia a la OTAN.

Por otro lado, la cara amable del panafricanismo capitalista es el panafricanismo pequeñoburgués, encabezado por W. E. B. Du Bois y George Padmore. Durante la época colonial se opusieron al control directo de las metrópolis, pero sus análisis no llegaban a la raíz del problema, que era el modo de producción capitalista, lo que los llevó a defender el neocolonialismo una vez lograda la independencia de iure. Padmore entiende que los Estados independientes debían empezar a colaborar con los dirigentes «blancos» (término utilizado por el propio autor) para favorecer el desarrollo económico, así como solicitar una Ayuda Marshall para compensar los daños al continente. A cambio, se garantizaría que el panafricanismo frenaría el comunismo en África. Esta tendencia apoya medidas como el libre comercio o las inversiones privadas extranjeras. Siguen la consigna de que «todos los negros son hermanos».

Aunque estas dos tendencias son las más promocionadas por los medios e instituciones, se debe contemplar también el panafricanismo revolucionario, encabezado por Amílcar Cabral, Thomas Sankara o Pierre Mulele. Llevaron en su programa la lucha de liberación nacional contra las metrópolis y entendieron que el marxismo era aplicable en África, pues la pobreza a la que está sometida el continente no son más que las consecuencias particulares de la lucha de clases. En esta corriente se huye de ideas conciliadoras. Además, entre sus alianzas estratégicas no solo figuran los campesinos o los intelectuales de izquierda, sino también la clase obrera de las propias potencias colonizadoras. El panafricanismo revolucionario es el único posible, pues solo en el socialismo se puede dar la hermandad entre los pueblos.

Es pronto todavía para analizar el carácter de los actuales gobiernos militares de la zona del Sahel, pero es una señal optimista el que se hayan enfrentado con tanta solidaridad y valentía a las provocaciones y amenazas de Francia y de los EE. UU.

Gabi

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