El 26 de junio de 1945 se firmó en Estados Unidos  la Carta de las Naciones Unidas, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional que se celebró en San Francisco. Después de ser ratificada entró en vigor el 24 de octubre, dando lugar a la ONU, que reemplazó a la Sociedad de Naciones.

 

El objetivo de su fundación fue supuestamente facilitar la cooperación entre todos sus estados miembros en lo que respecta al Derecho internacional, la paz, la seguridad y el desarrollo de los propios países así como velar por el cumplimiento de los derechos humanos.  Sin embargo su labor poco ha tenido que ver en la práctica con estos objetivos y, especialmente desde la caída del bloque socialista, la ONU y concretamente su Consejo de Seguridad se ha convertido en una herramienta del poder hegemónico de Estados Unidos. 

Es evidente que el imperialismo americano campa a sus anchas por el mundo y utiliza como vehículo a esta organización que lejos está de constituir una estructura que vele por la paz y la seguridad mundial como debía haber sido. En numerosas ocasiones ha quedado patente el control que Estados Unidos tiene sobre la ONU y, obviando el hecho de que su sede se localice en la ciudad de Nueva York, esta potencia imperialista ha impuesto protocolos de forma antidemocrática y utilizado en innumerables ocasiones su derecho a veto –en el caso del bloqueo contra Cuba por ejemplo–. Mediante estas prácticas, el imperialismo ha subyugado a la ONU bajo sus propios intereses y es utilizada de forma descarada en el juego político internacional por parte de las potencias imperialistas. En numerosas ocasiones se ha visto involucrada en conflictos concernientes a Estados de tendencia antiimperialista mediante las ya conocidas “intervenciones humanitarias”, donde los Cascos Azules han acabado controlando elecciones o entrenando a fuerzas reaccionarias, entre otras prácticas.

Mientras por un lado la ONU mete las narices azuzada por EEUU y otras potencias imperialistas en los asuntos de Estados disidentes, parece taparse los ojos ante las innumerables injusticias y actos criminales que el imperialismo lleva a cabo continuamente en su política mundial. Cuando estos crímenes no son directamente ignorados, las resoluciones que salen de las Naciones Unidas son tibias e inútiles y en la inmensa mayoría de los casos se expresan en una simbólica denuncia que termina siendo papel mojado, sin ningún tipo de manifestación práctica. La política internacional de crimen salvaje y desvergonzado perpetrada por EEUU, las continuas violaciones de los Derechos Humanos del Estado de Israel hacia el pueblo palestino o el invisible aunque sangriento conflicto del Sáhara son ejemplos elocuentes de la política de complicidad de la ONU con el imperialismo y su total inutilidad como organismo defensor de la paz y los Derechos Humanos. 

En el caso de EEUU, la violación de tratados que ellos mismos han firmado y en algunos casos incluso ha impulsado, se ha vuelto rutinaria. En referencia a los bloqueos que ellos mismos llevan a cabo desde hace tantos años contra Cuba o Corea del Norte y que sus aliados de Israel reproducen en la Franja de Gaza, los tratados de 1948 y 1949 firmados por EEUU y que estipulan como delito el bloqueo de alimentos y medicinas aún en tiempos de guerra, son violados año tras año con total impunidad. El caso concreto del bloqueo de Cuba es un ejemplo del funcionamiento antidemocrático de la ONU y la hegemonía de EEUU. La última votación de la ONU referente al bloqueo dio un resultado de 187 países en contra, tres a favor y dos abstenciones y aun así el derecho a veto de EEUU ha resultado en que tal acto criminal se mantenga vigente.

Estos y mil casos más son ejemplos del funcionamiento de la ONU y de su verdadera naturaleza, subordinada en todo momento a los intereses del imperialismo y empleada como medio de ejecución de las agresivas políticas del capitalismo decadente.

 

César Rodríguez

uyl_logo40a.png