Hace unas semanas, en plena campaña electoral por las legislativas, un miembro del gobierno en funciones de Pedro Sánchez, José Guirao, ministro de Cultura y candidato del PSOE al Congreso por Almería, manifestaba que el mayor reto al que nos enfrentamos reside en “impedir que siga empollando el huevo de la serpiente del fascismo”. ¿Cómo es posible entonces que lo que Jorge Dimitrov (dirigente de la IIIª Internacional) define como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero” sea enarbolada por esos socialdemócratas - en el caso de Venezuela – como el banderín de enganche en defensa de la democracia?

Desde que el 23 de enero, día en el que en medio de una plaza de Caracas y subido en un banco destartalado el pelele Juan Guaidó se autoproclamó “presidente encargado” (¿?) de la República Bolivariana de Venezuela, han transcurrido – hasta el momento en que redacto esta crónica - más de dos meses. Exactamente 74 días con sus respectivas noches. Desde entonces, en nuestro país, que por boca de su presidente del gobierno reconoció rápidamente al golpista venezolano amamantado por el Tío Sam, se han oído tantos disparates, estupideces y mentiras que, además de dar ganas de llorar, uno/a se pregunta si nos toman por imbéciles.

El mes de ABRIL es una fecha simbólica de lucha y combate en la historia de la clase obrera de los pueblos de España. El 14 de Abril de 2019 conmemoramos el 88 Aniversario de la II República Española. En palabras de Antonio Machado, ese 14 de Abril

“con las primeras hojas

de los chopos

y las últimas flores

de los almendros,

la primavera traía

a nuestra República

de la mano”.

Un canto de esperanza de la clase obrera donde se proclama la República como proyecto de avances democráticos y de modernización. Pero la República naciente no se atrevió a realizar grandes transformaciones en el aparato del Estado, lo que supuso que las fuerzas reaccionarias anteriormente dominantes seguían en las instituciones del nuevo estado con la única intención de destruir a la República naciente. Todo un proceso de agudización de la lucha de clases que dio lugar al golpe de estado del 17-18 de julio de 1936 de las fuerzas reaccionarias (oligarquía terrateniente, ejército, Iglesia católica…) por seguir manteniendo sus privilegios de clase y dominación y que desencadenaría la mayor masacre contra la clase obrera producida en la historia de España: fusilamientos masivos, torturas, encarcelamientos, campos de concentración, miles de muertos enterrados en cunetas …… toda una política de exterminio generalizado para consolidar un sistema basado en el miedo y el terror. La oligarquía más reaccionaria no duda en utilizar la dictadura fascista para seguir manteniendo su dominación como clase.

Cuando vivía y trabajaba en Francia tenía que patearme con frecuencia buena parte del territorio del país vecino (construíamos centrales y subestaciones eléctricas), y cada vez que pasaba cerca de Collioure, un pueblecito pesquero de apenas 3.000 habitantes perteneciente a la comarca del Rosellón, me prometía que alguna vez tendría que ir allí a visitar la tumba del gran poeta republicano Antonio Machado. Y aquella promesa la cumplí un día de un canicular mes de agosto. Aquel día me dirigí al antiguo cementerio de la localidad del sureste francés donde, en un rincón reservado para los pobres, fue enterrado el insigne poeta el 23 de febrero de 1939, a los 63 años de edad. Cuando llegué al lugar el crepúsculo del atardecer envolvía la sepultura invadiéndome de melancolía.

 

 

Es 13 de febrero. Empiezo a redactar esta crónica y veo en la tele que tengo en el escritorio a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados. La señora se desgañita en defensa de los Presupuestos Generales del Estado 2019. Con su gracejo andaluz afirma sin rubor ninguno que “son las cuentas que nuestro país necesita”, y además que “dan respuesta a grandes retos y viene a solucionar los problemas cotidianos de la gran mayoría de los ciudadanos”. Y se queda tan pancha. Unidos Podemos, por boca de su portavoz, Alberto Garzón, toma la palabra a continuación, y después de suplicar fallidamente a los nacionalistas catalanes y hasta el mismísimo Puigdemont que voten los presupuestos, le dice a la ministra que “hay entendimiento”, y hasta habla de “una música similar”. Pese a esos escarceos amorosos, yo me aburro terriblemente y apago el difusor de mentiras. Sigo escribiendo como si nada. Al cabo de un buen rato veo por internet que los manidos presupuestos han sido tumbados finalmente por el Partido Democrático de Cataluña (PDeCAT) y por Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Aseguran los nacionalistas catalanes que porque Pedro Sánchez “no ha tenido coraje para hablar de la autodeterminación de Cataluña”. A lo que el presidente del gobierno español ha respondido que él platica de todo pero “dentro de la Constitución y las leyes”, que fuera, res de res. La burguesía centralista y los “barones” del PSOE hacen palmas con las orejas y felicitan a su pupilo.

Sesenta años (enero 1959 – enero 2019) de intrincado y heroico combate. El del pueblo cubano que con Fidel y los barbudos de la Sierra Maestra, y ya derrocado el dictador Fulgencio Batista, dijo ¡Basta! y echó a andar. ¡Basta! al lupanar que hicieron de Cuba gánsteres, forajidos y bandoleros yanquis durante 61 años; ¡Basta! al saqueo perpetrado por las multinacionales norteamericanas de sus riquezas y bienes naturales: azúcar, café, cacao, tabaco, níquel, cobre, hierro etc. ¡Basta! al crimen organizado e impune de la Cosa Nostra; ¡Basta! a la miseria galopante, enfermedades endémicas, paro, analfabetismo y ausencia de derechos sociales y políticos; ¡Basta! a “democracias” corruptas, gobiernos títeres y sangrientas dictaduras al servicio del Imperio.

“Queridos burgueses, perdonen las molestias, por favor, ¿podríamos vivir todos/as dignamente?”. Con estas palabras escritas en una pancarta, mezcla de ironía, protesta, ingenuidad y súplica, denunciaba un manifestante su pobreza en medio de los boatos Campos Elíseos durante la imponente manifestación de los “chalecos amarillos” el pasado 1 de diciembre. Un día en el que el descontento del pueblo francés se radicalizó frente a la brutalidad de las fuerzas policiales del gobierno ultraliberal del presidente Emmanuel Macron. Como cada sábado, y así desde el 17 de noviembre, comenzaba un nuevo acto de protestas y, desde bien temprano, París respiraba ya aires de revuelta social. Miles de “chalecos amarillos” (un movimiento transversal que se ha puesto el chaleco fosforescente de los conductores para hacerse ver) provenientes del mundo rural y urbano, y pertenecientes a diversas categorías sociales: obreros, artesanos, campesinos, profesiones liberales, etc., ocuparon la famosa avenida parisina decididos a pedir alto y fuerte la anulación del incremento de las tasas sobre los combustibles, la electricidad, el gas y otros impuestos previstos para el 1 de enero de 2019. Igualmente exigían el aumento de los salarios y del mínimo interprofesional.

A veces, cuando observo y escucho con detenimiento a la gente común que me rodea, me da por pensar cómo entendería yo la sociedad en la que vivo, es decir la sociedad capitalista, si no me hubiese topado un día con el camarada Carlos Marx, siempre vilipendiado por la insidiosa burguesía y también, por qué no decirlo, por algunos/as infames renegados/as del marxismo. Seguro que no estaría escribiendo lo que en este instante sale de mi pluma insumisa. ¿Comprendería yo esa sociedad capitalista a la que me refiero como la comprendieron en general los ciudadanos europeos de mediados del siglo XIX? Es decir, como un mundo en el que “las ideas son más importantes que el resto de las cosas”, según defendía el filósofo idealista alemán Friedrich Hegel (1770-1831). ¿Creería yo, como afirmaba en 1992, el veleidoso politólogo norteamericano Francis Fukuyama en su libro, “El fin de la historia y el último hombre”, que “Estados Unidos es la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases”? ¿O más bien sería como el españolito que viene al mundo sólo a ver, oír y callar? No lo sabré nunca. Sería necesaria otra vida para comprobarlo, y aún así estaría por ver.

¿Se puede ser de “izquierdas” y “pacifista”, y defender la venta de armas para masacrar a pueblos indefensos? ¡Sí se puede! Lea y compruebe.

“La construcción de barcos en la Bahía de Cádiz no va a solucionar el problema de la guerra. Nosotros si no hacemos los barcos, ¿se va a acabar la guerra de Yemen? Esto no es pragmatismo, es agarrar el toro por los cuernos, es hablar de verdad, porque gobernar es esto”. Con este cinismo se manifestaba hace poco tiempo el alcalde de Cádiz, José María González “Kichi”, militante de Podemos, en el programa de televisión “Salvados” de Jordi Évole a propósito de la venta de 5 corbetas por más de 1800 millones de euros a Arabia Saudí. Declaraciones a las que se unieron las de los dos Pablos de la “formación morada”, Iglesias y Echenique, considerando con igual desfachatez, el primero, que “entiende que “Kichi” ponga por delante los contratos de sus trabajadores”, y estimando el segundo, que “el dilema (entre fabricar armas o comer) es imposible”. Unas afirmaciones que han sacudido la marmita política en la que nos encontramos, hasta el punto de casi hacerla estallar con la desautorización de Pedro Sánchez a la Ministra de Defensa, Margarita Robles, por ocurrírsele el pasado mes de septiembre paralizar una venta de 400 “bombas de precisión laser” al genocida régimen saudí en su guerra en Yemen, y para masacrar a su población civil.

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