En el importante comunicado del pasado mes de octubre del Secretario General del PCPE Carmelo Suárez: “PSOE, segunda transición y contracciones preparto”, se decía que “lo que nos queda a día de hoy es la constatación de que, en el capitalismo español actual, en su fase imperialista y en su situación de crisis generalizada, no hay margen para una gestión socialdemócrata del sistema. El capitalismo está rebañando el fondo del caldero, ahora no tiene otra opción que aumentar la explotación de la clase obrera, estrujándola cual limón al que se le quiere sacar la última gota”. Sirva la cita de entradilla a esta crónica de una muerte anunciada.

En el importante comunicado del pasado mes de octubre del Secretario General del PCPE Carmelo Suárez: “PSOE, segunda transición y contracciones preparto”, se decía que “lo que nos queda a día de hoy es la constatación de que, en el capitalismo español actual, en su fase imperialista y en su situación de crisis generalizada, no hay margen para una gestión socialdemócrata del sistema. El capitalismo está rebañando el fondo del caldero, ahora no tiene otra opción que aumentar la explotación de la clase obrera, estrujándola cual limón al que se le quiere sacar la última gota”. Sirva la cita de entradilla a esta crónica de una muerte anunciada.

¿Quién puede quedar impasible ante lo que, en política de andar por casa, está ocurriendo desde el fatídico 20D? Al parecer, por lo que larga el cabreado y desconcertado personal, nadie se encoge de hombros. Al contrario, en nuestra piel de toro maltrecho con más bares por metro cuadrado que cualquier otro país de Europa, hay opiniones para todos los gustos, y de casi todos los colores.

Cuando en enero de 1959 los barbudos de Fidel entraron victoriosos en La Habana, derrotando así la dictadura del sátrapa Fulgencio Batista y acabando con la diversión de los mafiosos de Miami y de los gánsteres cubanos, el mundo era muy diferente al de nuestros días. El destino del planeta no lo determinaba entonces, sin más, el imperio yanqui, y los pueblos de América, África y Asia luchaban como leones contra el colonialismo y también por construir el socialismo.

Las cuatro patas son: Mariano Rajoy, el católico neo franquista del corrupto Partido imPopular; Pedro Sánchez, el guaperas del Partido que no es ni Socialista ni Obrero, pero muy Español, eso sí; Pablo Iglesias, l’enfant terrible de la retozona y veleidosa pequeña – pequeñita - burguesía y, por último, Albert Rivera, el noi de La Barceloneta que renegó de sus orígenes proletarios. Y el banco a sostener -a apuntalar - ya lo habrán adivinado ustedes: claro, el sistema de producción capitalista. El mismo que viste y calza. El que en cada crisis que engendra el jodido invento, sólo le preocupa salir de ella vivito y coleando. Sobre todo, coleando y haciendo mucho daño. Es decir, manteniendo al menos su tasa de ganancia cueste lo que cueste.

La clase obrera francesa contra la socialdemocracia

En la escuela de periodismo solían decir que el título de un artículo surge cuando está terminado. Como el fruto maduro que cae de un árbol. Sin embargo, a mí, casi siempre, es el titular el que me inspira el texto que escribo. Su sustancia aparece poco a poco, como cuando tiramos del hilo de una madeja. Todo esto para decir que así construyo este a contracorriente sobre Francia y España.

“¡Ramón! hay que acabar con tanto bribón”, clamaba Carlos Cano –que este año cumpliría 70 abriles– en “La murga de los currelantes”, una inolvidable canción concebida y escrita por el cantautor granadino poco después de la muerte del dictador. A lo que el susodicho Ramón respondía con salero y malaleche que “le vamos a dar con el tran, traca, tran, pico pala, chimpún y a currelar, para pa para pa para pa pa pa”. Han pasado cuatro décadas –que no es moco de pavo– desde que el malogrado cantante nos regalara aquella comprometida canción, y no solo no ha perdido vigencia la cantinela, sino que, hoy más que nunca, los bribones, por emplear la misma expresión que utilizó Carlos Cano en aquel entonces, nos contaminan y apestan por doquier.

Cuando la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) era lo que nunca debió dejar de ser: un país socialista venerado y respetado por la clase obrera mundial. Cuando los países del Este europeo se reclamaban del socialismo que calificaron “real”, y el Tercer Mundo rompía, un día sí y otro también, las cadenas insoportables del colonialismo ancestral, Occidente, es decir el capitalismo internacional, que temía esas alternativas a su modo de producción más que a una vara verde, propuso, sin demasiada convicción pero con machacona insistencia, un mundo que sus exegetas llamaron “libre”.

Tengo el sentimiento (y perdonen el eufemismo) que buena parte de la ciudadanía (y perdonen también esta cursilada) piensa que ser comunista hoy es un anacronismo o un deseo nostálgico de un tiempo revolucionario que quiso ser pero que no pudo. Que finalmente todo aquello pasó a la historia, y que actualmente se imponen “aires nuevos”: los de quienes sin reivindicarlo, son,  aseguran algunos popes de la política actual. Hasta tal punto se empecinan en esta idea que yo, comunista de longue date, me siento como un bicho raro, como una especie de  Pitecantropus Erectus.

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