GR: No podría estar más de acuerdo con la importancia de evitar los enfoques no dialécticos del marxismo occidental, que fomentan tanto la celebración acrítica como la condena total. La crítica dialéctica evita esta dicotomía reduccionista al dilucidar las contribuciones del marxismo occidental, así como sus limitaciones, al tiempo que ofrece una explicación materialista de ambas. El objetivo general de una crítica de este tipo es promover el proyecto positivo del marxismo universal e internacional, que puede ponerse de relieve con mayor claridad y desarrollarse aún más superando las perversiones del marxismo que son, en cierto nivel, un subproducto de la historia del imperialismo. La razón principal para identificar los problemas de esta tradición, entonces, no es en absoluto caer en la denuncia exhaustiva o la grandilocuencia teórica, sino aprender de sus limitaciones y superarlas pasando a un nivel superior de elucidación científica y relevancia práctica.

Esto es precisamente lo que Marx y Engels hicieron en sus críticas a la filosofía dialéctica, la economía política burguesa y el socialismo utópico (para citar los tres componentes del marxismo astutamente diagnosticados por Lenin). La crítica dialéctica se ocupa de una Aufhebung teórica y práctica, en el sentido de una superación que integra todos los elementos útiles de aquello superado.

La evaluación dialéctica del marxismo occidental incluye, como se mencionó anteriormente, un análisis de la amplitud de su campo ideológico y las variaciones que lo atraviesan, que pueden representarse de diversas maneras, como por ejemplo en términos de un diagrama de Venn de los Cuatro Retiros. Este trazado del campo ideológico objetivo debe combinarse con una explicación matizada de las posiciones subjetivas dentro de él y sus variaciones a lo largo del tiempo. Es precisamente el análisis conjunto de las complejidades del campo ideológico y las especificidades de las posiciones subjetivas dentro de él lo que nos proporciona una explicación más completa y refinada del marxismo occidental como una ideología que se manifiesta diferencialmente en proyectos subjetivos con sus propias morfologías específicas. Esto es lo opuesto a un enfoque reduccionista que intenta reducir la totalidad de las posiciones de los sujetos a una ideología única y monolítica que las determina mecánicamente.

GR: El marxismo occidental es un producto ideológico del imperialismo, cuya función principal es oscurecer u ocultar el imperialismo, al tiempo que se desvirtúa la lucha contra él. Me refiero al “imperialismo” en el sentido más amplio, como un proceso de establecimiento y aplicación de transferencias sistemáticas de valor desde ciertas regiones del mundo, es decir, el Sur Global, a otras (el Norte Global), mediante la extracción de recursos naturales, el uso de mano de obra gratuita o barata, la creación de mercados para la descarga de mercancías, y más. Este proceso socioeconómico ha sido la fuerza impulsora detrás del subdesarrollo de la mayoría del planeta y el hiperdesarrollo del núcleo imperial, incluidas sus industrias de producción de conocimiento. Dentro de los principales países imperialistas, esto ha dado lugar a una superestructura imperial, que se compone del aparato político-legal del Estado y un sistema material de producción, circulación y consumo cultural que podemos llamar, siguiendo a Brecht, “el aparato cultural”. Las industrias dominantes de producción de conocimiento en el núcleo imperial son parte del aparato cultural de los principales estados imperialistas.

Al afirmar que el marxismo occidental es un producto ideológico del imperialismo, quiero decir que se trata de una versión específica del marxismo que ha surgido dentro de la superestructura –y más específicamente del aparato cultural– de los principales estados imperialistas. Es una forma particular de marxismo que pierde contacto con la ambición universal del marxismo de dilucidar científicamente y transformar prácticamente el orden mundial capitalista. En mi próximo libro con Monthly Review Press, Who Paid the Pipers of Western Marxism? (¿Quién pagó a los gaiteros del marxismo occidental?), sitúo esta versión del marxismo dentro de la superestructura imperial y examino las fuerzas político-económicas que la han impulsado. Una característica notable es el grado en que la clase dominante capitalista y los estados imperialistas la han financiado y apoyado directamente.

GR: Esta cuádruple retirada constituye un repliegue de la realidad material hacia el reino del discurso y de las ideas. Es, por tanto, una inversión ideológica del marxismo clásico que pone el mundo patas arriba. La principal consecuencia política de esta orientación es el abandono de la complicada y a menudo contradictoria tarea de construir el socialismo en el mundo real. Las Cuatro Retiradas, que eliminan lo que Lenin llamaba el núcleo revolucionario del marxismo, alimentan así un repliegue de la tarea práctica primaria del marxismo, es decir, cambiar el mundo, no simplemente interpretarlo.

Para mantener un análisis dialéctico completo, es importante insistir en el hecho de que las Cuatro Retiradas y el abandono general del socialismo del mundo real no funcionan como principios mecánicos que determinen de manera reductiva todos los aspectos de cada discurso marxista occidental. Se trata más bien de características de un amplio campo ideológico que podría describirse en términos de un diagrama de Venn. Cada discurso específico puede ocupar posiciones bastante diferentes dentro de este campo ideológico.

En un extremo, hay discursos idealistas supersticiosos que han huido de todas las formas de análisis materialista en favor de diversas orientaciones “pos” –posmarxismo, posestructuralismo, posmodernismo, etc.– que son profundamente regresivas. En el otro extremo, hay discursos que se proclaman sólidamente marxistas y que se involucran, en cierta medida, con una versión racionalista del análisis de clase. Sin embargo, no comprenden la dinámica de clase fundamental que opera en el imperialismo y tienden a rechazar el socialismo del mundo real como un proyecto de construcción de un Estado antiimperialista en favor de versiones del socialismo utópicas, populistas o de inflexión anarquista rebelde (Losurdo diagnosticó perspicazmente estas tres tendencias en su libro sobre el marxismo occidental).

GR: En sus dos libros sobre el tema, Anderson ofrece una explicación marxista occidental del marxismo occidental. Esto es, en mi opinión, precisamente lo que constituye los puntos fuertes y las debilidades ineludibles de su enfoque. Por un lado, ofrece un diagnóstico perspicaz de aspectos selectos de su orientación ideológica fundamental, incluyendo su retirada de la política práctica en favor de la teoría y su adopción del derrotismo político.

Por otro lado, nunca llega al meollo del asunto al situar el marxismo occidental, tal como él lo entiende, dentro de las relaciones sociales globales de producción (incluida la producción teórica) y la lucha de clases internacional. En definitiva, nos ofrece una explicación que no es rigurosamente materialista porque no se ocupa seriamente de la economía política de la producción, circulación y consumo de conocimiento, ni coloca al imperialismo en el centro de su análisis.

Desde un punto de vista marxista, más allá de su parodia occidental, no son las ideas las que impulsan la historia sino las fuerzas materiales. Por lo tanto, la historia intelectual, incluida la historia del marxismo como empresa teórica, debe situarse claramente en relación con esas fuerzas, aunque reconociendo, por supuesto, que la ideología funciona de manera semiautónoma respecto de la base socioeconómica.

Los intelectuales marxistas en Europa a fines del siglo XIX y principios del XX trabajaron a menudo fuera de la academia, a veces como organizadores políticos o periodistas, y tendieron a estar mucho más vinculados orgánicamente a la lucha de clases práctica de diversas maneras. Cuando se produjo la división en el movimiento socialista durante la Primera Guerra Mundial, algunos de esos intelectuales dieron la espalda al proletariado internacional y se alinearon, consciente o inconscientemente, con los intereses de sus burguesías nacionales. Otros, sin embargo, coincidieron con Lenin en que la única guerra que valía la pena apoyar era una guerra de clases internacional, claramente manifestada en la Revolución rusa, no la rivalidad interimperialista de la clase dominante capitalista.

John Bellamy Foster es editor de Monthly Review y profesor emérito de sociología en la Universidad de Oregón. Gabriel Rockhill es director ejecutivo del Critical Theory Workshop/Atelier de Théorie Critique y profesor de filosofía y estudios interdisciplinarios globales en la Universidad de Villanova en Pensilvania.

Gabriel Rockhill : Me gustaría comenzar esta discusión abordando, en primer lugar, una idea errónea sobre el marxismo occidental, que sé que es de interés mutuo. El marxismo occidental no es equivalente al marxismo en Occidente. En cambio, es una versión particular del marxismo que, por razones muy materiales, se desarrolló en el núcleo imperial, donde hay una presión ideológica significativa para conformarse a sus dictados. Como ideología dominante en relación con el marxismo, condiciona las vidas de quienes trabajan en el núcleo imperial y, por extensión, en los estados capitalistas de todo el mundo, pero no determina rigurosamente la erudición y la organización marxistas en estas regiones. La prueba más simple de ello es el hecho de que no nos identificamos como marxistas occidentales a pesar de que somos marxistas que trabajamos en Occidente, muy parecido al filósofo italiano Domenico Losurdo, cuyo libro Western Marxism fue publicado recientemente por Monthly Review Press.

 ¿Qué piensa usted sobre la relación entre el “marxismo occidental” y el “marxismo en Occidente”?

John Bellamy Foster: No me gusta el término “marxismo occidental”, en parte porque fue adoptado como una forma de autoidentificación por pensadores que rechazaban no sólo el marxismo soviético, sino también gran parte del marxismo clásico de Karl Marx y Federico Engels, así como el marxismo del Sur Global. Al mismo tiempo, grandes partes del marxismo en Occidente, incluidos los análisis más materialistas, político-económicos e históricos, han tendido a ser excluidos de este tipo de marxismo occidental autoidentificado, que no obstante se presentó como el árbitro del pensamiento marxista y ha dominado la marxología.

Para determinados sectores del imperialismo, esta línea de pensamiento podría justificar una serie de reacciones políticas necesarias, lógicas y coherentes para mantener en pie un capitalismo en decadencia.

Mucho se está hablando últimamente de la «Ilustración Oscura» o del movimiento «intelectual» que ilumina el pensamiento neorreaccionario (también conocido como Neo-Reaccionarismo o Nrx). La izquierda lo menciona escandalizada por lo que a todas luces (nunca mejor dicho) supone la destrucción de las bases culturales consensuadas por la modernidad. Y la derecha porque ansía encauzar la dispersión ideológica que plasma su acción política, (sujeta a la propia necesidad de supervivencia de un capitalismo fragmentado) dentro de un cauce programático de coherencia teórico práctica.

El término «Ilustración Oscura» fue popularizado por Nick Land, principal exponente de esta corriente. Se puede considerar un filósofo y teórico asociado con el movimiento neorreaccionario. Sus escritos son una combinación de filosofía o pseudofilosofía, teoría política, consignas y ciencia ficción distópica. Land ataca los ideales y méritos de la ilustración clásica (la democracia, el igualitarismo y el progreso). Ansía la vuelta a estructuras jerárquicas autoritarias, desechando la razón y el progreso humanista. Los seguidores del neo-reaccionarismo no parecen conscientes de que forman parte de una élite creada por el desarrollo histórico de un capitalismo enmarcado en los principios de la Ilustración del siglo XVIII a la que tanto detestan.

Ante la decadencia social y económica del universalismo democrático y el progresismo propone alternativas como el tecnofeudalismo o el regreso a formas de gobierno autoritarias. Pero el tecnofeudalismo que propone no representa un cambio sistémico, tal y como Varufakis y otros puede entenderlo1,

Recientemente, los medios tradicionales de difusión, en su función de ofrecer propuestas ideológicas con las que argumentar el ocaso del sistema, hicieron divulgación del sugerente título "La gran hipnosis", de Andrea Rizzi, donde se nos propone un análisis de la deriva política de occidente -el libre, blanco, cristiano y sionista occidente- en el que pareciera que es la bella durmiente del cuento, caído en un profundo sueño por el encantamiento maligno de los nacional-populismos y del oriente autocrático. En efecto, se nos quiere convencer de que las clases populares, insatisfechas por la globalización, incapaces de adaptarse a los cambios, han caído bajo el encantamiento de fuerzas antisistema que, aunque no responden a sus intereses -¡vaya! como si la democracia liberal sí lo hiciera-, han sabido adueñarse de la voluntad popular. Pareciera que el problema no es de un sistema que se agota y recurre a sus últimos cartuchos, sino de una ceguera popular, un problema cognitivo de las masas.

Desde luego que el fenómeno social de alienación existe, es un hecho que la explotación objetiva conlleva la producción de una subjetividad; es decir, de las relaciones de poder que emanan de la vida material se forma una conciencia deformada que produce una subjetividad funcional al orden dominante, que a su vez, en el desarrollo dialéctico de la historia, cuanto más se aleja de la situación material que enmascara, termina siendo insostenible. O más claramente, es imposible seguir pensando que eres clase media cuando hacer la compra de la semana es casi un lujo o cuando trabajando de lo que has estudiado y con un sueldo por encima del salario mínimo, tienes que vivir en un piso compartido. Pero esta conciencia deformada y enmascaradora no es esa gran hipnosis en la que repentinamente han caído los pueblos por no saber comprender los cambios. No, la clase obrera y los sectores populares no son unos inadaptados, es el sistema, que para perseverar en su ser tiene que adoptar sus formas más grotescas y monstruosas. 

El internacionalismo proletario es un principio fundamental del marxismo, en cuanto a su concepción de la clase obrera como una sola clase mundial. Esto es determinante para cualquier proyecto revolucionario.

Por tanto, el internacionalismo es parte consustancial a la lucha revolucionaria en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la historia. No es algo ocasional, no es una cuestión de oportunidad o conveniencia, sino que es algo que está inserto en las señas de identidad de la organización de vanguardia del proletariado. Es, dicho de forma sencilla, una cuestión de principios.

Nuestra experiencia histórica más relevante son las Brigadas Internacionales que, desde todos los lugares del mundo, vinieron a luchar contra el fascismo y en defensa de la II República junto a la clase obrera de este país. Un hecho extraordinario, siempre insuficientemente reconocido y reivindicado. Miles vinieron a tomar las armas y arriesgar sus vidas por una cuestión de principios, de solidaridad consecuente. Un estado democrático haría hoy de esa gesta un elemento de orgullo nacional. Esta monarquía no, imposible.

Otro hito destacado fue la Operación Carlota, que la Cuba revolucionaria realizó para ayudar a la independencia de Angola. Fruto de la genialidad de Fidel y de su concepción ética de la lucha de clases internacional, así como del heroísmo sin límites de quienes se alistaron sin dudarlo un instante. “¡Nos llevaremos solamente la amistad indestructible de este gran pueblo, y los restos de nuestros muertos!» (Raúl Castro).

Como PCPE nuestro ejemplo más luminoso es Alexis Castillo, quien en 2022 dio la vida, con las armas en la mano, en la lucha contra el fascismo en el Donbass.

TIEMPOS DE BARBARIE IMPERIALISTA TRUMPISTA

Hoy, la heroica Resistencia del pueblo palestino, frente a la barbarie sionista, ha impuesto las coordenadas del compromiso internacionalista para cualquier organización revolucionaria. Su victoria con el alto el fuego firmado le refuerza más.

Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases.” (Marx, Engels, El manifiesto comunista, 1848).

Negar esta máxima es negar la concepción materialista de la historia y el propio materialismo dialéctico. Abrazar el “espíritu hegeliano” y asumir que el Estado moderno es el fin de la historia, la libertad ya alcanzada como meta. Eso proclamó Francis Fukuyama al afirmar que “el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfaciendo sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”. El mejor de los mundos posibles.

El pronóstico no fue acertado, sino todo lo contrario, a la vista de los acontecimientos de las últimas décadas y más de los últimos años, meses, días... El asedio, violencia y genocidio contra los pueblos de Asia Occidental por el imperialismo yanqui-sionista y la OTAN, la guerra contra Rusia, las maniobras de la UE en Georgia, Moldavia, Rumanía; la lucha anticolonial del Sahel, del Sáhara Occidental; la presión criminal contra Cuba, Venezuela, Nicaragua…, el intervencionismo estadounidense en toda América Latina, la creciente confrontación hacia China… Vivimos un proceso acelerado de descomposición de la modernidad hegeliana. Y aun así, los enemigos explícitos de la clase trabajadora siguen negando su carácter transformador. Pero quienes más obstaculizan y dañan el protagonismo que la Historia nos aguarda como sujetos revolucionarios, que nos debiera conducir, no al fin de la historia, sino a afirmar que  esta comienza con el fin de la lucha de clases, con la emancipación humana sin explotadores ni explotados, es la izquierda asimilada al sistema, rescatista de unos obsoletos intereses ajenos y quienes con vocación revolucionaria, hechizados, se desvían un centímetro en el análisis certero de la realidad que de resultas son muchos años de aplazamiento revolucionario, según la máxima leninista.

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