“El domingo 16 de febrero de 1936 la capital aparece con cielo despejado. Desde las primeras horas de la mañana se forman largas colas delante de los colegios electorales. (…) En la Puerta del Sol, frente a Gobernación, una muchedumbre espera, ansiosa, noticias. (…) Al día siguiente se sabe que el Frente Popular ha triunfado. (…) Ha obtenido doscientos cincuenta y siete escaños de un total de cuatrocientos cincuenta y tres, la mayoría absoluta. (…) Los madrileños se echan masivamente a la calle. Las fuerzas de orden público confraternizan con el pueblo”. Así describe el hispanista, Ian Gibson, la victoria frentepopulista en su libro “Luís Buñuel, la forja de un cineasta universal”. Un ambiente de euforia y alegría en el que se cimentaban, gracias a Filmófono, productora y distribuidora cinematográfica creada en 1935 por el empresario vasco Ricardo Urgoiti y por el cineasta de Calanda, las bases de una prometedora industria cinematográfica y de un cine profundamente popular. Es decir, un cine que relegara las españoladas de turno y que, dentro de su propia idiosincrasia, reflejase los avances sociales del régimen republicano.

“Queridos hermanos de Nuestra América: en La Habana, capital de Cuba, iniciamos hoy, 3 de diciembre del año 1978, el primer Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano”. Con estas palabras de inauguración pronunciadas por Alfredo Guevara, gestor y presidente del Festival, comenzaba a hacerse realidad un sueño del cine latinoamericano. Estos días, entre los 8 y 17 de diciembre, la bella ciudad de La Habana se engalana y acoge con el lema “ver para crecer” la 39 edición de un Festival que, en palabras de su actual presidente Iván Giroud, “no es de tránsito sino de afianzamiento”, es decir de consolidación como uno de los eventos  culturales más populares en Cuba.

Las líneas que a continuación siguen no constituyen en si una crítica cinematográfica. Son tan solo la presentación y el reconocimiento de una película sobre los años jóvenes de Karl Marx, el padre ideológico del comunismo. Un simple avant-goût a la espera de su estreno. Se trata, pues, de un filme que en estas semanas se someterá al juicio de los/as espectadores/as españoles/as, que además yo no he visto aún y que, en cualquier caso, viene precedido de un controvertido pase por la Berlinale de este año. Entonces ¿por qué tal prontitud en el comentario?, se preguntarán ustedes. Pues quizás por todas esas razones, pero sobre todo por otras dos que quisiera añadir: una, porque la industria cinematográfica mundial, si bien a veces se ha inspirado en la filosofía de Karl Marx en películas como, por ejemplo, “Tiempos modernos” (1936) de Charles Chaplin, “Espartaco” (1960) de Stanley Kubrick o en general en el cine soviético, jamás ha llevado a la gran pantalla la vida y la obra extraordinarias del genial pensador alemán. Aunque sólo haya sido, como es el caso aquí, examinando sus años más lozanos.

El pasado 13 de agosto falleció en Madrid a la edad de 86 años Basilio Martín Patino, uno de los principales directores enmarcados en el llamado “cine de autor”, es decir, básicamente, en el cine hecho por quien no acepta las presiones y limitaciones impuestas por el cine comercial y obedece a sus propios criterios artísticos.

Martín Patino nació el 29 de octubre de 1930 en Lumbrales (Salamanca) en el seno de una familia católica. Sus padres eran de derechas de toda la vida y sus hermanos, bebiendo en esas fuentes, abrazaron fervorosamente la vida religiosa. Sin embargo, y por extraño que parezca, Martín Patino eligió un camino muy diferente asumiendo posturas anarquistas. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, y posteriormente obtuvo el título de director por la Escuela Oficial de Cine de Madrid. Pese a ello no se dedicó al séptimo arte hasta que, tras coquetear con el mundo literario y el de la publicidad, fundó el Cineclub de la Universidad de Salamanca y publicó la revista Cinema Universitario. Corría entonces el año 1953. Y la España franquista y su cine ramplón y casposo estaban en pleno apogeo. “Un cine, según el famoso pentagrama de Juan Antonio Bardem, políticamente ineficaz. Socialmente falso. Intelectualmente ínfimo. Estéticamente nulo. Industrialmente raquítico”.

Harto de ver películas de ficción hechas por glotones capitalistas me dispuse el otro día a indagar en mis archivos de provecto cinéfilo buscando un filme de calidad que, a excepción del cine soviético, fuera producto exclusivo de los/as trabajadores/as, es decir que hubiese sido escrito, producido, interpretado y dirigido por currantes o por cineastas que defendieran sus luchas y reivindicaciones, y así, rebuscando afanosamente, me topé de pronto con un absoluto monumento (sí, sí, mido mis palabras), un hito en esto del cine: “La Marsellesa”, realizada en Francia en 1938 durante el Frente Popular por el gran director galo Jean Renoir (1894-1979), y financiada - algo insólito entonces - por suscripción pública, el sindicato CGT y el gobierno frentepopulista. Vamos una joya del 7º Arte que yo ya había visto en los años 1980 en un cine del Barrio Latino de París con motivo del Bicentenario de la Revolución Francesa, pero que mi memoria puñetera había olvidado con el paso del tiempo.

El cine español entra en crisis en el siglo XXI . Quedaba lejos “El milagro de P-Tinto” de los hermanos Fesser o “La Comunidad” de Alex de La Iglesia. El grupo Prisa con su control de prensa, medios audiovisuales, aparato editorial y su mecenazgo cinematográfico, al igual que Antena 3, se disputaban el patrocinio en el cine, especialmente se disputaban el mercado de la risa fácil. Por otro lado el efecto Almodóvar se iba desinflando hasta llegar a la decadencia. La decrepitud del cine español, una especie de epitafio, nos lleva a las películas supertaquilleras de los “los apellidos vascos” y ya el colmo del hartazgo con “los apellidos catalanes”.

La competencia entre los documentales que optaron al Cesar 2017 fue ruda. Frente a “Viaje a través del cine francés” del consagrado director Bertrand Tavernier, “un acto - según sus propias palabras – de gratitud a todos los cineastas, guionistas, actores y músicos que han surgido en mi vida” o a “Últimas noticias del cosmos” de la realizadora Julie Bertucelli sobre la telepatía, un interesante y trasgresor reportaje sobre la situación actual de la clase trabajadora en Francia se alzó con el premio. Ahora, gracias a su reciente aparición en DVD, podremos disfrutar de esta pequeña joya.

Ken Loach, es al 7º Arte lo que, por ejemplo, Jack London es a la literatura: un hacedor de conciencias. Su cine fluye natural como la vida misma, abordando temas sociales con tal brío, capacidad de análisis y pertinencia política que pocos realizadores de la industria cinematográfica actual pueden llegarle a la altura del tobillo en ese terreno. Con estilo sencillo, depurado y sintético, y en la mayoría de los casos con la ayuda inestimable de su guionista preferido Paul Laverty, este cineasta rebelde consigue emocionarnos y encabronarnos contra el sistema capitalista causante primigenio de toda injustica. Fue el caso por ejemplo en “Mi nombre es Joe” (1998), una tragedia social con toques de comedia absolutamente redonda o en “En un mundo libre” (2007), una denuncia inapelable de quienes se forran hasta las cejas explotando y expoliando a la inmigración que ellos llaman ilegal. Ahora, con más de 80 abriles a cuestas, el cineasta británico nos regala una historia que nos atrapa de principio a fin. Un autentico mazazo contra quienes niegan la tranquilidad de las y los que nada tienen. Daniel Blake (magnífico Dave Johns), un obrero de 59 años, viudo y con problemas cardiacos graves está obligado a dejar de trabajar. Ocasión sin igual para descubrir el calvario de las gestiones burocráticas que permitan a este trabajador modélico, que no ha sido vago ni delincuente, conseguir las prestaciones sociales (desempleo y pensión) para poder seguir adelante. En este sentido las diversas entrevistas en la Agencia para el Empleo con un personal totalmente deshumanizado, y que hace abstracción de su enfermedad, son verdaderamente desesperantes y diabólicas. Una terrible odisea que solo hallará cierto sosiego en el encuentro casual con una mujer, madre soltera con dos hijos pequeños, y víctima igualmente de un sistema que la desahucia en todos los órdenes.

 

El cine de Oliver Stone no deja indiferente a nadie. Ni a sus detractores, siempre dispuestos a crucificarlo por considerarlo simplista y maniqueo, ni a sus defensores que ven en él un nuevo Costas Gravas, cuando no, un protestón Ken Loach a la americana.

“Hay grandes cosas por las que merece la pena vivir y por las que vale la pena morir”. En esta cita del periodista y poeta comunista norteamericano John Reed (Portland, 1887-Moscú, 1920) se encierra su apasionante y revolucionaria existencia. Una vida que el también estadounidense, actor-director Warren Beatty, cuenta con parecido ardor en esta película hecha en 1981 en su honor y en el de la Revolución Rusa. Sin duda para hablar de ello podría haber recurrido a la magnífica “Octubre” (1928) de Sergei M. Eisenstein, la pieza definitoria del cine soviético.

uyl_logo40a.png